Vidas
paralelas El Gran Hotel Viena y el Hotel
Balneario Melincue
Por Fernando Jorge Soto Roland Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata |
Introducción
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Hotel Balneario
Melincué (Santa Fe)
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Gran Hotel Viena,
(Córdoba)
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Hay
historias que parecen cruzarse, por más que entre ellas no exista ninguna
relación directa. Las del Gran Hotel Viena (Miramar, Córdoba)
y Hotel Balneario Melincué (Melincué,
Santa Fe) constituyen un claro ejemplo de lo que acabamos de
decir.
Nacidos en la controvertida década de 1930, a orillas de inmensas
lagunas saladas, estos hoteles supieron anunciarse como los «mascarones de proa» de un auspicioso
futuro; siendo hoy, contrariando toda proyección optimista del pasado, meras
ruinas que, sólo a cuentas gotas, nos permiten reconstruir intelectualmente
parte del devenir social, político, económico y cultural que alguna vez ellos
mismos provocaron.
Si
bien el grado de deterioro de ambos es disímil, no es menos cierto que el Hotel Balneario Melincué ha sido el
más castigado por la destructiva erosión de las aguas y resulta muy difícil no
experimentar frente a ellos una profunda nostalgia, que emerge sin esfuerzo,
arrinconando cínicamente la ilustrada «Idea de Progreso»; develándonos que
aquél no era más que un mito, creado por mentes demasiado optimistas.[1] Hoy quedan ya muy pocos creyentes. El
progreso indefinido se reveló falso. Nunca fue real y el destino de grandeza que
todas las sociedades se inventan no es más que una desacreditada expresión de
deseo, un espejismo prefabricado que sólo alimenta la autocomplacencia colectiva
en los discursos políticos y escolares.
La
historia de Miramar y Melincué revela en parte lo
antedicho y sus emblemáticos hoteles en ruinas consiguen que pensemos, al menos
por un momento, que “todo tiempo pasado
fue mejor”. Basta con ver las antiguas fotografías de ambas localidades para
encontrar marcados contrastes con el presente, muy a pesar de las mejorías que
desde hace un tiempo se vienen advirtiendo como parte del proceso histórico de
«corsi e ricorsi» que todos
experimentamos.
Ante
esos esqueletos decadentes de arquitectura, la inevitabilidad del olvido se vuelve
algo bien concreto y la tarea de los historiadores, obligados a luchar contra
él, se convierte en un compromiso que «desde el vamos» constituye una batalla
perdida; puesto que el tiempo, matriz de la profesión, terminará descascarando
nuestra arrogancia, nuestros escritos y, muy a la larga, la memoria misma. ¿Qué
podemos esperar en cientos, miles o quizás millones de años, si poco más de tres
décadas han sido suficientes para acordonar los recuerdos de una manera difícil
de creer?
Bastó
sólo un poco de agua, de sal, viento, desgaste y erosión, para que nos
sintiéramos impotentes ante lo que parecía —y es— ineluctable: la decadencia de todas las
cosas.
Mezcla de fatalismo, desidia y mala suerte, los puntos en común que
hay en las historias del Gran Hotel Viena y del Hotel Balneario Melincué serán los
catalizadores que nos lleven a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestras
vidas y la impermanencia, tanto de la felicidad como de la tristeza.
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Gran Hotel Viena
(Córdoba)
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Hotel Balneario
Melincué (Santa Fe)
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Ruinas, memoria y olvido
Hace
ya un tiempo, Eric Hobsbawm, el prestigioso historiador británico, sentenció que
«la memoria histórica ya no estaba» y
que «la destrucción de los mecanismos
sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las
generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños
de nuestros días».[2] También sostuvo, no sin pesar, que “En su mayor parte, los jóvenes crecen en una
suerte de presente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en
el que viven. Esto otorga a los historiadores —cuya tarea consiste en recordar
lo que otros olvidan— mayor trascendencia que la que han tenido nunca(…)».[3]
Por
los motivos expuestos, aquellos que nos dedicamos al oficio de la Historia,
estamos en la obligación intelectual de superar el rol de simples cronistas,
recordadores y compiladores (funciones éstas también muy necesarias) e ir un
poco más allá de la mera narración, tratando de buscar explicaciones a los «por qué» de los acontecimientos y
procesos históricos, como también los nexos que existen entre ellos. Comprender es nuestra meta prioritaria.
Interpretar el pasado a partir del presente y reactualizar la práctica social de
la memoria puesto que el olvido no sólo nos conduce a tropezar dos veces con la
misma piedra, sino que «nos impide
inaugurar otro tiempo histórico».[4]
Vivimos en un mundo de velocidad creciente. Cada vez tenemos menos
tiempo para todo. No nos damos ni un minuto para escuchar a las generaciones
anteriores, evitando así la reflexión responsable y la reconstrucción de nuestra
herencia colectiva. De ese modo desactivamos nuestro protagonismo y el pasado se
convierte en un cúmulo de anécdotas, fechas y nombres que tratamos de retener en
la cabeza, creyendo que con eso «sabemos
Historia». Muchos no advierten que de ese modo la Historia se convierte en
una aburrida efemérides y que, cuanto más se la lee, más lejana y ajena a
nosotros nos parece. Entonces, la mandamos al geriátrico.
Es la
del historiador una batalla que (a la larga) se sabe filosóficamente perdida,
pero que de todos modos debe librar. Una batalla sin cuartel contra el olvido.
Aunque para ello tenga que buscar los mecanismos que le permitan conseguir que
ciertos aspectos (preferentemente atractivos) de un determinado proceso
histórico se plasmen entre sus congéneres, como si fueran grabados con tinta
indeleble (que tardará un poco más en borrarse).
Cuidando del pasado protegemos el futuro o al menos dispondremos de
herramientas para la toma de mejores decisiones.
Agónicas, decadentes, decrépitas o nostálgicas, todas las ruinas
reclaman, desde su mutismo, un explicación que nos conduzca a romper con ese
olvido que también encarnan. Símbolos del descuido por el pasado y de la falta
de memoria, los edificios y lugares abandonados se convierten en faros que,
lejos de orientarnos hacia una historia moralista, deberían convertirse en las
guías que nos lleven a conocer los mecanismo que se confabulan para que se den las crisis,
alcanzando así explicaciones alejadas de argumentos religiosos o mesiánicos y
permitiéndonos rescatar del olvido no sólo las causas reales de dichas
decadencias, sino también el imaginario con que se alimentaron y siguen
alimentando.
De
seguro, la arqueología urbana tendría muchísimo por decirnos, pero como no somos
arqueólogos, intentaremos (mientras esperamos que algún día aquellos
especialistas dediquen parte de su tiempo a esas “ruinas posmodernas”) reconstruir
provisoriamente la historia de los dos hoteles seleccionados, a partir de una
escueta comparación entre ellos.
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Gran Hotel Viena
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Hotel Balneario
Melincué
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Dos Atlántidas
contemporáneas
El
emprendimiento de cualquier empresa conlleva siempre superar ciertos riesgos. Es
parte del «ser empresario» tenerlos
en cuenta. Pero cuando las inversiones realizadas se enfrentan al poder de una
naturaleza mal conocida e indomable, la mayor parte de las veces el accionar
humano debe dar cuenta ante un destino por lo general catastrófico. La Historia
está llena de ejemplos. Pompeya y Herculano (en Italia), Akrotiri (en Grecia) o la mítica leyenda
de la Atlántida (continente
imaginario que según Platón se hundió, en medio del océano, en una sola noche)
son algunos de los testimonios más conocidos. Y hay muchos más.
En
una sociedad como la nuestra, «fascinada
por los desastres en la vereda de casa», no podemos dejar de considerar dos
historias locales (argentinas) que, por sus paralelismos, sorprenden y convocan
nuestra atención, llevándonos a meditar seriamente en esa agorera frase que nos
dice: «respeta a la naturaleza, porque
ella no tendrá misericordia de ti».
Como
es lógico, una sentencia como ésta implicaría darle a la naturaleza cierta
conciencia vengativa que, hasta la fecha, no ha podido ser probada (a menos
dentro del modelo antropocéntrico dominante en nuestra cultura occidental). Así
todo, el saber popular sigue recurriendo al pensamiento mágico a la hora de
entender porqué se producen ese tipo de desastres.[5]
Debe
ser nuestro sentimiento de culpa, tan bien tallado a lo largo de 2000 años de
catolicismo, el que nos lleva a considerar y actualizar la noción de «castigo». Según parecería, las cosas no
ocurren porque sí. Por eso, cuando las explicaciones no están al alcance de la
mano y el sinsentido —tan presente en infinidad de sucesos— hace acto de
presencia, es muy común recurrir a soluciones sobrenaturales, únicas capaces de
dar satisfacción a nuestros irracionales requerimientos. Entonces, el mundo
desencantado en el que vivimos se transforma. Adquiere conciencia propia y
comienzan a entreverse el accionar de dioses o seres mitológicos, que parecían
haber desaparecido con la conquista europea y la decadencia del pensamiento
mágico. La vieja cosmovisión teocéntrica hace acto de presencia. Desoye lo que
la ciencia nos dice y las deidades autóctonas resucitan arrastradas por las
fuerzas del miedo. Y miedo fue, seguramente, lo que debieron sentir los
habitantes de la Miramar cordobesa y los pobladores de Melincué durante la
segunda mitad de la década de 1970, cuando sus lagunas aledañas (Mar Chiquita y Laguna Melincué, respectivamente)
empezaron a crecer hasta devorarse el esfuerzo de décadas de trabajo y
esperanza. Porque, como dijo Norbert Elias, «La naturaleza carece de sentimientos. No es
buena ni mala para el hombre, es un suceso ciego, sin sentidos ni rumbo, cuya
fuerza y poder son abrumadores en comparación con el poder de la humanidad. Su
curso transcurre en una indiferencia total hacia el individuo».[6]
No
era para menos: el agua salada de la laguna, según prestigiosos médicos, tenía
propiedades terapéuticas, lo que constituía un buen producto para ofertar a los
ricos ganaderos de la región y provincias vecinas. Con sus exclusivas 34
habitaciones y toda una serie de comodidades sumamente atractivas (comedor con
orquesta, playa con casillas de madera, estación de servicio, usina propia,
muebles de origen italiano, un piano de cola para animar las veladas, bowling y,
algo más tarde, pista de aterrizaje) el Hotel Balneario Melincué abrió sus
puertas sólo seis años antes de que lo hiciera el Gran
Hotel Viena, en Córdoba.
Ya
hemos hecho referencia a la historia del Viena en otros trabajos. Por ese
motivo, nos limitaremos a dar de él aquellos lineamientos generales que
concuerden con el emprendimiento santafecino, sin abundar en mayores datos.[7]
Construido a partir de oscuros capitales alemanes, el Gran
Viena también se forjó la fama de ser, ante todo, un centro de salud; un
típico hotel-sanitario que exaltó los
beneficios terapéuticos de su emplazamiento y las virtudes del agua de la laguna
y el fango que sale de ella. De hecho, todo el pueblo de Miramar asentó su
desarrollo turístico en esas bases. Recordemos que la familia de Máximo Palhke
—constructor del gran hotel— acudió al sitio buscando las propiedades curativas
de la Mar Chiquita y que, junto a las 84 habitaciones que el complejo llegó a
tener, levantaron un pabellón termalizado con médico, enfermera y
masajista.
Pero,
en ambos casos, aquellos ojos de agua que les dieron vida fueron, a la larga,
los mismos que se la quitaron.
La
terribles inundaciones de los años ’70 produjeron desasosiego e incomprensión,
tanto en el Viena como en Melincué. Parecía que las lagunas
reclamaban sus tierras al hombre y en medio de tal desastre, no tardaron en
asentarse historias de claro contenido animista y resurgieron las leyendas.
Después, la tradición oral se encargó de conservarlas hasta la fecha. Las volvió
inofensivas, no del todo creídas, pero
aún están.
Dicen
en Melincué que su célebre e insular
hotel —de igual manera que toda la comunidad ribereña— están signados por los
influjos de una maldición nativa. El origen de la misma podemos rastrearlo en
los traumáticos acontecimientos que marcaron la conquista y ocupación de esas
tierras por los españoles, primero, y sus descendiente “blancos”, los criollos de la
independencia, tiempo después. El dolor de siglos toma, así, forma concreta y
hunde sus raíces en el sentimiento de culpa del que hicimos referencia en un
párrafo anterior. Culpa por la matanza indiscriminada de las etnias locales,
pero también, leído desde otro punto de vista, como una clara declaración de
resistencia aborigen a la invasión practicada por la “civilización”. Sea como
sea, la leyenda de la laguna de Melincué sigue sonando; y especialmente cuando
baja el sol y la capacidad de raciocinio se aletarga un poco, hasta es tenida en
cuanta seriamente a la hora de explicar el motivo de las desastrosas
inundaciones que asolaron esa comarca santafecina.
Melincué nació en 1775 como fortín. Su objetivo: proteger la ruta
que comunicaba el puerto de Buenos Aires con la ciudad de Córdoba, es decir que,
como zona de frontera, fue de suyo la violencia.[8] Durante las campañas destinadas a
erradicar a los “salvajes” de sus territorios no se escatimaron esfuerzos y en
1850 se produjo una fuerte avanzada militar contra la toldería mayor del cacique
ranquel Melín. El ataque fue
sorpresivo. Los ranqueles fueron emboscados a orillas de una laguna (hoy Laguna
Melincué) y pasados todos por las armas, incluso su pequeño hijo, Cué.
Según
cuenta la tradición, sólo la esposa del cacique, Nube Azul, puso salir con vida, aunque
con profundas heridas. Montada sobre su caballo alcanzó una de las islas y allí,
con el último aliento en la punta de su boca, lanzó una furibunda maldición
contra los blancos, en nombre de Melín y Cué, ya fallecidos. Sentenció a las
aguas que crecieran hasta tapar todo; que no tuvieran contemplación y
mantuvieran a los nuevos moradores del sitio en alerta permanente. Desde
entonces, pausadamente, la maldición fue cobrando efecto.[9]
El
mismo año en que se inauguraba el Hotel Balneario Melincué (1933), una
crecida anegó el pueblo, amenazó el emprendimiento y dio su primer aviso. Pero
habría que esperar hasta 1941 para que el complejo isleño tuviera que ser
abandonado, al sufrir la primera inundación seria. Permaneció cerrado hasta
1967, año al partir del cual se inició su verdadera Edad Dorada, que se prolongó hasta 1975,
que fue cuando la venganza de Nube
Azul terminó por completarse. Ese año, en el mes de marzo, una impresionante
lluvia elevó el nivel de la laguna, anegó todo el hotel y parte el pueblo. Pero
esta vez el agua no se detuvo. Avanzó hasta sumergir las islas y en 1980 el
edificio fue tragado por el oleaje. Así permaneció por espacio de más de veinte
años, antes de emerger en ruinas.
Los
más románticos o supersticiosos del pueblo proponen actualmente un acto de
desagravio al desgraciado Melín, su
hijo y esposa: levantar en el sitio un monumento que limpie su memoria y la
resguarde para la posteridad. Quizás así, las aguas nunca más regresen.[10]
Para
no ser menos, la laguna de Mar Chiquita, a la vera del Gran
Hotel Viena, tiene también su propia leyenda local. En su caso no es una
india rebelde y vengativa, sino una diosa aborigen llamada Ansenuza.
Recopilada por Marcelo Montes Pacheco para una brevísima historia
de la ciudad de Miramar, la historia cuenta que una diosa del agua muy bella
vivía en un palacio de cristal en el fondo del “mar” (Mar de Ansenuza, conocida
hoy con el nombre de Mar chiquita) y cuyo carácter solía ser cruel y egoísta, reclamando como
ofrenda a los primeros pobladores de esas tierras cordobesas el primer amor de
todos los mancebos. Pero un día llegó hasta la laguna un príncipe indio
malherido en una guerra, lamentándose no poder sobrevivir a ese duro trance para
conocer y admirar la belleza de la deidad. Ella, conmovida, se enamoró
perdidamente de él y enfurecida por el brutal destino que le esperaba al
muchacho, se convulsionó. Las aguas se volvieron inquietas y tras un fuertísimo
trueno, el cielo lloró con ella y toda la laguna fue un caos, durante todo un
día y su noche. Al amanecer, el joven príncipe aborigen —que se encontraba
tendido en la playa— advirtió que sus heridas estaban curadas y cicatrizadas.
Abrió los ojos. Algo había cambiado. La playa era blanca y las aguas, dulces
hasta ese momento, se habían vuelto saladas y turbias. Entonces el muchacho
recordó a la hermosa mujer que lo acariciara antes de que cerrara los ojos y de
pronto se sintió sano, pero con un poderosísimo deseo de meterse en la laguna. Y
lo hizo. Caminó hasta que el agua le llegó a la cintura y después nadó. Pero no
se hundía, sino que flotaba como si unos brazos femeninos le acariciaran el
alma. Siguió nadando hasta que un rayo de sol lo convirtió en flamenco, guardián
eterno de la diosa del mar. Desde entonces las aguas del mar de Ansenuza son
milagrosamente curativa.[11]
Pero
de la misma forma que dio propiedades milagrosas a sus aguas favoreciendo el
futuro turismo termal, la diosa también quita. Y cada vez que lo hizo, sobrevino
el desastre.
La
inundación de 1977-1985 no fue repentina. El crecimiento del nivel de la
oceánica laguna resultó ser un proceso de mediano y largo plazo, pero
irreversible. Nada se pudo hacer contra la fuerza del agua. De nada sirvieron
los bloques de cemento que el municipio colocó todo a lo largo de la costanera
de 3 Km. Inútil resultaron las máquinas que bombeaban el agua , devolviéndola al
“mar”.
La
vieja diosa Ansenuza tomaba lo que por derecho natural le era propio y toda la
tecnología de la
Pero
la laguna no se detuvo.
Los
rezos (seguramente muchos) no fueron escuchados, tal vez porque la diosa local
no entendía el dialecto de los inmigrantes, ignorantes de la lengua aborigen
(erradicada y olvidada desde los días de la conquista).
El
saldo final fue catastrófico. Más de la mitad del pueblo (un 60 %) quedó bajo
las aguas, exhibiéndose como un cadáver, flotando ante la azorada y dolida
mirada de los habitantes.
Era
insoportable convivir con esas ruinas por delante. Miles de sueños, proyectos y
décadas de esfuerzo se vieron truncados en pocos años. Los techos de las casas
particulares, que emergían del agua como ballenas hechas de tejas, devolvían a
diario la recreación de la tragedia. Hoteles, centros de salud, el casino, la
Terminal de ómnibus y 37 manzanas habitadas se desgastaban por las olas y la
salinidad de la laguna. Era como vivir con el cadáver de un ser querido a la
vista de todos. Por eso, en 1992, el gobierno municipal decidió demoler lo que
quedaba de la vieja y anegada Miramar, contratando los servicios del Tercer
Cuerpo de Ejército.
En
1980, la inundación —iniciada en enero de 1977— llegaba a los pies del Gran
Hotel Viena. Emprendimientos de corta vida mantuvieron al edificio
ocupado y en funciones. Pero en 1985 el agua salada de la laguna alcanzó los
subsuelos del hotel y debió cerrar por completo sus
puertas.
Tanto
en Melincué como en Miramar, el desamparo se hizo paisaje. El agua y el fango
curativos, que prometían alivio y recuperación a las dolencias del cuerpo,
terminaron ocasionando un dolor profundo en las almas ribereñas y, como dice el
escritor Luis Gusmán, desde entonce los intendentes «trataron de construir —en los folletos
turísticos— una naturaleza benefactora, casi artificial, que les haga olvidar el
desastre provocado por la inundación».[12]
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Hotel Balneario
Melincué
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Gran Hotel
Viena
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Insularidad
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La
vocación al aislamiento, que se advierte en ciertos sectores altos de la
sociedad, es un comportamiento recurrente a lo largo del tiempo. Ya sea por
miedo al “otro” o por la búsqueda de
un exclusivismo tendiente a agrupar a la «gente conocida» dentro de un ámbito que
alimente la endogamia económica y social, el ponerse voluntariamente aparte se
conseguía de dos formas: conservando altos los precios de admisión (ambos
hoteles eran caros y no estaban al alcance de todo el mundo) o manteniendo a
raya al «proletariado interno»
utilizando vallas físicas que iban desde cercamientos vegetales, murallas,
guardias armados de seguridad (como dicen fue el caso en el Gran Hotel Viena) o, simplemente, el uso
estratégico de la lejanía que, en el caso del Hotel Balneario Melincué, se
materializaba en la construcción del complejo en el centro de una isla de la
laguna.
Como
si fuera un feudo de privilegiado confort, la floreciente industria de la alta
hotelería (claro producto de la burguesía del siglo XIX) imponía
restricciones.
Sólo
cuando éstas se rompían el universo de sociabilidad cambiaba. Entonces, con esas
«alteraciones» a la exclusividad, se
le daba al hotel el golpe de gracia que lo llevaba a perder a su selecta
clientela y con ella todo el glamour que lo había convertido en un «mundo diferente».[13]
Entre
18 y 20 cuadras eran las que separaban al Gran
Hotel Viena y su «barrio
alemán» del resto de Miramar. Era aquella una zona aislada, diferente del
resto del casco urbano y a la que muy pocos iban si no eran convocados por algo
especial y cuando eso ocurría la vigilancia se exacerbaba al máximo.[14] La vida en el Gran
Viena transcurría aparte. Un invisible muro de costumbres,
comportamientos distintivos y prejuicios lo mantenían aislado. Quizás ese haya
sido el motivo por el cual nunca fue sentido como propio por los habitantes del
pueblo y sólo recientemente se haya convertido (ya en ruinas) en un símbolo
regional y local.
En el
caso del Hotel Balneario Melincué la
separación era mucho más tajante. La automarginación del edificio quedaba
evidenciada por estar construido en una isla (literalmente hablando) y
comunicado con «tierra firma» por una
pasarela de 1500 metros (quince cuadras) realizada con palos de quebracho.[15] Por ella debían transitar caminantes
y autos para llegar hasta las instalaciones y comodidades del
hotel.
Esta
ruta hacia la exclusividad fue lo primero que desapareció con la crecida de
1975, obligando a los concesionarios del hotel (adquirido por la provincia de
Córdoba en 1971) a usar lanchas y botes de remos para llegar hasta la isla. A
partir de entonces, el aislamiento se aseguró para
siempre.
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Hotel Balneario
Melincué
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Gran Hotel Viena
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Éxodos y renacimiento
|
La
gente se aquerencia a los lugares hasta un cierto punto. No todos tienen la
fuerza de voluntad de resistir un desastre. Así todo, los dos ejemplos que
venimos comparando nos muestran un último aspecto en común: el éxodo tras las
inundaciones y, transcurrido cierto tiempo, un actual resurgimiento no exento de
nostalgia por la edad de oro que ya no está.
En su
momento de mayor expansión turística, Melincué llegó a tener casi 7000
habitantes y un promedio de 15.000 visitantes por fin de semana, durante la
temporada de verano. Todo parecía funcionar bien, hasta que el agua empezó a
avanzar sobre el pueblo. Actualmente su población estable no llega a las 3000
personas y hasta no hace mucho tiempo fue una planicie chata y aburrida
recostada sobre las costas de la laguna.
Asimismo, Miramar también sufrió el flagelo de una migración
masiva. Su población se redujo de 4.200 habitantes en 1976 a 2300 personas según
el censo de 1991.
Crisis, desamparo, desesperación, resignación y tristeza. Así
vivieron estos dos pueblos los años posteriores al «diluvio». Pero no hay mal
que por bien no venga. Hoy las aguas se han retirado (fenómeno que se inició
aproximadamente desde el año 2006) y la vida renace con optimismo. Muchos han
regresado al pago y nuevas empresas empiezan a remover los escombros y renovar
la vida económica y turística local. Claro que sus antiguos símbolos ya no están
como antes.
El Hotel Balneario Melincué, de vuelta
comunicado con la costa por la vieja pasarela (emergida), es hoy un palomar. Las
aves lo han hecho propio y recolonizado tras 20 años de estar sumergido bajo las
turbias aguas de la alguna. Su estado es calamitoso, pero su perfil y la
historia que trasunta nos recuerda lo que seguramente algún día puede volver a
pasar.
El Gran
Hotel Viena convoca actualmente a miles de turistas por temporada. Una
extraña fascinación atrae a la gente a ese lugar, tan lleno de preguntas sin
responder. Como sombra de una época que no volverá, es núcleo de recuerdos
nostálgicos y una callada lección a la soberbia humana. La diosa Ansenuza le ha
dado una nueva oportunidad. ¿Hasta cuándo? Eso nadie lo sabe a ciencia
cierta.
No olvidar.
Esa
es la consigna que las ruinas de ambos hoteles parecen expresarnos cuando los
observamos en sus actuales condiciones.
Como
aquel personaje que sostenía una corona de laurel hecha de oro sobre la cabeza
de los generales romanos que regresaban exitosos del frente de batalla, mientras
le decía al oído «Recuerda que eres
mortal»,
El Viena y el Hotel Balneario Melincué parecen
repetirnos lo mismo.
Fernando Jorge
Soto Roland
Apéndice
Cuadro comparativo |
Gran Hotel Viena
|
Hotel Balneario
Melincué
|
Inauguración de su primer etapa:
1938
|
Inauguración:
1933
|
Claro mojón visual en el pueblo de Miramar (Córdoba)
|
Claro mojón visual en el pueblo de Melincué (Santa Fe)
|
Inundación iniciada en 1977
|
Inundación iniciada en 1975
|
El agua alcanza los
sótanos del hotel en 1985
|
El agua tapa por
completo el hotel en 1980
|
Ubicación frente a la laguna de Mar Chiquita (Mar de
Ansenuza)
|
Ubicación frente a la Laguna de Melincué
|
Leyenda de la diosa Ansenuza
|
Leyenda de Nube Azul
|
Aislamiento geográfico (y social)
|
Aislamiento geográfico (y social)
|
Éxodo de habitantes tras la inundación
|
Éxodo de habitantes tras la inundación
|
Bibliografía
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la evolución de la humanidad, Barcelona, Ediciones península.
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HOBSBAWM, Eric (1995). Historia del Siglo XX, Barcelona,
Editorial Crítica.
RICOUR, Paul (2000). La
Mémoire, L’’Historie, L’’Oubli, París, Ed. Seuil.
SEBRELLI, Juan José (1970). Mar
del Plata, el ocio represivo, Buenos Aires, Editorial Tiempo
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SOTO ROLAND, Fernando Jorge (2009). Gran
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Así cómo: Apostillas a la historia del Gran Hotel
Viena, edición digital, http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/apostillas_a_la_historia_del_gran_hotel.htm
; Gran Hotel Viena. Domesticación del paisaje,
vida cotidiana y turismo. Una aproximación a su “Edad Dorada”
(1960-1980), edición digital, http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/gran_hotel_viena_domesticacion.htm
y Hitler y los misterios del Gran Hotel
Viena, edición digital, http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/hitler_y_los_misterios_del_gran.htm
ZAPATA, Mariana (2006). Memorias de la Mar. Mira-Mar. Pacto
Fundacional y Resurgir de un Pueblo, Córdoba, Asociación Amigos del
Patrimonio Histórico de Ansenuza Suquía Xanaes.
|
FJSR
Notas:
* Historiador. Profesor en Historia por la
Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
[1] El Gran
Hotel Viena está siendo actualmente reacondicionado en algunos de sus
sectores, gracias a la ingente tarea llevada a cabo por la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel
Viena. Estos entusiastas miramerenses son los responsables de conservarlo no
sólo desde un punto de vista estructural y arquitectónico, sino también desde un
ángulo histórico puesto que a instancias de sus miembros se está llevando a cabo
una recopilación de información muy valiosa que permite empezar a escribir una
parte de la historia oral de esa emblemática construcción
cordobesa.
[2] HOBSBAWM, Eric
(1995). Historia del Siglo XX, Barcelona,
Editorial Crítica, p.13.
[3] Ibídem,
p.13.
[4] RICOUR, Paul
(2000). La Mémoire, L’’Historie, L’’Oubli,
París, Ed. Seuil, p.1.
[5] Nota: Incluso con
la muerte —hecho de por sí muy natural— he visto a agnósticos y ateos militantes
bajar la guardia ante ella, justificándose con frases como: «Y bué… Dios así lo
quiso».
[6] ELIAS, Norbert
(1985), “Las Fuerzas de la Naturaleza”, en Humana Conditio. Consideraciones en torno a
la evolución de la humanidad, Barcelona, Ediciones península, pp.
16.
[7] Véase: SOTO ROLAND,
Fernando Jorge (2009). Gran Hotel Viena, edición digital,
www.espaciolatino.com . Así cómo: Apostillas a la historia del Gran Hotel
Viena, edición digital, www.espaciolatino.com; Gran
Hotel Viena. Domesticación del paisaje, vida cotidiana y turismo. Una
aproximación a su “Edad Dorada” (1960-1980), edición digital, www.espaciolatino.com y Hitler y los misterios del Gran Hotel
Viena, edición digital, www.espaciolatino.com.
[8] Nota: como
testimonio de aquellos días da cuenta un mangrullo y un completo museo histórico
de sitio.
[9] Los moradores más antiguos aseguran que en noches de
lluvia, el espíritu de la india sopla y sopla para que el agua llegue al pueblo
y dicen también que hasta que no haya un acto de desagravio por tamaña matanza,
su espíritu lleno de furia, dolor y amor por su familia y su pueblo seguirá
rondando, y los males no cesarán de llegar sobre la población y el espejo de
agua.
[10] Curiosamente en
Miramar hay un proyecto presentado para colocar en la laguna de Mar Chiquita una
escultura de la diosa local.
[11] ZAPATA, Mariana (2006). Memorias de la Mar. Mira-Mar. Pacto
Fundacional y Resurgir de un Pueblo, Córdoba, Asociación Amigos del
Patrimonio Histórico de Ansenuza Suquía Xanaes.
[12] GUSMÁN, Luis
(1999). Hotel Eden, Buenos Aires, Grupo
Editorial Norma, p.23.
[13] SEBRELLI, Juan
José (1970). Mar del Plata, el ocio represivo,
Buenos Aires, Editorial Tiempo Contemporáneo SRL., p.51.
[14] Nota: Un residente
nativo de Miramar, propietario actualmente de un excelente complejo de cabañas
sobre la costa de la laguna de Mar Chiquita, y cuyo padre se dedicaba, hace
años, a la reparación y mantenimiento de los equipos eléctricos del pueblo, me
comentó que su progenitor solía ir al Gran Hotel Viena cuando el ascensor se
descomponía y que mientras le hacía el servicio tenía a dos vigilantes por
detrás suyo, que no lo deja ni a sol ni a sombra. Es necesario advertir que un
ascensor en aquellos años —y en ese pueblo— era toda una novedad tecnológica,
muy poco común.
[15] Nota: «A ese balneario había que ir con lujos y con
plata, porque los pobres no entraban». Testimonio de Marcela Ponce. Fuente:
Internet.
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
diciembre de 2009
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