ENSAYO
LOS AMIGOS Y ENEMIGOS DE
INDIANA JONES
Por
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de Mar
del Plata
INTRODUCCIÓN
Pocos días antes del estreno de la última película de Steven
Spielberg, Indiana Jones y el Reino de la
Calavera de Cristal[1],
en la que el famoso arqueólogo de la ficción —ya entrado en años— inicia la
afiebrada búsqueda de una extraña reliquia de (supuesto) origen precolombino,
un diario de la ciudad de Buenos Aires (República Argentina)[2]
me convocó para que diera una opinión respecto de la influencia de “Indy” en el
quehacer cotidiano de los arqueólogos e historiadores de la vida real. Por
sugerencia directa mía se remitieron a un ensayo que escribí hace unos meses y
en el que intenté realizar una radiografía del personaje dando una visión retrospectiva,
propia de la historia, no carente de cariño y agradecimiento por los buenos
momentos que siempre me ha hecho pasar “el viejo profesor Jones”[3].
Pero mayúscula fue la sorpresa cuando empezaron a
llegarme duras críticas de distintas partes del mundo por los “ásperos conceptos que había vertido sobre
Indy” a mi correo electrónico personal. Como hasta ese momento no había
tenido acceso a la nota periodística, me puse en campaña y la busqué por
Internet a fin de confirmar cuál había sido la herejía cometida[4].
Me llamó la atención la repercusión que mis dichos
habían tenido. Diarios de México, España, Alemania e Italia habían levantado la
nota del periódico porteño y difundido mi apellido junto a consumados enemigos
del famoso arqueólogo.
Entre otras cosas, el artículo hacía referencia al
desprestigio que Indiana Jones acarreaba a la arqueología y “a lo indignados
que estábamos todos por el mensaje de sus películas”. Indy se convertía así en
el chivo expiatorio de miles de ladrones de tumbas “profesionales” que —con o
sin títulos universitarios— han venido saqueando el pasado y el patrimonio
arqueológico de diferentes países, desde hace décadas, en completo silencio y
anonimato.
En principio quisiera hacer un descargo: no me siento
parte de aquellos de critican duramente al doctor Jones. Creo que sería
estúpido tomar en serio a un personaje que, desde el principio, sabemos
pertenece al universo de la ficción fílmica y literaria. Como escribí
anteriormente, no ha sido mi intención juzgarlo. Lejos de mí estuvo caer en
semejante ridículo. Las películas de Indy no pretenden otra cosa más que
divertir, entretener, pasar un rato agradable y, por su intermedio, soñar con
las aventuras de nuestra infancia y adolescencia. Jones no es más que el canal
que nos vincula con la inocencia de los tiempos idos, con aquellas tardes en
que jugábamos a ser exploradores en mundos perdidos. Él es la encarnación más
reciente de la aventura en su estado puro; el responsable, desde 1981, de la
renovación del género, convirtiéndose en el arquetipo del nuevo héroe e
inspirador de toda una legión de imitadores (sin tanto éxito) que invadieron
las pantallas de los cines en las dos últimas décadas del siglo XX[5].
INFLUENCIAS
Pero, ¿qué influencia tuvo —y tiene— Indiana Jones en historiadores
y arqueólogos reales?
Creer que la arqueología y la historia proceden del
modo en que él lo hace es, lisa y llanamente, una estupidez. Es no conocer nada
de los aspectos metodológicos de ambas profesiones y volver a confundir
realidad con ficción. Aun así, el carisma del personaje ha influido
indudablemente en la vida personal de muchos profesionales del pasado y
canalizado la vocación de otros.
¿Quién no ha soñado ser Indiana Jones alguna vez?
¿Quién no ha aspirado a encontrar reliquias sagradas con poderes sobrenaturales
o toparse con civilizaciones perdidas en medio de la selva amazónica?
Yo sí.
De hecho, he invertido poco más de la mitad de mi vida
en la búsqueda del Paititi, una legendaria ciudad incaica que, como en el
último film, permanece aún por descubrirse en las selvas orientales del Perú. Es
un tema fascinante y encontrar restos arqueológicos en sitios en donde los
especialistas más ortodoxos creen no poder encontrar nada, pone al organismo en
un extraño estado de ebullición adrenalínica. En situaciones como ésas es
imposible no sentirse un poco Indiana Jones.
Es que el “Viejo Indy” combina, como si fuera un cóctel extravagante, aventura, exotismo, nomadismo y misterio, ruinas
sagradas y extrañas costumbres, comidas inimaginables y peligros que van más allá de nuestra cotidianeidad..
Indy nos traslada a un mundo extra-ordinario. Un mundo que rara vez
podemos saborear los mortales comunes. Por eso, cuando la vida nos pone en
situaciones de esas características, es imposible no recordar al ficticio
arqueólogo del Marshall College.
Él es la contraimagen misma de la
mediocridad y, como él, cuando se viven circunstancias fuera de lo común, en
lugares poco comunes, la frase del gran Joseph Conrad se convierte en una
realidad ineludible:
"Me encontré de regreso (de la selva) en la ciudad
sepulcral donde me molestaba la vista de la gente apresurándose por las calles
para sacarse un poco de dinero unos a otros, para devorar sus infames
alimentos, para tragar su insalubre
cerveza, para soñar sus insignificantes y estúpidos sueños. Se entrometían en
mis pensamientos. Eran intrusos cuyo conocimiento de la vida era para mí una
irritante pretensión, porque yo estaba seguro de que era imposible que supieran
las cosas que yo sabía. Su conducta, que era simplemente la conducta de
individuos vulgares ocupándose de sus negocios con la certeza de una perfecta
seguridad, era ofensiva para mí, como ultrajantes ostentaciones de insensatez
ante un peligro que es incapaz de comprender. No tenía ningún deseo especial de
ilustrarles, pero me resultaba bastante difícil contenerme y no reírme en sus
caras, tan llenas de estúpida importancia"[6].
“Estúpida
importancia”.
Perfecto.
¡Si hasta puedo ver esos rostros adustos de
intelectuales sin fantasías, ofendiéndose ante molinos de viento!
Ridículo.
¿Qué tiene de malo reconocer las influencias que
Indiana Jones pueda haber tenido en nuestras elecciones profesionales? ¿Qué
pecado imperdonable cometemos al soñar, de tanto de tanto, con ponernos un
sombrero fedora de ala ancha y un látigo imaginario en la cintura? Ninguno.
Siempre que seamos concientes de que el trabajo del arqueólogo y del
historiador se alejan bastante del que practica Indy en las películas.
Por otro lado, mirando con detenimiento los cuatro
filmes, y considerando la época en que transcurren las aventuras, podría
decirse que las prácticas depredatorias que Indy comete en algunos yacimientos
arqueológicos (como en las primeras escenas de Los Cazadores del Arca Perdida)
eran más comunes ayer que hoy; al menos oficialmente hablando.
Pero por otro lado, su intensión por conservar el
patrimonio material de los pueblos en museos, lo redime un poco de su
vandalismo inicial. De seguro, si Indy viviera en nuestros días sería un
ferviente defensor de las leyes que protegen el patrimonio histórico y
arqueológico de los países. Pero su época es otra y cometeríamos el pecado del
anacronismo si pretendiéramos que el personaje se comportara en las décadas del
1930, 1940 y 1950, como si su profesión estuviera enmarcada por las leyes actuales.
Indy es el producto de su tiempo; con los aciertos,
errores y contradicciones de cualquier hombre dedicado a rescatar los restos
del pasado en aquellos días.
Pero todo eso está cambiando, afortunadamente.
Las leyes protectoras del patrimonio indican que los
artefactos antiguos, encontrados en el subsuelo de un país, pertenecen y son
propiedad inalienable de ese país.
Aún así el tráfico de antigüedades constituye el tercer negocio ilegal más
importante del mundo, después de las drogas y las armas. Por otra parte,
Indiana Jones era menos hipócrita que muchos arqueólogos actuales del primer
mundo que, aún existiendo legislaciones que lo prohíben, siguen llevándose
objetos a sus países de origen. Indy no puede ser juzgado por leyes que por
entonces no existían. Los últimos, sí.
Hasta la década de 1960 la arqueología no dispuso de
un cuerpo teórico establecido y por lo tanto el interés por la interpretación es
algo bastante nuevo[7]. La
disciplina pasó por una etapa en la que los datos se recogían sin ninguna razón
concreta o con la esperanza de que en el futuro se sabría lo suficiente a
partir de ellos y se podrían formular cuestiones teóricas convenientes. Durante
mucho tiempo no existió la conciencia de que los restos materiales del pasado
pudieran servir para probar las especulaciones sobre el origen y organización
de las comunidades humanas. El interés por los objetos era mero coleccionismo.
Es así cómo nació en Europa, durante los siglos XVII y XVIII, lo que hoy
llamados arqueología; que, de hecho, está actualmente desligada de
coleccionismo[8].
DESLICES
De todas las películas de la saga, El Reino de la Calavera de Cristal es sin duda la más
controvertida; no tanto por las actitudes “huaqueras” que Indy pueda haber
mostrado (en mucho menor medida que en los filmes anteriores), sino por el tono
general de la trama y el enfoque lleno de errores que se plantean respecto de
América Latina.
El ex-rector e historiador peruano de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, Manuel Burga, fue taxativo al declarar lo
siguiente:
“Faltó asesoramiento técnico porque
hay muchos detalles incorrectos, aunque se trate de ficción. Eso va a ser
perjudicial para mucha gente que no conoce nuestro país, pues muestra un
escenario peruano que no es el real. No es posible que se confunda la Amazonia
con la selva de Yucatán en México. Debía haber especialistas que investiguen
previamente antes de elaborar el guión”[9].
De todas maneras, Burga ha sido el menos virulento a
la hora de denostar el accionar de Indy y sus “progenitores (Spielberg y
Lucas). Muchos otros dejaron destilar su veneno e ira, y guiados por una línea
nacionalista, que no conoce de “licencias
artística”, han hecho referencia a la total falta de respeto por el Perú
que el film expresa; intoxicando y tergiversando la historia antigua y
contemporánea del querido país sudamericano. Según éstos, el film se ensañaría con el pauperismo
y subdesarrollo de la república andina, transmitiendo una imagen estereotipada,
en la que las gallinas y los pollos deambulan por las calles, teniendo como
música de fondo rancheras mexicanas que nada tienen que ver con el país en el
que transcurre la aventura. Por otro lado, los errores geográficos también son
destacados. Todo el mundo medianamente ilustrado sabe que las líneas de Nazca
(sitio en el que transcurre parte de la trama) no están en Cusco (ubicado en la
zona de la sierra), sino en el desierto costero, bañado por el océano Pacífico.
Por otro lado, tampoco hay pirámides de clara factura maya en las selvas de
Iquitos, ni cataratas hawaianas en el Amazonas. Además, el retrato de Orellana,
que Indy muestra en un segmento del film, no corresponde al de ese conquistador
español, sino al de Francisco Pizarro[10].
¡Craso error,
doctor Jones!
Pero la lista no termina allí.
Los críticos también hacen referencia a una realidad
que se desliza, sin ser muy advertida: según la película, el Perú aparece
caracterizado como un país sin autoridad soberana, en el que una atajo de rusos
comunistas instalan (fuera del alcance del Estado) un campamento para disponer
a su antojo de las selva y de las ruinas allí escondidas. No quisiera ser abogado del diablo pero el film se
inicia con ese mismo comando soviético entrando en una instalación supersecreta
de los Estados Unidos y, que yo sepa, nadie tiró la bronca diciendo que el país
del norte carece de soberanía. Por otro lado, debo ser sincero conmigo mismo y
decir que —por tener conocimiento directo de la realidad selvática de Sudamérica—
hay que convenir que la fuerza del gobierno, más allá de los límites de la
selva, es en verdad reducida. Inexistente, casi ausente; y eso bien lo sufren
centenares de colonos que están librados a su suerte en parajes semejantes a
los del film. Y esto no sólo pasa en Perú.
Los miembros del Partido Comunista de San Petersburgo
también han levantado sus voces en contra del famoso arqueólogo de la ficción. Sostienen
que el film “está lleno de mentiras que
fomentan un sentimiento de idolatría por EE.UU., promoviendo el saqueo de bienes
culturales y dando una imagen falsa de la política exterior de la URSS durante
los años ’50”[11].
Según ellos, todo esto no sería otra cosa que una nueva campaña antisoviética (¿no suena medio anacrónico?).
¿Por qué se dejaron deslizar tantos errores?
¿Es Indiana Jones y el Reino de la Calavera de
Cristal un eslabón más de la
conspiración mundial yanqui por derretirnos el cerebro y controlarnos?
Creo que no. Ellos tienen otros métodos. Más sutiles,
más efectivos. No tan evidentes.
De todas maneras, puede que haya varias respuestas a
estas cuestiones. Y es a lo que quiero referirme en los párrafos que siguen.
PERSPECTIVAS
Una primera posibilidad sería continuar la línea argumental arriba
señalada: los errores están fundados en la ignorancia pura y llana de unos
gringos semianalfabetos que confunden a la Argentina con Brasil, al Perú con
México y siguen pensado que en estas latitudes continuamos siendo indios
semidesnudos boleando ñandúes en las pampas y pateando plumíferos animales con
cada paso que damos. Desde este punto de vista, sería el desconocimiento de la
realidad histórica de América Latina la responsable de lo que se observa en el
film; y que lo que se advertiría no es otra cosa que una subestimación de lo
latino y una estereotipada imagen del subdesarrollo.
La segunda posibilidad podría sostenerse con el siguiente
argumento: la América Latina de Indiana Jones no es otra cosa que una
reconstrucción “libre y ficticia” de una realidad histórica y geográfica que no
pretende dar cátedra sino, únicamente, entretener.
Ya he sostenido en otro trabajo que no debemos
confundir la ficción con la realidad y que lo que Indy hace no es ciencia sino
cine. Quizá se le podría reprochar al director no haber inventado algún país
imaginario, evitando así tocar susceptibilidades (recurso que Hergé utilizó
copiosamente en sus archifamosas Aventuras de Tintín). Seguramente,
una republiqueta bananera salida de la imaginación del guionista habría traído
muchos menos problemas y espíritus ofendidos.
La tercera posibilidad es quizás la más condescendiente de todas.
En ella la explicación consiste en comprender la época en que la película está
ambientada. El año es 1957 y lo que la trama intentaría reflejar son los
prejuicios que por entonces existían sobre Latinoamérica. Si es así, para ser
sincero, bastante poco es lo que ha cambiado esa visión de las cosas.
No hay que olvidar que El Reino de la Calavera de
Cristal está ambientada en plena Guerra Fría y que la estigmatización —a
uno y otro lado de la Cortina de Hierro— era algo corriente cuando se refería
al enemigo. Un mundo dividido y con miedo a la guerra atómica no solía ver los
logros del “Otro” (por ejemplo, los satélites soviéticos lanzados al espacio)
como avances científicos en pro de la humanidad, sino como una amenaza
peligrosa. Por lo tanto, cualquier otra aproximación a la problemática estaría
empapada de cierto anacronismo, en especial las más críticas, que trasladan a
1957 un clima ideológico impropio de aquellos días. La protesta proveniente del
partido comunista ruso, que como hemos dicho antes parte de una supuesta “ola
antisoviética”, se encuadraría dentro de esta línea.
Lo mismo sucede con el tema de la intervención
extraterrestre. No hay que olvidar que la “problemática OVNI” estaba vigente
por entonces y que el imaginario norteamericano de “Guerra Fría” había
alimentado la moderna leyenda urbana de la infiltración alienígena entre los
seres humanos. El archifamoso Caso
Roswell de 1947 —al que se alude directamente en el film— sería un claro
ejemplo de todo ello[12].
HOMBRECITOS VERDES
En mi opinión, este es el tema más espinoso de toda la película.
Considerar, indirectamente, que las culturas
precolombinas fueron incapaces de desarrollarse sin la ayuda de seres de otros
planetas se inscribe dentro de una larga tradición imperialista que arranca en
el siglo XIX con las leyendas de tribus blancas enquistadas en las selvas
sudamericanas. Según esta visión —que la Ahnenerbe de Himmler defendió en su
delirio racista por justificar la presencia de arios en la historia antigua de
diversas partes del mundo— una “raza superior” habría sido la responsable de
las altas culturas surgidas hace siglos fuera del ámbito “culto” de Europa[13].
De ese modo, los moais de la isla de Pascua, las líneas de Nazca en el Perú,
las pirámides de Egipto, las construcciones megalíticas del norte de Europa y
el Pacífico, la arquitectura incaica o las centenarias ruinas del centro
ceremonial de Tiahuanaco en Bolivia —por citar unas pocas— no serían otra cosa
que los misteriosos (y mal interpretados) vestigios del paso de extraterrestres
por la Tierra, hace miles de años.
En La calavera de Cristal, la ciudad
perdida de Akator —que Indy y los soviéticos buscan incansablemente— es un
producto extraterrestre; y la deformación craneana que los aborígenes se realizaban
—alargándose las cabezas— tenía como meta imitar los cráneos de los “dioses”.
¿Es que los
filmes de Indiana Jones terminaron absorbiendo el mensaje racista de aquellos a
los que tanto odiaba y combatió su personaje principal en las películas
anteriores?
Me parece que todo esto es forzar demasiado las cosas.
La última aventura de Indy es ante todo, y por sobre todo, un hecho de ficción,
una aventura, puro entretenimiento, y no un ensayo de historia o arqueología
alternativa. Estamos hablando de un personaje literario. Nunca olvidemos eso.
Aquí no debatimos a partir de un texto o de un documental que pretenda ser
científico. Adoptar una mirada tan crítica y dura sobre un tema que desde el
principio sabemos es pura “mentira”, ¿no es encabalgarnos en las mismas teorías
conspirativas que pretendemos combatir y denostar?
En lo personal, me hubiera asesorado mejor
históricamente de haber sido el autor del guión (como sostiene Manuel Burga) y
habría respetado un poco más la realidad histórica del mundo precolombino, sin
acudir a extraterrestres y sí a un poder autóctono que, a la postre, resultaría
tan misterioso y trepidante como la llegada de hombrecitos verdes del espacio
exterior (o de otras dimensiones).
Pero el lugar
común en el que cayeron los guionistas del film no deja de ser interesante,
puesto que explota un imaginario muy difundido a mediados del siglo XX. Tan
difundido que de las páginas de los libros y revistas de la New Age han pasado
a esa realidad alternativa tan propia de los apóstoles del delirio.
PALABRAS FINALES
Las acusaciones son duras y seguirán siéndolo por algún tiempo.
Indiana Jones es caratulado de huaquero, imperialista,
racista, promotor de mentiras, abanderado de la soberbia yanqui, violento y
“destructor de imperios”. Un encubridor, más que un descubridor. Un
representante de la violencia. Un compendio de injusticias e hipocresía.
De este modo, Indy parecería sintetizar todos los
males del siglo XX[15].
Y como símbolo no estaría nada mal.
Pero también está el lado positivo del famoso arqueólogo;
una faceta que sus admiradores no dejan de destacar. Así, para millones, Indy
encarna la imagen del aventurero romántico, la del amigo leal, el intelectual
de reconocimiento, el humanista, el espíritu libre y nómada del individualismo
con deberes; el demócrata trotamundos, que lucha contra dictaduras de derecha y
de izquierda, el tipo inteligente, simpático, resistente y persistente. En
pocas palabras, una persona que despierta amores y odios, apoyo y desprecio,
tolerancia e intransigencia. Por eso no pasa desapercibido y ha terminado
convirtiéndose en un icono de la cultura popular.
Con sus grandezas y miserias Indy nos muestra que
todos somos ángeles y demonios; que el corazón de las tinieblas está dentro
nuestro y que las obsesiones, alimentadas por la fe en concretar los proyectos
planeados, es lo que hace que la vida tenga sentido.
Indiana Jones vino al mundo para entretenernos. Si
queremos historia y arqueología reales, no vayamos al cine a buscarlas. Ellas
permanecen en los estantes de nuestras bibliotecas.
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
[1] Nota: estreno mundial el 22 de mayo de 2008.
[2] Diario Crítica de la Argentina, 21 de mayo 2008, Director Jorge
Lanata.
[3] Véase: Indiana Jones y la Aventura en www.edhistórica.com
[4] Véase Diario Crítica de la Argentina, del 21 de mayo de 2008.
[5] Soto Roland, Fernando Jorge, Indiana Jones y la Aventura, www.edhistorica.com , pág.1 /pág.20
[6] Joseph Conrad, El Corazón de las Tinieblas, 1902,
pág. 120
[7] Véase: Historia del pensamiento Arqueológico,
Editorial Crítica, Barcelona, 1998, Cáp. 2.
[9] Bracci, Luigino, Critican y llaman a boicotear la nueva película
de Indiana Jones, véase en Internet.
[10] Véase: Indiana Jones y la aberración cultural
gringa e, http://elheraldodecusco.blogspot.com/2008/05/
[11] Bracci, Luigino, Critican y llaman a boicotear la nueva
película de Indiana Jones, Internet.
[12] Nota: Según cree una moderna teoría conspirativa, en 1947 una
nave extraterrestre se estrelló en el desierto de Nuevo México, Nevada, y fue
recuperada por el gobierno norteamericano haciéndole creer a la opinión pública
que lo siniestrado no era otra cosa que un globo aerostático y no una nave
alienígena tripulada por hombrecitos verdes. Todo parece indicar que —amén de
las delirantes investigaciones de los cazadores de ovnis— la historia fue una
estratagema que el gobierno dejó circular con el objeto de ocultar las
intensiones de un proyecto secreto llamado Mogul, orientado a desarrollar
“globos espías” sobre el territorio soviético.
[13] Nota: Cuando, en el siglo XIX y
principios del XX, el auge de la arqueología, y el interés por las antiguas
civilizaciones orientales o precolombinas, empujaron a los estudiosos europeos
a abandonar sus ciudades y trasladarse a los rincones más extraños del planeta,
para practicar in situ sus
investigaciones, se llevaron la gran sorpresa de toparse con testimonios
culturales que jamás habían imaginado. El régimen colonial les abría las
puertas a nuevos mercados, a más y variadas materias primas, pero también a un
pasado totalmente ignorado y que no encajaba con los prejuicios del hombre
culto, burgués y europeo de entonces.
Las ruinas egipcias, mayas
e incaicas que salían a la superficie, tras siglos de olvido, no parecían
concordar con la situación social de los países en las que se levantaban.
Regiones pobres, dependientes, con un sistema educativo deficiente o
inexistente, como así también una tecnología por completo importada de Europa,
habían poseído en el pasado antecesores maravillosamente creativos y con una
disposición técnica que sus descendientes contemporáneos habían perdido u
olvidado.
¿Cómo era posible que “simples
indios o negros” pudieran haber construido obras de arquitectura e
ingeniería tan fabulosas? ¿Cómo adjudicarles a sociedades semisalvajes logros
tan magníficos en el campo de las artes? No cabía otra explicación que esta:
sus constructores eran miembros de una raza desaparecida, superior y, por
supuesto, blanca.
Así, pues, fenicios y
romanos, cartagineses y griegos, vikingos o atlantes, habrían difundido sus
legados culturales por todo el mundo, enseñando, a los pobres salvajes, métodos
y técnicas que luego éstos olvidarían para siempre. Estas teorías difusionistas
fueron muy convenientes para los colonizadores europeos de los siglos XIX y XX,
puesto que con ellas creaban un precedente histórico para la ocupación y
explotación imperialista. Si se fijaba un origen extranjero (“blanco”) a los
monumentos arqueológicos que se encontraban, se legitimaba y justificaba la
apropiación de ricas regiones del planeta. “Nosotros,
los blancos, hemos estado primero aquí. Les hemos enseñado todo y ustedes lo
perdieron. Aquí estamos, nuevamente, para civilizarlos”. Ninguna sociedad
cobriza o negra era considerada capaz, por sí misma, de alcanzar un nivel de
civilización y progreso propio del hombre blanco. Racismo puro.
Por lo tanto, los rumores
sobre “indios rubios” en las selvas amazónicas venían a confirmar los
postulados del imaginario racista que analizamos ( por más que los mismos
exploradores o arqueólogos no fueran conscientes del arraigado prejuicio que
cargaban).
Misioneros y censistas;
cazadores y exploradores; aventureros y contrabandistas, sean del grupo étnico
que sean (indios, blancos, mestizos, mulatos, negros), continúan (actualmente)
denunciando avistamientos de indios rubios que, como las sombras de la selva,
pasan y desaparecen, sin saberse nunca a dónde van.
[14] Boia, Lucian, Entre el ángel y la bestia,
Editorial Andrés Bello, Barcelona, 1995, pp. 202-203.
[15] Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Editorial
Crítica, Barcelona, 1995.
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