Las Ciudades Perdidas del Perú
Por
Profesor en Historia
Las hay de todos los metales y
tipos. Están las habitadas y las deshabitadas; las que se ubican en lo alto de
las montañas, en las impenetrables florestas amazónicas o, incluso, las
construidas bajo tierra. Pueden ser de oro o de plata; puede que estén encantadas o simplemente protegidas por
mil peligros (reales o imaginarios), que van desde serpientes venenosas a
celosos aborígenes. Pero el verdadero encanto que todas las ciudades perdidas poseen es que,
precisamente, están perdidas.
Pero el mito rara vez desaparece y
los descubrimientos que se realizan no hacen otra cosa que transformarlo y
aumentarlo. "Si tal ciudad que se creía perdida para siempre ha sido
hallada, ¿por qué no puede suceder lo mismo con tal otra?". Este
sencillo argumento se encontró, una y otra vez, en boca de grandes exploradores
que, con mayor o menor fortuna, se lanzaron a la búsqueda. Quizás sea Hiram
Bingham, descubridor de Machu Picchu, el arquetipo más acabado del
tenaz personaje que
nombramos; aunque no todos los buscadores de ciudades perdidas han tenido la
suerte que él tuvo. Detrás de esa reducida legión de soñadores con éxito se
aglomeran un sin fin de exploradores anónimos que continúan invirtiendo tiempo
y dinero, tras lo que aparentemente constituyen imaginarias construcciones.
Pagan un precio que la mayoría jamás lamenta, ya que es lo que les da sentido a
sus vidas.
En casi todos los continentes
existen estos imanes poderosos. Muchas selvas y rincones montañosos del mundo
conservan leyendas sobre ciudades perdidas, pero el continente americano es el
más privilegiado al respecto. En él, abundantes productos de la fantasía
literaria cobraron una existencia supuestamente real y "de los libros [...] salió una muchedumbre de
fantasmas, encaminados a rellenar los vacíos del hemisferio que nadie había
visitado"[1].
A pesar de los cinco siglos transcurridos, muchos de ellos continúan tan
vigentes como al principio. La lista de estos lugares es larguísima y han
arrastrado a más gente, por más tiempo, que ningún otro mito.
Somos claramente conscientes de que las proyecciones del
imaginario se potencian cuando uno se encuentra en plena jungla y que la
percepción que se adquiere del inmenso espacio geográfico del Perú oriental se
ve impregnada por símbolos ya clásicos del imaginario europeo, esos que hemos
venido leyendo en novelas y cuentos desde que éramos niños. La imagen del
tesoro enterrado, de las sociedades perdidas y de la aventura en su sentido
etimológico ("lance extraño y peligroso") no dudan en aparecer cuando
uno gira trescientos sesenta grados la mirada y lo único que observa es una
infranqueable masa de árboles, lianas y raíces. Alguien se preguntó una vez, ¿cómo podría un hombre pasar su vida
observando una puerta sin abrirla? En mi caso personal esa puerta
cerrada se ubica en el Perú y tiene un cartel que dice: Paititi.
Expresan en el Cusco que más allá de los límites con la selva
se levantan, majestuosas y olvidadas, las ruinas del Gran Paititi, una supuesta
ciudad incaica que conserva, entre sus mohosos muros, los tesoros que los
últimos miembros de la elite inca escondieran ante la conquista española. Tan
evanescente como El Dorado, la leyenda del Paititi sigue poseyendo febriles
creyentes, como también escépticos detractores que, en un debate no
oficializado por la ciencia, mantienen viva la presencia de la mítica ciudad en
el imaginario colectivo de todo el Perú. El problema
radica, entonces, en responder, con la mayor exactitud que nos sea posible,
tres preguntas claves: ¿qué significa el término Paititi?, ¿De qué cultura fue,
efectivamente, parte? y ¿En dónde se levantarían sus supuestas ruinas?
Para cada una de estas cuestiones
existen respuestas variadas. Empecemos, pues, por la primera.
Ninguna de las crónicas españolas
que hayamos leído dan una definición etimológica de Paititi. Toman el nombre de la tradición oral y simplemente lo
utilizan sin excavar demasiado en el asunto[3].
Lo describen, lo elogian y adornan con mil maravillas, pero ningún español del
siglo XVI pretendió dar con el sentido exacto del término. Recién en nuestros
días, investigadores y fanáticos creyentes, han sostenido que la palabra es de
origen quechua y que deviene de una alteración del término Paykikin, que en castellano
significaría "como él" o "igual a ese", e incluso "igual al otro"[4]. Pero, ¿qué otro?. Según este criterio,
el "otro", "ese", "él", no sería sino el Cusco mismo. Es decir, que una
traducción literal del término al castellano sería "como el Cusco", pretendiendo
con ello hacer suponer que la ciudad del Paititi (como se ve, ya se
sobreentiende que es una ciudad) fue una réplica exacta de la antigua capital
imperial.
Experimentados lingüistas
manifiestan que el argumento anterior es falso. "En quechua, decir 'como el Cusco', se expresa así: Qosqo Jina o también Qosqo Kikillan. Decir 'como
él', se expresa pay kikillan, o también
pay kikin, jamás Paititi. Pero la expresión 'como él', así suelta es incompleta y ambigua, vacía. Por lo tanto no hay ni
hubo argumento para pensar que 'él'
correspondiera precisamente a la ciudad del Cusco" [5].
Otras traducciones sostienen que
Paititi significa "dos colinas", "dos pumas", "dos
metales", "segundo imperio", "así", etc.
Lo cierto es que el significado
literal de este nombre aún no ha sido encontrado. Como argumenta el profesor
Daniel Heredia, "probablemente
pertenezca a un idioma de la región selvática y que tenga una raíz
tupí-guaranítica". Esto nos conduce, pues, a la segunda cuestión: ¿A qué
cultura perteneció el Paititi?
Para el escritor peruano Ruben Iwaki
Ordoñez, autor de un "clásico" en el tema[6],
no cabe la menor duda de que el Paititi es una ciudad incaica, protegida por
indios salvajes y contenedora de estatuas de oro de inmenso valor. Según
Ordoñez, en ella se escondieron los tesoros cusqueños cuando los españoles
invadieron el Perú. Esta hipótesis es la que más ha calado en el imaginario
cusqueño de la actualidad y es, como puede advertirse, la que posee raíces más
coloniales. Misma opinión defiende el Padre Juan Carlos Polentini Wester en su
obra Por
las Rutas del Paititi y Fernando
Aparicio Bueno[7].
Pero existe otra teoría que, a
nuestro modesto entender, puede que sea la que se acerca más a la realidad, y
que sostiene que el Paititi fue un reino amazónico, "una avanzada cultura de la selva, superior a
las demás y con una vasta influencia, que los incas conquistaron culturalmente
(no militarmente) haciéndoles adoptar leyes, costumbres, vestidos e idolatrías"[8]. Al
respecto, el célebre explorador arequipeño Carlos Neuenschwander Landa,
escribió: "[...] El
Paititi habría existido, en realidad, como un vasto reyno (sic) que agrupaba a
los pueblos que habitaban las grandes cuencas del Amaru Mayo o Madre de Dios y
del Beni. [...] Según Garcilaso, los incas trataron de conquistar al Paititi o
Reyno de los Musus (o Mojos). [...] El Antisuyu habría sido, pues, una región
de fronteras de expansión y retracción variables donde se aglutinaban [...]los
pueblos y las culturas del Imperio de los Incas y del Reyno del Paititi. En la
vertiente oriental de la
cordillera de Paucartambo, el proceso de colonización mezclada había dejado
como huella, numerosas poblaciones, caminos y otros vestigios, ubicados en las
cumbres, narigadas y laderas de los contrafuertes que descienden a la selva y
que la tradición conservó en nombres como Apu-Catinti, Callanga, Mameria,
Yungary, Pantiacolla y Huchuy Catinti. Erróneamente, en la actualidad, a todas
ellas se les denomina genéricamente como Paititi, queriendo significar con
ello, no una concentración determinada de ruinas, sino más bien restos
arqueológicos (de una ciudad) ocultos por la selva que cubre esa intrincada
franja territorial"[9].
Por su parte, el escéptico Víctor
Angles deja abierta la posibilidad de que efectivamente el Paititi haya podido
ser una cultura amazónica[10].
Pero
también están los otros, aquellos que arrastrados por un excesivo espíritu de
resistencia, siguen afirmando que el Paititi no es una ciudad muerta, sino un
centro urbano que todavía congrega a una importante comunidad de incas vivientes
que, protegidos por la selva, han podido resguardar sus costumbres, rituales y
creencias de un modo intacto.
Además, en la zona de Chinchero y Urubamba (muy cercanas al
Cusco), o la región del valle San Miguel-Kiteni (al norte de Quillabamba, en
plena selva tropical), los aborígenes creen que el Paititi es el verdadero
refugio de los últimos incas y que aún están escondidos en la selva. Incluso,
sostienen que algunos de ellos se han podido comunicar con las gentes del
Paititi, aunque no conocen el sitio donde está.
Mientras nosotros encaminábamos nuestras botas hacia las
ruinas Vilcabamba "La Vieja" pudimos colectar variadas versiones
sobre el tema, y en todas ellas advertimos dos denominadores comunes: uno, es
el temor que el Paititi despierta; y dos, el respeto y admiración que se siente
por algo que, hasta ahora, es sólo un nombre.
En síntesis, se podría decir que, con o sin oro, alimañas o indios
protectores, la tradición oral le da al Paititi dos posibilidades: la primera
(más lógica y posible), que sea uno o varios yacimientos arqueológicos (ruinas)
perdidos en la selva; y la segunda (más imaginaria, pero con una fuerte dosis
inconsciente de resistencia), que sea una ciudad en la se conservan los
auténticos incas descendientes del viejo Tahuantinsuyu, esperando el momento
adecuado para reeditar el perdido esplendor.
Nos queda por intentar contestar la tercera y
última cuestión: ¿En dónde se levantan los supuestos cimientos del perdido
reino o ciudad del Paititi?
Si bien todos coinciden en ubicarlo
hacia el oriente del Cusco, existen discrepancias muy marcadas entre los
investigadores. El "oriente" es muy extenso; por lo tanto, sindicar
esa dirección sin especificar (justificadamente) un sitio concreto, de poco
sirve. Generalizaciones de este tipo lo único que promueven es la catalogación
de cualquier resto arqueológico con la atractiva etiqueta de
"Paititi". Cosa que ya ha ocurrido en el pasado, y sigue ocurriendo.
Tras comparar las hipótesis más
conocidas, y de gran circulación en la actualidad (tanto de forma escrita como
oral), hemos podido detectar que dos sectores son los que se disputan la
posesión de la tan mentada "ciudadela" incaica.
El primero es el que corresponde a la denominada Meseta del
Pantiacolla. Ésta se levanta en territorio peruano, en el actual Departamento
de Madre de Dios, y generalmente es la preferida por los cusqueños[11].
Los autores que se encolumnan detrás de esta hipótesis son: Ruben Iwaki Ordoñez[12];
el anónimo, esotérico y delirante "Brother Philip"[13];
el Padre Juan Carlos Polentini Wester[14];
el explorador arequipeño Carlos Neuenschwander[15];
Fernando Aparicio Bueno[16]
y el historiador y restaurador cusqueño Enrique Palomino Díaz[17].
Todos ellos afirman que habría que circunscribir el área de búsqueda en la zona
determinada por los 13º - 12º Latitud Sur y los 72º -71º Longitud Oeste
(territorio enmarcado por los ríos Manú, al norte; Madre de Dios al oeste; y
Paucartambo al sur).
Esta región es muy rica desde el punto de vista arqueológico
y, tenemos que admitirlo, con muchos misterios por resolver. Con toda
seguridad, en el futuro la región del Pantiacolla arrojará nuevos materiales de
investigación. Queda muchísimo por hacer allí.
Así todo, nosotros creemos que si del Paititi queda algo,
debemos buscarlo mucho más hacia el Este. La región de la famosa meseta no fue
sino un corredor, un lugar de paso, que condujera a los incas hacia lo que hoy
día serían territorios del norte de Bolivia y oeste de Brasil. Arribamos,
entonces, al segundo sector en cuestión.
Todos los documentos coloniales, o
al menos los que hacen referencia de manera más específica al Paititi, dicen
ubicarlo a unas 200 leguas[18]
de Cusco (aprox. 1.100 Km
al Este); y esto nos lleva mucho más allá de Pantiacolla. Los historiadores que
apoyan esta hipótesis fundan sus dichos amparados en estas fuentes escritas de
los siglos XVI y XVII (que dan distancias aproximadas, nombran ríos y señalan
accidentes geográficos), y no tanto en la tradición oral que circula hoy en la
sierra. Por eso les asignamos un mayor crédito.
Dos de los más reconocidos
investigadores que defienden esta posición son: el historiador argentino
Roberto Levillier y el cusqueño Daniel Heredia.
Partiendo del supuesto de que el
Paititi no fue una creación de la mente, R. Levillier, reitera en más de una oportunidad
que sólo el oro en masa era fábula, y que todos los informes escritos, dejados
por conquistadores, misioneros, soldados y aventureros durante el proceso de
conquista y colonización, señalan a las
Sierras de Parecis (hoy territorio de Rondonia, en el Matto Grosso brasileño)
como el sitio en el que se ocultaron los últimos incas. Incluso ubica con
exactitud su posible emplazamiento cuando escribe:
"Las Provincias del Paititi se extendían desde la proximidad del río
Madeira, por 11º de Latitud Sur y 64º de Longitud Oeste, con inflexión Sudeste
hasta las cabeceras del río Paraguay, en 13º Latitud Sur y 57º Longitud
Oeste." [19]
Por su parte, Daniel Heredia, tras
un concienzudo manejo de fuentes documentales, concluye que el suelo boliviano es el escenario
histórico buscado, ya que:
"Si bien la ubicación del
Paititi o reino de los Musus puede que esté a una distancia probablemente
exagerada o deficiente, un promedio prudencial lo situaría entre los 10º y 11º
de Latitud Sur, y los 67º y 65º de Longitud Oeste; en la zona de la confluencia
de los ríos Beni, Amarumayo (Madre de Dios) y Mamoré, sobre el arco que forma
éste último en la zona, al norte de la ciudad de Riberalta" [20].
Cuando regresamos al Cusco, tras doce largos días de caminata
y exploración, algo había cambiado dentro de mí. Ya no era el escéptico de
antes. La selva y su imponente majestuosidad me habían hecho ver la realidad
histórica de una manera diferente. El romántico sueño de las ciudades perdidas era aún posible y las
espesas selvas de la región "tampú" podían albergar todavía restos de
ciudadelas no catalogadas. Toda la zona explorada, esa a la que se llega
remontando el cauce los ríos Vilcabamba y Pampaconas, es una verdadera mina sin
explotar. Son pocos los yacimientos arqueológicos debidamente clasificados,
deforestados o convenientemente conservados, y muchas las referencias que los
lugareños hacen respecto de muros, palacios y templos que ocasionalmente
encuentran tapados por la espesura, pero a los que luego pocos se animan a ir, y
menos aún denunciar. Como de manera muy
acertada me dijera un especialista norteamericano, destacado por la Universidad
de California en Cusco: "Si los
historiadores y arqueólogos europeos, que mueren por un simple jarrón o plato
de origen griego, supieran lo que se puede encontrar en estos valles,
cambiarían de especialidad. ¡Estamos
hablando de ciudades enteras, y pocos saben o creen en ello!".
Pero este
provincialismo mental es entendible en muchos intelectuales de escritorio;
especialmente en aquellos que jamás han transpirado debajo del húmedo manto de
la selva, ni han conocido la inmensidad el escenario en el que se desarrolló el
capítulo final del drama precolombino. Para muchos de ellos, que sólo han sido
entrenados para mantener sus narices pegadas al suelo (de preferencia, bajo el
suelo) o a la tinta oscura de los documentos de una biblioteca, el árbol les
impide ver el bosque. Sentados en sus mullidos sillones de burócratas y
"académicos", raras veces gastan energías en encontrar ciudades perdidas.
No sería científico, aducen. Y, por lo tanto, raras veces son ellos quienes las
encuentran. Aquellos que lo intentan, o sólo piensan que es posible
encontrarlas, son tildados de "herejes", y reciben, como respuesta a
esas inquietudes, sarcásticas sonrisas de desaprobación. Lo que no advierten es
que el problema no son los herejes, sino los mediocres.
Muchas ciudades perdidas esperan
todavía ser descubiertas, y el renovado ímpetu que la selva ha despertado en
muchos exploradores e investigadores nos darán la razón en el futuro. Casi
todos los meses nuevos restos arqueológicos, antes no tenidos en cuenta, nos
obligan a re-escribir parte de la historia de este continente. Quizás las
ruinas del Paititi estén aguardando a su Hiram Bingham para salir de las brumas
en las que ha estado durante tanto tiempo. Y es probable que nos decepcionemos
al verlas, ya que advertiremos cuántas fantasías se han depositado en ellas.
Lo cierto es que hoy ya no negamos
la existencia de lazos entre la sierra y la selva (incluso la costa) en el Perú
prehispánico. El hallazgo de cerámica costera en pleno corazón del Amazonas nos
induce a pensar que esos contactos no fueron mitos, sino una palpable realidad.
También sabemos que los incas se internaron
mucho más "adentro" de lo que suponíamos, y que es lógico
pensar que levantaran en esos territorios fortalezas y puestos de avanzada. La
ciudad de Vilcabamba "La Vieja", y las decenas de construcciones
incas erigidas en la selva tropical, constituyen una prueba objetiva del alto
grado de adaptabilidad que tuvieron los cusqueños. Por otra parte, las enormes
dificultades que nosotros mismos experimentamos al ingresar en esa zona de
resistencia (precipicios, ríos impetuosos, calor insoportable, insectos, denso
follaje) nos han hecho dudar que la última dinastía quechua rebelde haya
terminado efectivamente en 1572, al caer Vilcabamba en poder de los españoles.
Es muy probable que los incas residuales (aquellos que lograron sobrevivir a la
captura de Túpac Amaru I) hayan podido huir
y conservar hasta mediados del siglo XVIII su aislado predominio de
invictos, protegidos por la selva y los desbordes de los ríos[21].
Probablemente sus descendientes se dispersaran entre las tribus selváticas,
tras varios siglos de convivencia.
Fernando J. Soto Roland
Profesor en
Historia
* Profesor en
Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y codirector de la
Expedición Vilcabamba '98.
[1] Arciniegas, Germán, América
en Europa, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, pág. 35.
[2] Expedición co-dirigida por los profesores Eugenio César Rosalini,
Juan Carlos Gasques y quien escribe este texto.
[3] NOTA: Véase el testimonio
del Padre Diego Felipe de Alcaya, en el que traduce la palabra Paititi como
"Aquel Plomo"(de Pay, "aquel"; y Titi "plomo").
[4]Véase: Bueno, Fernando
Aparicio, En Busca del Misterio del Paititi, Editorial Andina, Cusco,
Perú, 1985, pág.19.
[5] Angles Vargas, Víctor,
op.cit. pág. 71.
[6] Ordoñez, Ruben Iwaki, Operación
Paititi, Editorial de Cultura Andina, Cuzco, 1975.
[7] Polentini Wester, Juan
Carlos, Por las Rutas del Paititi, Editorial salesiana, Lima, 1979. -
Bueno, Fernando Aparicio, op, cit. Pág. 168
[8] Heredia, D., op.cit. pág.
28-30.
[9] Neuenschwander Landa,
Carlos, Paititi en las Brumas de la Historia, Cuzzi y CIA S.A.,
Arequipa, Perú, pág. 140.
[10] Angles Vargas, V.,
op.cit. pág.57.
[11] NOTA: Al Paititi ubicado
en la meseta de Pantiacolla se podría ingresar siguiendo tres rutas
alternativas: La primera, siguiendo el valle del río Lacco; la segunda, por
Paucartambo y, la tercera, aunque menos común, partiendo de las ruinas de
Espíritu Pampa (Vilcabamba "La Vieja") tras atravesar el Pongo de
Mainique. Archivo del autor,
[12] Ordoñez, Ruben Iwaki, Operación
Paititi, op.cit.
[13] Brother Philip, El
Secreto de los Andes, Editorial Kier S.A., Buenos Aires, 1976.
[14] Polentini Wester, Juan
Carlos, Por las Rutas del Paititi, op.cit.
[15] Neuenschwander Landa,
Carlos, El Paititi en las brumas de la Historia, op.cit.
[16] Bueno, Fernando Aparicio,
En
Busca del misterio del Paititi, op.cit.
[17] Palomino Díaz, Enrique, Qosqo,
Centro del Mundo, op.cit.
[18] Garcilazo de la Vega,
op.cit.
[19] Levillier, Roberto,
op.cit. pág. 93.
[20] Heredia, Daniel, op.cit.
pág. 29.
[21] NOTA: El 4 de noviembre de 1780 el cacique de
Tungasuca, Pampamarca y Surimana, José Gabriel Túpac Amaru, descendiente de los
incas, se levantó contra la opresión hispana. El 18 de marzo de 1781, Túpac
Amaru II emitió un edicto en el que comenzaba así: "Don José Primero, por la gracia de Dios Ynga rey del Perú, Santa fe,
Quito, Chile, Buenos Aires, y continente de los mares de Sur, Duque de la
Superlativa, señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el Gran Paititi; comisario distribuidor de la piedad
divina...". Este párrafo transcripto nos lleva al convencimiento de
que en aquella segunda mitad del siglo XVIII, la creencia popular señalaba al
Paititi como una rica e importante región sudamericana.
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