VASIJAS Y LADRONES
Por
Fernando
J. Soto Roland
Profesor
en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y
Director
de la Expedición Vilcabamba 98.
"El pasado no tiene
futuro a menos que estemos
dispuestos a pagar por él".
(Karl E. Meyer, El Saqueo del
Pasado)
"Todo sucumbe y al fin queda yerto.
Que nadie diga, <No puede aquí pasar>".
(Sófocles, Áyax)
Se dice que el saqueo de
tumbas es la segunda profesión más antigua de la historia, después de la
prostitución; y que comparten tres instrumentos de disuasión: las leyes, la
moral y los peligros físicos. Tanto en una como en otra, los castigos
judiciales, la culpa y los riesgos de salir herido físicamente son un hecho.
Aún así, los ladrones de tumbas y las cortesanas
han conseguido vencer las trabas temporales, adaptándose a cada época y
autojustificándose con argumentos que, ciertas veces, pueden sonar lógicos.
El saqueo del pasado es una realidad que se ha dado, y se sigue dando,
a nivel mundial. Países como Grecia, Turquía, Italia, Guatemala, India, México
o Perú (por citar sólo algunos) han sufrido una permanente exportación ilegal
de obras de arte y objetos arqueológicos; la mayoría de los cuales han
terminado en las respetuosas vitrinas
de los museos más importantes de Europa Occidental o Estados Unidos[1].
Además, unos pocos miles de grandes coleccionistas privados, anticuarios y
millonarios excéntricos, vienen incentivando (directa e indirectamente)
excavaciones ilegales en desiertos, montañas y templos abandonados de todas las
latitudes del planeta. Son la cúspide de un mercado negro y de una subcultura
fascinante, poco estudiada y peligrosa.
Según señala Karl Meyer [4],
los tiestos precolombinos suelen ser obras disponibles a coleccionistas de dos niveles:
por un lado, existe un mercado popular
de piezas de bajo precio; y por el otro, un mercado
de alto nivel, dispuesto a pagar decenas de miles de dólares por objetos de
alta calidad. Es esta democratización
de acceso al arte americano lo que acelera y agiganta la salida de las piezas
del país originario. Hoy se acepta que la mayor parte de los objetos de arte
prehispánico, que se exhiben en el mundo, son producto del comercio ilegal.
En síntesis, hay suculentas
ganancias en el negocio de las antigüedades, lo que origina una larga cadena de
relaciones y contactos, ascendentes y descendentes, que van desde el comprador
más prestigioso (incluidos los museos), pasando por el traficante ( el
intermediario) y llegando, finalmente, al ladrón de tumbas propiamente dicho.
La puesta en funcionamiento de este mecanismo ilegal, plagado de latrocinio y
soborno, contrabando e hipocresía, conocimiento y "buen gusto", configura una red inmensa que no respeta
fronteras, clases sociales, legislaciones o controles aduaneros.
LOS LADRONES DEL PASADO
Criticados por los
arqueólogos, débilmente denunciados por coleccionistas y curadores, o
ineficientemente perseguidos por la policía, los ladrones de tumbas son plaga,
en lo que antaño fueran territorios del
Tahuantinsuyo (el gran Imperio de los Incas) [5].
Por lo general, los huaqueros
desconocen el valor que tienen las piezas que encuentran. Por sólo unos pocos
pesos se desprenden de ellas, ignorando los suculentos negocios que, más arriba
en la escala, se realizan con las mismas. En el Perú, la tarea suele ser una empresa familiar, y a pesar de que
existen huaqueros de tiempo completo, la mayoría busca enterramientos
de un modo no sistemático, ni permanente. Las tareas agrícolas, que
generalmente desempeñan, ayudan a que, de tanto en tanto (aunque esto es mucho
más común de lo que se cree), un viejo tesoro precolombino aflore a la
superficie, ante las personas menos indicadas.
Las relaciones que
ocasionalmente se entablan entre los investigadores y los ladrones de tumbas
son un tanto "histéricas".
Ambos grupos se conocen, se rechazan y se miran como competidores; aunque, por
otro lado, son conscientes del provecho mutuo que se sacan unos a otros. La
historia de los últimos cincuenta años muestra que, en muchas oportunidades,
han sido los huaqueros los que dieron el puntapié inicial a un gran
descubrimiento arqueológico; y los traficantes los que llamaron la atención
sobre un estilo ignorado, despertando así el interés de los eruditos por una cultura aún no
conocida.
Este último aspecto es un problema
con el que deben lidiar los traficantes y coleccionistas de arte; y es la causa
que ha impulsado a que muchos se convirtieran en verdaderos especialistas en el
tema. Comprar una pieza falsa es un peligro que se corre a diario, máxime en un
mundo tan competitivo y darwiniano como ese. Son asuntos de negocio y a nadie
le gusta perder su dinero. Por este motivo es común que los grandes traficantes
de arte precolombino sean, al mismo tiempo, buenos conocedores de las antiguas
técnicas de fabricación y los mejores consultores sobre la autenticidad de una
pieza.
En el Perú he tenido la
oportunidad de conocer muchos "museos
privados" (uno de ellos, en la ciudad de Trujillo, debajo de una
estación de servicio) y mayúscula fue mi sorpresa al advertir que las piezas
exhibidas eran de mejor calidad y estaban mejor conservadas que en los museos
estatales. El anfitrión, un acaudalado hacendado, se despachó con maestría
explicándome el alto valor de cada objeto y jactándose de poseer una de las
pocas colecciones de arte erótico mochica del país[7]
(el resto está en museos del exterior). Pero si bien fue muy explícito a la
hora de alardear sobre sus piezas, o desarrollar una pomposa explicación
académica sobre la simbología y factura de las cerámicas, se volvió taciturno y
vago cuando le pregunté sobre el origen de aquella colección. "Me la traen mis cholos (labriegos) del campo", respondió con sequedad
y cambió de tema.
Alba no dejó pasar el tiempo y
partió hacia el lugar del hallazgo.
Pero la noticia del oro se
había difundido y cientos de campesinos cavaban el desierto, destruyendo por
completo el contexto arqueológico de las primeras piezas. La desilusión del
científico fue enorme. Bajo sus botas yacía desparramado y destruido un
yacimiento moche de incalculable valor histórico. Así todo, Alba insistió y
levantó un campamento en el sitio, iniciando una excavación. Tres meses
después, su esfuerzo y perseverancia fueron recompensados: la tumba de un
hombre poderoso, enterrado allí hacía mil años, salió a la superficie. Era el
soberano de un reino desconocido, inhumado al momento de su muerte con los
servidores y objetos de poder que resaltaban su status. Era un "Gran Señor", hoy conocido
mundialmente como El Señor de Sipán [8].
Este ejemplo indica claramente
que, teniendo la fortuna de averiguar en dónde actúan los huaqueros, es posible
obtener buenos resultados antes de que los saqueadores destruyan por completo el
sitio arqueológico, llevándose los objetos que se depositaron en él
originariamente. Pero, como bien dijimos más arriba, situaciones como la
planteada son la excepción y no la regla. Esto se conoce muy bien en Perú, y
así me lo hizo saber un viejo avezado en el tema cuando, emulando
involuntariamente a Martín Fierro, me dijo: "Hágase amigo del huaquero y sus beneficios serán importantes".
Es muy posible que haya una
gran cuota de verdad en esas palabras, aunque éticamente eso no convenza a
muchos arqueólogos e historiadores profesionales..., al menos en público.
En Cusco, el nombre de Hiram
Bingham es recordado con agradecimiento por historiadores, arqueólogos y
operadores turísticos. Su gran descubrimiento de Machu Picchu, en junio de
1911, no sólo abrió un panorama de investigación inmenso respecto de la cultura
incaica, sino que convirtió al antiguo Ombligo
del Mundo en uno de los principales destinos turísticos del planeta. Pero,
el buen nombre del extinto explorador norteamericano también ha recibido sus
críticas.
En más de una oportunidad he
leído, y escuchado de boca de grandes estudiosos cusqueños, que el "bueno" de Bingham se hizo de un
pequeño tesoro personal, sacando de contrabando importantes piezas
arqueológicas, no declaradas en sus excavaciones; lo que, aparentemente, lo
convertiría (como se dice por aquellas latitudes) en un "huaquero con título universitario" [9].
Esta lamentable realidad está
extendida en casi todos los países, pero es en los más pobres en donde el
saqueo de antigüedades se practica con mayor descaro.
Las naciones subdesarrolladas
no se interesan por su pasado; no hay fondos disponibles y el Estado, aunque se
manifiesta en los discursos, orgulloso, agradecido y protector de sus raíces
aborígenes, destina muy pocos fondos a la conservación y cuidado del mismo. Los
presupuestos son ínfimos; los sueldos, a los especialistas, "de hambre" y el dinero destinado a
la recuperación (compra) de bienes culturales, escaso. Lo que existe es más un
interés simbólico y político por el pasado, que uno serio y académico.
"Lo bello vale dinero", pero cuando éste escasea, y debe
orientarse hacia áreas de mayor prioridad,
vastos sectores quedan desprotegidos, alentándose así la corrupción.
Al pasado se lo compra con
moneda; y en una economía de mercado, en donde la ética está ausente y el más
fuerte se devora al más débil, es el mejor postor el que se lleva los
laureles..., y los objetos de arte.
¿Cómo competir con traficantes
que ofrecen a los ladrones, dos, tres y hasta cuatro veces más dólares que los
museos públicos latinoamericanos? ¿Cómo combatir el huaqueo, sin fondos, controles, ni voluntad política para frenarlo?
¿Qué país subdesarrollado puede tener en cada valle, cerro, desierto o selva,
suficientes funcionarios honestos, para proteger el patrimonio histórico y
arqueológico de la región? [10].
Este es un problema que
resulta difícil de revertir, y que tiene aristas muy agudas, que van mucho más
allá del campo de la historia o la arqueología. Si la situación general en que
se encuentra América Latina tiende a perdurar (y nada hace prever que la cosa
cambie), no habrá leyes, acuerdos o discursos políticos que impidan la "Gran Migración" del arte
precolombino hacia vitrinas más lujosas y mejor protegidas, a miles de
kilómetros de distancia de las tumbas en las que vieron, subrepticiamente, la
luz.
EL "INNOBLE ARTE" DE HUAQUEAR
En la costa del Perú aplican
un método antiguo, barato y ampliamente conocido, por medio del cual, gente de
lo más común, ayudan a sus economías de subsistencia vendiendo los ajuares
funerarios que fueran propiedad de "Señores" y "Reyes" del
pasado. Y lo hacen con el mayor descaro.
Hace unos años, en la ciudad
de Trujillo, tuve la oportunidad de conocer a varios de ellos; y después de
largas charlas de "ablande" (chicha
de por medio) me confesaron la técnica que utilizaban para encontrar
"huacos" enterrados. Me dijeron que durante el día, mientras recorren
el terreno con una vara metálica larga y resistente, van clavándola sistemáticamente
en la arena, sondeando el subsuelo, hasta sentir que ésta se hunde sin
esfuerzo, o advertir que algo cruje y se rompe debajo de la superficie. Esa es
la señal esperada. Entonces, colocan algo que identifique el sitio (un
"mojón") y se retiran, para regresar por la noche (o al alba) e
iniciar la excavación clandestina.
Este método, centenario y
simple, está ampliamente difundido y son miles los "huacos" que se
extraen periódicamente; muchos de los cuales tienen reservados, desde el
principio, "pasajes de primera clase"
para el exterior. El problema es que no sólo los terrenos de laboreo agrícola
ofrecen vasijas precolombinas. Los yacimientos arqueológicos de imponentes
ciudades aborígenes, como Chan-Chan
(capital del antiguo Imperio Chimú),
siguen siendo excavadas clandestinamente, destruyendo parte del Patrimonio
Cultural que, en teoría, debería estar protegido[11].
Las ruinas de Chan-Chan, de
casi 20 km .
cuadrados de superficie, con sus palacios, plazas, murallas y viviendas
populares, por entero hechas de barro, están siendo constantemente saqueadas;
arrasando cimientos y haciendo desaparecer datos de vital importancia para la
reconstrucción de esa sociedad precolombina. Incluso, la búsqueda de
legendarios tesoros en el sitio, hace que en fechas determinadas del año se
congreguen, guiados por cierta vocación mística, cientos de huaqueros a
practicar sus hoyos [12].
Las creencias populares
aderezan el acto de huaquear, llegándolo a convertir en una verdadera ceremonia
pagana.
Según se comenta, cuando por
la noche se ve arder una llama
azulada sobre la ladera de un cerro, o en un claro de la selva, eso es señal de
que en el sitio hay un "tapado", es decir, oro
sepultado[13].
Existen cientos de historias que hablan de personas que se hicieron ricas de la
noche a la mañana por el sólo hecho de haber desenterrado un tesoro
precolombino. Incluso se comenta que, en algunos casos, el "pago" se ha hecho con seres
humanos. Inocentes cholos que han dejado sus vidas, contaminados por el
misterioso "antimonio"[14];
o literalmente sacrificados, al momento de desenterrar las riquezas.
¿A quién le pertenece el
pasado?
Aquí la controversia abarca
tres opiniones bien diferentes y enfrentadas, que Karl Meyer ha sabido
sintetizar perfectamente [15].
Primero, está el punto de
vista del coleccionista, que se ve a sí mismo como un salvador de antigüedades,
a la vez que piensa en el futuro valor que sus "protegidas" piezas
adquirirán en el mercado. Después está la opinión de los curadores de los
grandes museos, que llegan a justificar cualquier medio dudoso de adquisición
con tal de enriquecer "la sensibilidad de su pueblo". Finalmente,
está la actitud de aquellos que consideran que los monumentos antiguos (y los
tiestos lo son de alguna manera) constituyen parte indisoluble del patrimonio
nacional de donde se encuentran.
Tres posturas que aún se
mantienen en fuerte y apasionado debate, y en el que cada una posee cierta
cuota de razón. Pero, mientras los alegatos proliferan, el gran templo del
pasado sigue siendo saqueado; desmoronándose y perdiendo una información que,
como un libro que se quema a medida que se lee incorrectamente, no
recuperaremos jamás.
[1] El
curador del Museo de Cleveland, John D. Cooney, señaló a un periodista de la
revista Time (26 de febrero de 1973) que el 95 % del material de arte antiguo
en los EE.UU. era introducido de contrabando.
[2] Culturas preincaicas de
las costas del Perú.
[3] En el
Perú, por ejemplo, es posible comprar cerámica precolombina a precios muy
bajos. Un "huaco" incaico, chimú o tiahuanacoide, puede ser adquirido
en un valor que oscila entre los U$S 30 a U$S 50. En Europa o EE.UU. esa misma pieza
puede ser revendida a U$S 1500 o U$S 2000.
[4] Véase, Meyer Karl E., El
Saqueo del Pasado. Historia del Tráfico Internacional Ilegal de Obras de Arte,
Fondo de Cultura Económica, México, 1990.
[5] Territorios que hoy
corresponden a Perú, Ecuador, Bolivia, norte de Chile y Noroeste de la
Argentina.
[6] La
palabra huaquero deriva del vocablo "huaca", que en
quechua significa "sagrado", pero que popularmente es utilizado para
designar a los montículos o enterramientos precolombinos que poseen restos de
culturas andinas hoy desaparecidas.
[7] El arte erótico mochica ha
sido descrito como un verdadero Kamasutra precolombino, en relieve.
[8] El
descubrimiento de esta primer tumba moche intacta dio la vuelta al mundo y
amplió nuestro conocimientos sobre ese pueblo de un modo increíble. Las
maravillosas piezas de orfebrería de Sipán han sido exhibidas en el Museo Nacional de Arqueología de Lima
durante todo el año 1998, teniendo el autor el grato privilegio de poder
observarlas.
[9] Me
viene a la memoria el caso del famoso redescubridor de la ciudad de Troya, H.
Schliemann, quien sacó de contrabando de Turquía el gran tesoro que erradamente
denominó como "El Tesoro de Príamo"; una colección de 1000 piezas de
oro que donó al Museo de Berlín. En 1945, con la caída de la ciudad en poder de
las tropas soviéticas, el "Oro de Troya" desapareció. Recién en 1991
fue encontrado en un museo de la ex Unión Soviética.
[10] En
México y Perú, se estima que el sueldo que percibe un cuidador de ruinas y
parques nacionales ronda entre los U$S 30 y U$S 50 al mes. Precio que se paga
por sólo una cerámica de mediana calidad, en el mercado negro.
[11] En las selvas peruanas,
muchas ruinas incaicas, aisladas y sin control de ningún tipo vienen siendo
huaqueadas desde hace décadas. En 1998, la Expedición Vilcabamba fue testigo de
lo antedicho al detectar pozos de sondeo dentro de los límites de la antigua
ciudad de Vilcabamba "La Vieja".
[12] Las
leyendas locales hablan del "Peje
Grande", un supuesto tesoro de oro, finamente trabajado (con la forma de
un pez), que viene siendo buscado desde la época de la conquista. Según se
dice, "El Peje Chico" fue descubierto cuando los españoles arribaron
al área en el siglo XVI, y desde entonces, el sueño de riqueza fácil, estimula
el deseo de hallar la parte más suculenta de un botín aún no desenterrado.
[13] En
las selvas de Vilcabamba, los escasos colonos que la habitan nos comentaron que
era muy común que, después de huaquear en los restos incaicos que salpican toda
la zona, encontraran pequeños ídolos de oro y plata que cambiaban en los caseríos más cercanos por
bolsas de arroz o papas.
[14]
Según las tradiciones y el folclore, el antimonio
es una especie de gas "que despide
el oro que ha sido enterrado". Es tremendamente venenoso y se debe uno
cuidar mucho de no ser sorprendido por tan peligrosas emanaciones, para no caer
muerto en el acto.
[15] Meyer, K. Op.cit. pág.
182.
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