La romántica ilusión de sus
fantasmas
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INTRODUCCIÓN
En la
República Argentina existe un lugar en donde la vida, la agonía y la muerte se
dan la mano y quedan materializadas en las ruinas de un viejo hotel, enigmático
e imponente, construido en la primera parte del siglo XX a orillas de la Laguna
de Mar Chiquita o Mar de Ansenuza (según la lengua de los sanavirones,
aborígenes que habitaban la región antes de la invasión
europea).
Bajo
su sombra, dudas y misterios se arremolinan mezclados con la espuma salitrosa
del espejeo de agua y las leyendas locales no dejan de referirse a los extraños
sucesos que acontecen dentro de la calamitosa construcción.
Así,
el Gran Hotel Viena, se convierte en un
nido de rumores en el que criminales de guerra, espías del Tercer Reich,
sospechosas inversiones de capital en plena Segunda Guerra Mundial y antenas de
onda corta balanceándose sobre las terrazas, se entremezclan con el supuesto
paso de Adolf Hitler por sus habitaciones y los infaltables fantasmas del
imaginario colectivo.[1]
Los
lugares abandonados tienen una muy peculiar característica: atraen a las almas
en pena y demás experiencias paranormales. Son sitios espantosos y, por ende, espantan a las luces del racionalismo,
desempolvando el arcaico pensamiento mágico que, desde la prehistoria, sigue
anidando en lo más profundo de nuestra psique.
La
cultura popular cuenta que los fantasmas desafían las leyes de la física moderna
y por tal motivo no sería errado encuadrarlos dentro de la posmodernidad, muy
particularmente en el ámbito de la novo-medieval New Age, alarmantemente expansiva en
todos los sectores sociales y difundida hasta el hartazgo por las pantallas de
televisión.
Legiones de «cazadores de
fantasmas» inundan los programas que se emitan a diario, conviviendo con
producciones que nos hablan de ecología, historia, geografía, antropología y
cocina, noticieros y moda, todo sumido en medio de un desconcertante cambalache
en el que la «Biblia y el calefón»
(como dice el tango) se naturalizan y pasan a ser parte de las charlas de la
vida cotidiana.
El
caso que hoy nos ocupa —el Gran Hotel Viena de Miramar,
provincia de Córdoba, República Argentina— no escapa a muchas de las
características arriba señaladas.
Es un
lugar enorme (6800 metros cuadrados cubiertos), en ruinas, aislado, lúgubre aún
de día y depositario de muchas historias espectrales que, de la mano de una
serie de televisión estadounidense (Ghost
Hunter International - GHI), fue lanzado al estrellato mundial en junio de
2009 cuando tras una «exhaustivo estudio de campo» los especialistas
dictaminaron que era uno de los hoteles más encantados jamás conocido. Por otro lado, esos crédulos representantes
del “primer mundo” dijeron haberse
topado con «extrañas manifestaciones»
del Más Allá, registradas con avanzadísimos aparatos de medición traídos del
hemisferio norte, para admiración y sorpresa del pequeño pueblo cordobés en el
que se levanta el hotel.
Medidores de campos magnéticos, grabadoras digitales, cámaras
infrarrojas, aparatos de visión nocturna y hasta un críptico artilugio que
prende y apaga luces cuando alguna presencia del otro mundo lo toca o pasa cerca
de él (una especie de tabla ouija
electrónica), constituyen parte del arsenal utilizado y del que se deriva toda
una terminología pseudocientífica que apabulla al neófito y paraliza cualquier
tipo de cuestionamiento o duda; como si de esa «maravillosa» tecnología no se pudiera
decir nada en su contra, sin desmoronar el último bastión de optimismo ciego que
nos queda de la agonizante era del Progreso, inaugurada con la Ilustración
en el siglo XVIII.
Así
pues, con un lenguaje vacío que simula al de los ingenieros, estos «fabricantes de fantasmas con ínfulas de
científicos» no hacen más que afianzar el acendrado materialismo de nuestros
días al tratar de plasmar aquello que por definición es inmaterial: las almas en
pena de los difuntos. Claro que nada de todo esto es nuevo. Ya en la segunda
mitad del siglo XIX, cuando las hermanas Fox inauguraron las prácticas
espiritistas produciendo ruidos y moviendo mesas, se aseguraron de materializar
la presencia de los fantasmas.
Era
aquella una época en la que lo mecánico revolucionaba la vida de la gente. Por
ende resultó lógico que también el Más Allá se viera afectado por esa concepción
mecánica y materialista tan en boga en plena revolución industrial. Lo mismo
ocurre hoy en día, en plena «era de la computación y del progreso electrónico y
digital». Los fantasmas actuales desechan las manifestaciones ectoplásmáticas[2] (tan propias del siglo XIX y
principios del siglo XX) y eligen, por el contrario, manifestarse a través de
ordenadores y demás tecnología de punta, desatando una guerra sin cuartel entre
la realidad y la cultura popular. Todo en pos de evidencia física que certifique
que «ellos» sí están entre
nosotros.
Como
si de una gigantesca pila se tratara, el Gran
Hotel Viena a devenido en usina de historias fantasmagóricas y el
ancestral temor a la desaparición del ego después de la muerte alimenta la
esperanza de que algo pueda quedar tras el último suspiro. Entonces, ¿qué mejor
forma de “probar” todo eso si no es buscando el apoyo de la tradición oral
(testimonios) y certificarla con aparatología de última generación? ¿Quién puede
dudar de ella? ¿Quién se animaría a denostar a la sacrosanta tecnología, que
tanta seguridad nos brinda?
Por
lo que se puede advertir: pocos.
EL HOTEL DE LOS
FANTASMAS
El
pueblo se paralizó. El primer mundo
desembarcaba en Miramar y con el progreso de su lado los yanquis se sintieron
capaces de probar aún las cosas más improbables.
Luces, cámaras y cables. Un despliegue de gente pocas veces visto.
Un lenguaje rebuscado y rostros llenos de «estúpida importancia» coparon la escena.
Invadieron el hotel y la ilusión de seriedad y objetividad científica quedó así
certificada.
¿Qué
venían a buscar desde tan lejos? ¿Ancianos criminales de guerra escondidos en el
interior argentino? ¿Imágenes impactantes de los humedales de la Mar Chiquita,
de su flora y de su fauna? ¿Acaso una buena fotografía de los imponentes
atardeceres de la región?
No.
Venían por fantasmas.
Lúgubre.
Así
se ve el Gran Hotel Viena por la
noche.
Mete
miedo.
La
imaginación se dispara. Y como si fuera un portal a otra dimensión, el viejo y
derruido edificio desata los temores más primitivos e
irracionales.
Majestuoso.
Decadente.
El Gran
Viena no admite que se lo ignore. Su mole gris, acariciada por las
salinas aguas del Mar de Ansenuza, resiste cualquier desafío y llama la
atención.
Varado como un enorme barco de cemento en una península no deseada,
producto de las inundaciones destructivas de principios de los ’80 del siglo
pasado, el Gran Hotel impone su
perfil en el cielo nocturno, recortándose como un presidio gigantesco y
tenebroso.
Allí
está.
El
hotel es un secreto. Un enorme enigma que sacude al visitante. Su solo perfil,
visto desde el centro del pueblo de Miramar, es intimidante. Señorea la comarca.
Se burla de todas las preguntas sin respuestas que propios y ajenos se hacen
cuando lo observan o visitan solo por unos pocos minutos.
Dicen que está embrujado.
Que los espectros de sus antiguos vigilantes
siguen custodiando los helados pasillos que lo recorren de punta a punta.
Cuentan que han sido vistos. Incluso fotografiados.
Los
residentes del hotel en los años ’80 —aquellos que hicieron de cuidadores o
intentaron algún emprendimiento comercial poco exitoso— juraron haber oído pasos
que subían por la escalera y caminaban hasta la habitación 106 del sector de
clase media, cuando se sabía que el edificio estaba completamente vacío. Incluso
me informaron que los documentalistas yanquis filmaron dos fantasmas, uno de
ellos, justamente, en la habitación citada y otro en el gran salón comedor del
sector más elegante del hotel.
Un
taxista me contó que
“Hay por lo menos dos fantasmas. Un hombre y una mujer.
Hasta hace poco sólo se veía a un hombre, pero de un tiempo a esta parte también
se ve una mujer triste. En el hotel desapareció una llamada Anna o Hanna, en la
década de los ’40. Nunca se supo nada de ella. Al hombre— de bigotes— no se lo
ve como de carne y hueso, sino una mera figura. Fue visto muchas veces y ha
salido en alguna fotos que toman los turistas. Hace una semana, durante la
filmación, traje a una mujer y sus hijas al hotel. Ellas vivieron en él por un
tiempo, tras la inundación. Abandonaron el edificio porque el fantasma las
volvió locas. Dejaron de vivir allí por ese motivo. Cuando nos acercábamos en el
auto al hotel se pusieron muy nerviosas y no querían aproximarse. Se
arrepintieron de hablar con el canal yanqui. Les producía una enorme angustia
volver al lugar de los hechos. Una de ellas contó que sentía cómo una presencia
se sentaba en la cama junto a ella. Todos los miembros de la familia sintieron
esa presencia fantasmal mientras vivieron en el hotel”.
Incluso me confesó que, en la habitación 106, un familiar cercano
creyó ver una figura sentada sobre la cama, mirando hacia la ventana. No supo si
la figura era de hombre o mujer, aunque juró haberla
observado.
Pero
eso no es todo.
La
encargada de la boletería del Gran Hotel me relató una historia de
la que ella misma fue protagonista:
“Durante el verano pasado —enero o febrero de 2009— subí al
primer piso (del sector clase media) a cerrar las persianas y cuando estaba
haciéndolo, desde el interior de un placard ubicado a mi lado escuché claramente
una voz que me habló al oído. No entendí lo que dijo. Grité y bajé llorando. Me
caían las lágrimas. Desde entonces me da mucho miedo entrar sola en el hotel.
Subir, no subo más.”
¿Sugestión? ¿Un mero error?
Posiblemente. Pero lo interesante es que muchos creen a pie
juntillas en estas historias, como la de ese plomero que, mientras arreglaba
partes del hotel, salió corriendo lleno de miedo, anunciando que “algo había” es ese sitio
abandonado.
Otra
historia digna de un filme gótico de la productora británica Hammer es aquella
que relata sobre los misteriosos movimientos de un sillón de la habitación
61.
Cuentan que, personas allegadas al cuidado del hotel, encontraban
regularmente un sillón colocado mirando hacia la ventana que da al patio
central. Como les daba mucha impresión (“Era como si alguien invisible estuviera allí
sentado, mirando hacia fuera”), lo sacaban del sitio que tenía y lo
colocaban apoyado contra la pared. Lo sorprendente es que, al otro día, y sin
que nadie —aparentemente— mediara, el sillón volvía a aparecer en la posición
anterior.
Nadie
supo qué fue lo que pasaban, como tampoco nadie sabe hasta ahora qué factor
extraño es el que parece producir pasos por los pasillos de los pisos superiores
del sector de clase media.
Con
semejante currículo a cuestas no fue de extrañar que el rumor desplegara sus
alas y nuevas historias cobraran vida.
Durante el mes de enero de 2010, una turista contó que al ser
fotografiada en los pasillos del hotel se sorprendió mucho al advertir que en la
foto aparecía rodeadas por “rostros
fantasmales”. En ese mismo mes, tras la proyección de la serie GHI, un “vidente” de Río Cuarto (provincia de
Córdoba) se apersonó en el hotel y contrató los servicios de la guía local.
Hacia el final de la misma relató la siguiente historia (demasiado “victoriana” para mi
gusto):
«En este hotel hay muchos fantasmas. Varios de ellos son de
mujeres y niños, “almitas” que murieron aquí como consecuencia de los abortos
ilegales que se practicaban en el edificio una vez que fue abandonado por sus
propietarios y quedó abandonado. Esas “almas” penan por el hotel sin poder salir
de él porque son retenidas por un fantasma más poderoso. Esas “almas” piden ser
liberadas».[3]
¿Cómo
hizo ese médium para recoger semejante información? La verdad es que nadie lo
sabe, pero si nos dejamos llevar por sus propios testimonios, “fueron los espíritus quienes se lo
dijeron”. Y eso sólo es posible porque como todo espiritista es un “dotado”, un elegido de Dios que posee
una misteriosa “sensibilidad” con la
cual es capaz de conectarse con los muertos.
Pura
subjetividad.
Mera
cuestión de fe.
Si
buscamos una respuesta racional al tema no podemos quedarnos sólo con el “sentir” de un individuo que “dice” saber cosas por medio de canales
tan poco convencionales. Por ese motivo, el “meticuloso” trabajo de los cazafantasmas
norteamericanos en junio de 2009 marcó una diferencia cualitativa importante, a
la hora de explicar y probar que los fantasmas del Viena son reales. Y en este caso, el
electromagnetismo terminó siendo la vedette.
Según
estos “especialistas en espíritus”, la técnica llamada de espectrografía térmica permitiría
(supuestamente) captar y medir las anomalías que los fantasmas producen al
interactuar en el ambiente. Mediante un espectrógrafo térmico ellos capturan
rastros de diferentes colores (señales de cambios en la temperatura del lugar),
siluetas enigmáticas, “zonas frías” y “templadas” que bastarían para probar
(ahora sí) objetivamente que los espectros se pasean por el viejo hotel. La
tecnología se pone de lado de los entusiastas creyentes.
Pero
lo que no se nos dice es que esos medidores de energía electromagnética
registran la luz, el calor y la radiación que producen decenas de fuentes que se
encuentran todo a nuestro alrededor (enchufes, cables eléctricos, baterías de
celulares, generadores de electricidad, etc.) que, incluso los propios
cazafantasmas portan y trasladas a todas partes en su afán por captar “señales
misteriosas”.
En
resumen: los registros electromagnéticos están por todas partes. No es nada
difícil reconocerlos. Casi cualquier cosa puede hacer que los sofisticados
medidores salten hasta la nubes y eso no significa que el lugar esté encantado.
Además, en el supuesto caso de que los fantasmas existieran y generaran un campo
electromagnético propio, no hay forma de identificarlo ni diferenciarlo de los
otros campos generados por los objetos arriba indicados.
¿Cómo
es esto posible? ¿Acaso los fantasmas tienen alguna base de origen material en
su misteriosa constitución? Si pueden verse y ser fotografiados es evidente que
los átomos (base de toda la materia) están en el fondo del asunto. Pero hay un
serio inconveniente con esta hipótesis: los átomos poseen neutrones girando en
órbita y estos neutrones producen una poderosa fuerza de repulsión a cualquier
otra cosa que sea material. Por ese motivo, según informan los físicos, la
materia no puede atravesar a la materia. He aquí que nos encontremos con la
esencia misma de los aplausos (de no ser así nuestras palmas se atravesarían
como si estuvieran hechas de humo). Pero la cultura popular sigue afirmando que
los fantasmas atraviesan paredes o desaparecen en el aire. Entonces, ¿cómo lo
hacen?
Una
posibilidad lógica sería que los espectros estuvieran hechos de neutrinos y no de
neutrones.
La
física nos dice que los neutrinos no tienen carga eléctrica, por lo tanto no
generan ninguna fuerza de repulsión, pudiendo así traspasar muros (o cualquier
otra cosa) sin problema alguno. De hecho, en este mismo momento todo mi cuerpo
está siendo atravesado por ellos. Claro que si los fantasmas estuvieran
constituidos por estas partículas (neutrinos) no podrían irradiar luz alguna ni
radiación electromagnética. Por ende no sólo serían invisibles al ojo humano
sino indetectables por la tecnología que utilizan los cazadores de fantasmas. En
conclusión: es imposible conseguir evidencia objetiva de su existencia, aún con
la aparatología más avanzada.
Nos
estamos dejando engañar por nosotros mismos y los Ghost Hunters no son más que los
profetas mediáticos de un espejismo en el que muchos quieren creer. Y cuando uno
es un “creyente” las posibilidades de
“ver” o “sentir” a un fantasma aumentan
exponencialmente. A mayor expectativa, mayor es la posibilidad de toparse con
uno. Además, el contexto en el que se producen los “avistamientos” alimenta la aparición de
“testigos” y el prejuicio cognitivo
(o poder de sugestión) se hace enorme. En un sitio como el Gran
Hotel Viena, en ruinas, abandonado y con decenas de rumores circulando
respecto de “cosas extrañas” circulando por sus dependencias, no es improbable
que los visitantes crean ver fantasmas. Se han realizado experimentos
controlados que lo prueban.[5]
Por
otro lado, la psicología también ha terciado en el tema brindándonos
explicaciones que nos permiten mantener firme el paradigma científico que la
física nos ha legado después de siglos de experimentación empírica. Antes de
arrojar todas esas teorías a la basura y “preferir” explicaciones extraordinarias,
creo que es conveniente seguir considerándolas como el camino más lógico la hora
explicar la presencia de los espectros.
Si
vemos el recorrido que planteamos hasta ahora y desechamos la tecnología que,
como hemos visto, no sirve para detectar ni probar la existencia objetiva de
fantasmas, volvemos al punto de partida y quedamos una vez más confinados a un
solo tipo de pruebas: los testimonios de la gente. Pero éstos por sí solos nunca
son —ni pueden ser— certificación de nada, en asuntos como los que estamos
tratando. En principio porque nadie es completamente objetivo y, en segundo
término, porque existen un largo número de procesos psicológicos que alteran
significativamente la percepción y el recuerdo de los hechos
sucedidos.
En un
interesante artículo publicado por la revista El Escéptico Digital[6], Ramón Ordiales desgrana una serie de
fenómenos estudiados por la psiquiatría que permitirían explicar gran parte de
los fenómenos paranormales que se denuncian a diario por todo el mundo,
respetando el sentido común, la experiencia clínica y, por sobre todo, sin
acudir a teorías estrambóticas. En este trabajo nos limitaremos a señalar sólo
algunos de esos procesos (aquellos más convenientes al momento de analizar las
apariciones fantasmales del Gran Hotel Viena).
Si
dejamos a un lado a las personas esquizofrénicas, a los místicos, histéricos o
paranoicos (que a no dudarlo han contribuido, y mucho, a la difusión de
historias espeluznantes), aún nos quedan varios procesos psicológicos por medio
de los cuales muchos sujetos falsean involuntariamente la percepción de un
suceso o la evocación del mismo.
Uno
de los más comunes es el de la «confabulación», que no es otra cosa
que la falsificación de la memoria de un sujeto que evoca una historia falsa
sobre acontecimientos pasados. Cree lo que dice. No es conciente de sus errores.
Tampoco hay intensión de engañar, sino más bien de rellenar los huecos
producidos por la mala memoria. Cuando alguien evoca una historia de fantasmas
ocurrida tiempo atrás (siempre “ocurren
tiempo atrás”), la confabulación suele hacer acto de presencia con tanta
eficacia que la fabulación inconciente queda añadida a sus recuerdos como un hecho
real. Este tipo de proceso es muy común en personas que se someten a la
hipnosis.
La
«mitomanía» es otro. En ella el
relato es inventado. Siempre alude a experiencias personales que supuestamente
acontecieron en la vida de quien lo relata. Son historias verosímiles a las
cuales se las adorna con detalles de la vida cotidiana, a fin de buscar la
naturalización de lo relatado y la aprobación y aprecio del interlocutor. En el
fondo de este comportamiento se entrevé una constante búsqueda de emoción a la
propia existencia (por lo general chata y monocorde).
Un
tanto ligada a la alteración anterior estás la «ilusiones afectivas», producto de
emociones fuertes (miedo a la oscuridad, por ejemplo) o situaciones de crisis
personales (como puede ser el duelo y dolor de una viuda que jura haber visto el
fantasmas de su marido).
Pero
de todos estos procesos hay dos que, en mi opinión, quedan más asociados a lo
que “se dice” la gente ve en el Hotel
Viena: las «pareidolias» y las «imágenes
eidéticas».
En el
primer caso, el proceso consiste en la creación de imágenes como producto de
nuestra fantasía frente a elementos de la realidad que se nos aparecen como
amorfos o imperfectos. El mejor ejemplo es aquel en el que un sujeto, observando
manchas de humedad, paredes descascaradas o simplemente nubes, dicen distinguir
rostros, siluetas misteriosas, vírgenes, santos o fantasmas.[7]
En
cuanto a las «imágenes eidéticas», se trata lisa y
llanamente de imágenes que son percibidas como algo corpóreo, pero que en
realidad son imaginadas. Si bien este tipo de alteración es frecuente en los
niños, las personas histéricas o muy sugestionables también pueden padecerlas.
Convengamos que un hotel como el Viena genera un contexto idóneo para que esto
suela ocurrir.
Finalmente, desearía transmitir una interesante experiencia llevada
a cabo por la Nacional Geographic no hace mucho tiempo atrás.
En
esa oportunidad un grupo de especialistas en sonido comprobaron que ciertas
ondas, llamadas infrasónicas (inaudibles a los humanos por ser ultrabajas)
ocasionan respuestas de temor, angustia, tristeza e incomodidad física en la
gente. Incluso, en condiciones atmosféricas de alta condensación, hasta es
posible experimentar sensaciones físicas, como la de hormigueo en todo el
cuerpo, o sentirse observado. Y todo esto suele ser señalado como “pruebas” de
la presencia de espíritus del Más Allá.
Pero,
¿qué puede provocar un infrasonido? Respuesta: muchas cosas. Desde un
ventilador, el traqueteo de un camión o de un tren, incluso el choque del mar
contra las rocas de la costa. Además, los lugares grandes —como el GRAN Hotel Viena—suelen convertirse en
amplificadores de sonidos de baja frecuencia que penetran el cuerpo y hacen
vibrar los huesecillos del oído interno, afectando el equilibrio, distorsionando
los sonidos y, en casos extremos, afectando la visión (al hacer vibrar también
los ojos).
Fantasmas. ¿Experiencias inexplicables?
Nada
de eso.
Por
el momento tenemos caminos alternativos más probables a la hora de resolver el
enigma. Así todo, el Gran Hotel Viena genera sin esfuerzo
(en especial por la noche) un especial encanto. Lo indeterminado atrae,
moviliza; disuelve nuestras seguridades más elementales. Nos mete de lleno en un
universo que sólo creemos existe en la literatura y nos permite para salir de él
renovados.
De
ahí su magia y su mística.
Fernando Jorge
Soto Roland
BIBLIOGRAFIA
Notas:
*
Profesor en Historia por la Universidad nacional de Mar del
Plata.
[1] Véase: Soto Roland, Fernando J. (2009). Apostillas a la Historia del Gran Hotel
Viena. Disponible en Web: <http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/apostillas_a_la_historia_del_gran_hotel.htm>
[2]
Ectoplasma: supuesta sustancia que exudan los espíritus al momento
de materializarse. Es de color blanco y semeja una mucosidad.
[3]
Desde hace unos años ya se rumoreaba que se practicaban abortos en el hotel.
Estaban a cargo de una enfermera que vivía cruzando la calle. El hijo de esa
enfermera visitó el Viena en una oportunidad y contó esa historia. Era
evangelista y sostuvo que las calamidades que sufriera el pueblo estaban bien
merecidas por los crímenes que se cometieron en el
edificio.
[4] Mi propia esposa
sacó una inquietante fotografía de una mujer en una ventana. Véase en Internet:
«La Dama del Viena».
[5] Hay experiencias en
las que a dos grupos de personas se las ha llevado a edificios abandonados. Al
grupo A se le informó acerca de la larga historia de fenómenos paranormales que
acontecen en el predio. Al grupo B se le dijo que allí nunca ocurrió nada
“raro”. Los resultados fueron los esperados: el grupo A experimentó sensaciones
que el B jamás sintió, además de interpretar ruidos y sombras perfectamente
naturales como claras manifestaciones de seres del otro
mundo.
[6] Véase artículo
original en :
http://www.homowebensis.com/archivos/psicología-de-los-fenómenos-paranormales/.
[7] Esto es lo que
ocurre cuando se observa la fotografía de la Dama del
Viena.
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
Email: sotopaikikin@hotmail.com
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