El Gran Hotel
Viena y sus fantasmas
Aproximación a una leyenda urbana Por Fernando Jorge Soto Roland Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata |
Siempre me ha sorprendido la fluctuante capacidad para creer en
historias fantásticas que muchas personas poseen en la actualidad. Basta con
organizar una reunión frente a un fogón —en cualquier noche de invierno o de
verano— para advertir cómo, inexorablemente, la conversación deriva hacia
temas que meten miedo y que, generalmente, tienen como
protagonistas a fantasmas de distintos tipos.
En
circunstancias como ésas, el viento deja de ser viento para convertirse en
susurros o lamentos; las sombras nocturnas se vuelven misteriosamente
significativas, denotando presencias no expuestas que alimentan la sugestión y
agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se ve alterado, y
acontecimientos del pasado personal —mal definidos por la memoria— encuentran en
aquel contexto nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando
ocultas relaciones, antes no tenidas en
cuenta.
La
noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en
buenos términos durante siglos en el imaginario de la cultura occidental,
sustentando así una abundante literatura que, aún hoy, sigue publicándose con
gran éxito editorial.
Los
fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible la
neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una
mesa de discusión. Se les puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca
hacerlos a un lado sin algún comentario irónico, escéptico o
crédulo.
Los
fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son nuestros propios
reflejos.
Definir qué es un fantasma depende del espacio y del tiempo.
Depende del lugar que cada persona se adjudica a sí misma dentro del universo.
Por ello, una Historia de los Fantasmas nos obliga a recorrer los
senderos —ya exitosamente transitados— de otras historias, como la del cuerpo,
la de la muerte o la de la lectura. Significa, también, dejar abierta una puerta
al estudio de los sistemas de valores y sus cambios (que desde el siglo XVIII
indican una progresiva secularización y un olvido de los deberes y normas
trascendentes, para centrarse únicamente en la condición inmanente del ser
humano).
En
muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y el deber que los hombres
hemos olvidado. Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad
impregnada del más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela muchas
cosas al mismo tiempo.
La
creencia en la existencia de
fantasmas es un hecho generalizado que se fija prácticamente en
todas las sociedades de la Tierra. Leyendas, cuentos populares, rumores y
folklore referidos a ellos, testimonian —directa o indirectamente— el interés
que los hombres tienen respecto de lo que sucede más allá de la muerte; al
tiempo que explicitan la propensión de una época determinada a seleccionar
respuestas, entre un repertorio cultural particular, en consonancia con las
demandas de una situación concreta.
Occidente ha tenido —con las muy variadas entidades
intangibles de su imaginario— una
Los
fantasmas, asimismo, pueden ser variables interesantísimas a la hora de reflejar
las modificaciones en las sensibilidades colectivas, relacionadas con
instituciones sociales muy caras del universo burgués (en especial del siglo
XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte romántica, el secreto y el
individualismo.
Banderas
visibles del antirracionalismo, los fantasmas —apareciendo y
desapareciendo— denuncian
insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas esperanzas, no
del todo creídas.
Las apariciones
piden, denuncian, exigen. Desenmascaran una intimidad hipócrita, egoísta y
morbosa, que el grupo se ha cuidado muy bien de resguardar. Éste es quizás el
motivo por el cual el concepto “fantasma” fue incorporado en algunas
escuelas de psicología nacidas a fines de principios del XX.[1]
Durante los días que pasé en Miramar (provincia de Córdoba), una de
las cosas que me llamó la atención fue el marcado interés que las personas
mostraron por “los fantasmas del Gran Hotel Viena”.
Permanentemente oíamos con mi mujer historias “raras” de sucesos aún más
extraños que se llevaban a cabo en el abandonado complejo
hotelero.
Admitamos que su estructura invita a imaginar espectros y que no es
difícil dejarse llevar por la imaginación. Sus ruinosos sectores son
estimulantes. Los pasillos y habitaciones, carcomidos por la humedad y los años,
generan escalofríos (máxime cuando se los recorre de noche, como lo hice junto
con tres personas más). Las puertas, azotadas por el viento que viene desde el
“mar” y el ulular de esa misma brisa recorriendo todos los recovecos, ponen los
pelos de punta.
Así
todo, no vimos ningún fantasma.
Pero,
como dice el dicho, “que los hay... los
hay”... al menos en el imaginario colectivo.
¿Qué venían a buscar, desde tan lejos?
¿Criminales de guerra? ¿Testimonios que
descubrieran algún nazi disfrazado de buen vecino? ¿Ustachas croatas
sobrevivientes? ¿Imágenes para algún programa de ecología? ¿Flamencos?...
No.
Nada de eso.
Venían por fantasmas.
Y
parece que ellos sí los encontraron en el Gran
Hotel Viena (ya todos sabemos lo fotogénicos que son los espectros,
desde principios del siglo XX).[2]
El
tema estaba candente. Bastó con anunciar que iríamos al Gran
Viena por la noche para que los vecinos desembucharan típicas historias
sobrenaturales relacionadas con almas en pena. Naturalmente, los guías del hotel
han sido, desde siempre, los depositarios de la mayor parte de este patrimonio
intangible.
No
hay película de terror que transcurra en algún hotel tenebroso que no tenga una
habitación embrujada, escenario de una pasada carnicería o hecho truculento.
Tampoco sus pasillos están ausente de fantasmas de niños, ni espectros femeninos
que se dejen ver deambulando en la oscuridad.
El
Gran Hotel Viena los
tiene.
ESPECTROS COSTEROS
Un
taxista me contó que “Hay por lo menos
dos fantasmas. Un hombre y una mujer. Hasta hace poco sólo se veía a un hombre,
pero de un tiempo a esta parte también se ve una mujer triste. En el hotel
desapareció una llamada Anna o Hanna, en la década de los ’40. Nunca se supo
nada de ella. Al hombre— de bigotes— no se lo ve como de carne y hueso, sino una
mera figura. Fue visto muchas veces y ha salido en alguna fotos que toman los
turistas. Hace una semana, durante la filmación, traje a una mujer y sus hijas
al hotel. Ellas vivieron en él por un tiempo, tras la inundación. Abandonaron el
edificio porque el fantasma las volvió locas. Dejaron de vivir allí por ese
motivo. Cuando nos acercábamos en el auto al hotel se pusieron muy nerviosas y
no querían aproximarse. Se arrepintieron de hablar con el canal yanqui. Les
producía una enorme angustia volver al lugar de los hechos. Una de ellas contó
que sentía cómo una presencia se sentaba en la cama junto a ella. Todos los
miembros de la familia sintieron esa presencia fantasmal mientras vivieron en el
hotel”.
También me relató que un turista, sacando fotos desde el patio del
hotel, captó a un hombre alto, de bigotes tupido, con traje color gris, asomado
de la ventana de la habitación 61 (sector principal). El propietario de la foto
nunca la entregó (dijo haberla perdido), pero ciertos funcionarios de la
secretaria de turismo —sostuvo— la habían tenido en sus manos.
Incluso me confesó que, en la habitación 106, un familiar cercano
creyó ver una figura sentada sobre la cama, mirando hacia la ventana. No supo si
la figura era de hombre o mujer, aunque juró haberla
observado.
Pero
eso no es todo.
¿Sugestión? ¿Un mero error?
Posiblemente. Pero lo interesante es que muchos creen a pie
juntillas en estas historias, como la de ese plomero que, mientras arreglaba
partes del hotel, salió corriendo lleno de miedo, anunciando que “algo había” es ese sitio
abandonado.
Otra
historia digna de un filme gótico de la productora británica Hammer es aquella
que relata sobre los misteriosos movimientos de un sillón de la habitación
61.
Cuentan que, personas allegadas al cuidado del hotel, encontraban
regularmente un sillón colocado mirando hacia la ventana que da al patio
central. Como les daba mucha impresión (“Era como si alguien invisible estuviera allí
sentado, mirando hacia fuera”), lo sacaban del sitio que tenía y lo
colocaban apoyado contra la pared. Lo sorprendente es que, al otro día, y sin
que nadie —aparentemente— mediara, el sillón volvía a aparecer en la posición
anterior.
Nadie
supo qué fue lo que pasaban, como tampoco nadie sabe hasta ahora qué factor
extraño es el que parece producir pasos por los pasillos de los pisos superiores
del sector de clase media.
Mi
mujer y yo los escuchamos hace unas noches desde el hall de entrada en la planta
baja. En teoría no había un alma en el primer piso. ¿Cañerías conduciendo aire?
¿Pisos que se dilatan y crujen por la amplitud térmica entre el día y la noche?
¿Una “ilusión óptica del oído”, como
decía un viejo paisano?
El
contexto invita a tener la mente predispuesta a cosas extrañas. Admitamos algo:
no es común toparse con un gigantesco hotel en ruinas, ni con una ciudad hecha
escombros, debajo de una laguna.
En
Miramar, los fantasmas del pasado están por todas partes.[3]
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en
Historia
Febrero de
2010
Email: sotopaikikin@hotmail.com
Notas:
* Profesor en Historia por la facultad de Humanidades de la
UNMdP.
[1] Véase: Soto Roland, Fernando Jorge (1997). Visitantes de la Noche. Aproximación al devenir histórico de los
fantasmas en el imagino de la cultura occidental, Mar del Plata,
Editorial Martín,.
[2]
Véase en www.youtube.com bajo el título Ghost’s Hitler parte 4/4 y Enigmático Hotel
Viena.
[3] Para conocer otras historias de fantasmas en el
Gran Hotel Viena, véase: SOTO ROLAND, Fernando Jorge (2010). Nueva Visita al Gran Hotel Viena,
Uruguay, edición digital, Los
fantasmas del Gran Hotel Viena
- Nueva
visita al Gran Hotel Viena
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
enero de 2010
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