El Edén Hotel
La Falda, Provincia de Córdoba
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INTRODUCCIÓN
De
todos los antiguos hoteles de la “Belle
Epoque”, el Eden Hotel es, sin lugar a dudas, el
más emblemático.
Lujoso e imponente, su estampa de reducto aristocrático aún
conserva, después de 111 años, el mismo señorío que lo viera nacer en 1898, para
combatir la tuberculosis y el aburrimiento de las clases privilegiadas de una
Argentina conservadora.
Por
él pasaron los miembros de la más rancia aristocracia nacional. En él se
tejieron romances, negocios y, seguramente, negociados y conspiraciones. Sus
salones y parques arbolados vieron transitar a reconocidas personalidades de la
política, de la literatura, del cine y de la ciencia. Parte de la baja nobleza
europea también se dio cita en ese rincón de las sierras cordobesas y no
faltaron, ciertamente, personajes siniestros, como el criminal de guerra Adolf
Eichmann o —tal como señala la leyenda local— el mismísimo Führer de Alemania,
Adolf Hitler.
El Eden
Hotel tiene eso: la capacidad de combinar la realidad con la fantasía
creando tal amalgama que, llegado el momento, resulta difícil distinguir lo que
pertenece al campo de la historia de aquello que es producto de la imaginación
individual o colectiva. Como testigo y protagonista de todo el siglo XX, resume
—como pocos emprendimientos de su tipo— todas las contradicciones de la centuria
pasada. Sin duda, sintetiza las grandezas y miserias de esas generaciones que
nos antecedieron hace relativamente poco tiempo. Su devenir nos señala las
esperanzas de un mundo optimista y, al mismo tiempo, el egoísmo encubierto que
alimentó a las tradiciones intelectuales y filosóficas de la época; que, a la
postre, tiraron por tierra todos los proyectos que tendían —inocentemente— a
convertir este mundo en un lugar más humanitario y
comprensivo.
En el
Eden Hotel se entrecruzaron el
liberalismo más extremo con el conservadurismo y la
Oligárquico, elitista, europeizado y burgués. Éstos y otros
calificativos concuerdan a la perfección con ese islote de seguridad y confort
que el Eden Hotel fue desde fines del siglo
XIX hasta mediados del XX. Y por más que el tiempo haya pasado y su decadencia
sea aún difícil de maquillar —a pesar de las mejoras que un grupo de empresarios
faldenses encararon— el gran hotel no ha perdido su esencia. Todavía conserva
—como dijimos antes— su majestuosa y
distinguida estampa y el orgullo de haber sido el escenario de miles de
historias que, para bien o para mal, son partes constitutivas de nuestra propia
historia colectiva.
GÉNESIS
(1898-1912)
«16 de Febrero 1901. La Falda, Hotel Edén. Desde el 6
estamos en La Falda: paisajes espléndidos, naturaleza sonriente como un jardín
delineado por sierras de formas suaves, en un clima delicioso (...). En el Edén
Hotel la atmósfera es vana y fría. Hay muchas niñas, muchos jóvenes y muchas
señoras muy chic, lindas y elegantes. Pero la gente se pasa el día entero
sentada en la terraza, grandes y chicos jugando al dominó, y todos de sombrero y
guantes puestos. El hotel entero duerme hasta las 11 y media. Además de jugar al
dominó la gente se hamaca en unas sillas comodísimas ¡con que aire indolente!
Los pies son aquí inútiles durante el día y de noche útiles para bailar.”[2]
Cuando la señorita Delfina Bunge escribió estas palabras en su
diario personal, el Eden Hotel apenas tenía tres años de
inaugurado y ya congregaba a esa clase social «chic» a la que alude la escritora (y de
la que ella misma era parte). El pueblo de La Falda todavía no existía
oficialmente. Era, a lo sumo, un humilde villorrio habitado por paisanos y
trabajadores rurales ubicados al costado de las vías del ferrocarril que iba
hasta Huerta Grande y Capilla del Monte, varios kilómetros al
norte.
Pero
mucho antes de que esa zona hospedara a la “gente conocida”[3] de entonces, la región de La Falda y
el terreno en el que se levantaría el Eden Hotel, eran parte de una gran
estancia dedicada a las actividades agrícola ganaderas .
Gracias al trabajo del historiador cordobés Alfredo Ferrarassi
—autor del único libro editado que trata la historia del hotel y su pueblo[4]— podemos conocer quiénes fueron los propietarios de
esos terrenos a lo largo de los años y cuándo los estancieros decidieron
convertirse en hoteleros para dar origen a esa joya de la arquitectura argentina
llamada Eden Hotel y al pueblo de La Falda,
al mismo tiempo. Porque, como bien señala el autor mencionado: “La Falda no existía como tal sin el Eden y
sin el loteo de sus tierras.”[5]
El
valle de Punilla fue desde los días de la conquista española un lugar de paso y
residencia permanente de muchos peninsulares. Ubicado en la ruta que comunicaba
el puerto de Buenos Aires con la ciudad minera de Potosí (hoy Bolivia), muy
pronto toda la región fue “limpiada”
de aborígenes y repartida en “mercedes de
tierras” entre los recién llegados. Una de esas mercedes correspondió a lo que
actualmente es la ciudad de la Falda.
Cuentan los documentos que esas tierras pertenecieron por primera
vez a un capitán español, Antonio Pereira, en 1584 y que, desde entonces, ventas
sucesivas de por medio, los terrenos fueron pasando de mano en mano hasta que en
1887 los termina adquiriendo uno de los hombres más representativos de la
Argentina roquista y juarista del fines del XIX: el ingeniero Juan Bialet
Massé.
Según
el boleto de compra/venta, la estancia llevaba por nombre (desde 1821) el de «La Falda de la Higuera», pero no debió
resultarle demasiado agradable al notable ingeniero puesto que le cambió la
denominación y, desde la toma de posesión, pasó a llamarse «Estancia La Zulema», en honor a su
querida esposa, doña Zulema Bialet Massé.
Mucho
se ha especulado respecto del motivo de esa inversión. Alfredo Ferrarassi
examinó en profundidad este tema y llegó a la conclusión de que fue la
existencia de caolin[6] lo que estimuló el espíritu
empresarial de Bialet Massé a arriesgar un buen capital en esa zona, perdida de
la mano de Dios. Pero el negocio no prosperó y «La Zulema» fue vendida una vez más en
1889 —seguramente como parte de una operación especulativa en torno a la tierra,
muy común en esos días— al señor Carlos Ruiz, cuñado de Bialet
Massé.
Tendremos que esperar ocho años más para que la estancia (vuelta a
rebautizar «La Falda de la Higuera»
en 1892) pase a manos de quien fuera uno de los padres del Eden
Hotel: don Roberto Bahlcke. Y
con él, se inicia nuestra historia.
Corría el año 1897 cuando este alemán, dedicado al negocio de la
hotelería en la ciudad de Córdoba (capital de la provincia), decide vender el
hotel que regenteaba en dicha localidad —el Gran
Hotel San Martín— para comprar
la estancia «La Falda» en el valle de
Punilla.
Tornquist en sí mismo era una máquina de hacer dinero. Dueño de
innumerables propiedades a la largo y a lo ancho de la geografía nacional, tuvo
también el control directo de bancos, instituciones financieras, ingenios
azucareros, empresas metalúrgicas, fábricas de cerveza, hoteles (el Bristol Hotel de Mar del Plata y el
Club Hotel de Sierra de la Ventana),
estancias, amén del negocio de exportación de productos ganaderos, armas y
pescado. No le faltaba nada. Tenía dinero de sobra para seguir invirtiendo y
generar más dinero.
Con
semejante apoyo, nada podía salir mal. Incluso las futuras Relaciones Públicas
del hotel estaban aseguradas: don Ernesto tenía contactos en las altas esferas y
éstas iban estar más que resueltas a convertirse en huéspedes del nuevo
proyecto. El negocio era redondo.
Pero
había un inconveniente: ¿de qué manera iban a llegar hasta el Eden los futuros turistas? La zona
estaba un tanto aislada, lejos de casi todo, inaccesible por caminos y a
trasmano del mundo. ¿Qué solución le iban a dar a ese gran
problema?
Alguien dijo una vez que «para tener dinero hay que tener amigos, pero
para tener mucho dinero hay que tener muchos amigos». Y la oligarquía de
entonces no carecía de ellos. Las amistades y contactos que Bahlcke y sus socios
tenían en el mundo corporativo permitieron que la empresa
Todos
los detalles estaban en su lugar. Recién entonces se inició el traslado de los
materiales necesarios para la construcción del Eden.
Las
casi 5000 toneladas de insumos requeridos para levantar el hotel fueron llevadas
en tren desde Huerta Grande (6 km. al norte) y depositadas en el ya famoso “Km.
78”. Desde allí, en carromatos, debieron ser trasladas hasta el sitio donde se
emplazaría definitivamente la obra, a quince cuadras de las
vías.
Para
el mes de enero de 1898 los diarios de la zona informaban que el Eden
Hotel estaba en plena construcción y que, incluso, ciertas
personalidades importantes de Buenos Aires lo habían visitado. Una de ellas fue
el Procurador General de la Nación de entonces, el doctor Saviniano Kier, quien
aparentemente —según Ferrarassi— tenía un interés directo en el negocio de Eden.
De
acuerdo con la opinión de algunos investigadores, el mes de enero de 1898
debería ser considerado como el de la inauguración, pero es difícil que eso sea
cierto.
Es
muy poco probable que, entre agosto de 1897 y enero de 1898, las obras
estuvieran terminadas. Para Alfredo Ferrarasi la fecha oficial de apertura del
Eden Hotel fue el 26
de diciembre de 1898, casi un años más tarde; y para ello presenta como
prueba el Álbum de Huéspedes y en cuyas páginas aparecen consignadas las firmas
de algunos de los apellidos más insignes de la oligarquía nacional. Examinando
la primera página de dicho documento, en la fecha mencionada se leen los
siguientes nombres: Luís Huergo, Alfredo
Lagarde, Horacio Bustos Rigal, Carlos María de Alvear, Roberto Ortiz, Eduardo
Stegmann, Luís María Benegas, Benedicto M. Stegmann y Pedro Benega, entre
otros.[7]
Finalmente, en agosto de 1899, la empresa de ferrocarriles cumplía
su palabra y firmaba el convenio por el cual el tren iniciaría sus paradas en el
“Km. 78”, a cambio de una paga de 780
pesos semestrales. El negocio cerraba a la perfección. Ambas partes tomaban su
tajada del negocio y, tras la construcción de las «Casa de las Columnas» (en enero/febrero
de 1900), el nexo que unía el Eden Hotel con el mundo exterior
estaba asegurado.
Todos
supusieron que el éxito económico también.
Con
la «Casa de la Columnas»[8] en pie a quince cuadras del hotel, los
pasajeros podían encontrar en ella no sólo un lindo edificio donde estirar la
piernas y descansar un rato, sino también un restaurante y un almacén de ramos
generales para tomar y comer algo momentos previos a subirse
a
Inaugurado y con huéspedes, el Eden
Hotel inició su primera época y, como en todo período germinal, la
tradición oral, los periódicos y comentarios posteriores, no hicieron otra cosa
que exaltar el rol de sus pioneros. Se instalaba de ese modo en el imaginario
social «el mito de los fundadores»
por el cual se volvía un lugar común describir la lucha del hombre contra la
naturaleza virgen y el triunfo final sobre ella.
El
pionero se enfrenta a las sierras, a la desolación, al «caos primigenio» y, armado por el
desinterés, la fuerza de voluntad y su espíritu conquistador, consigue levantar
una porción de orden (de «cosmos») en
medio de la nada. El capitalismo se convierte en el gran domesticador del
paisaje, simbolizando de un modo original e inconciente la vieja parábola de la
«civilización contra la barbarie». Y
eso fue lo que el Eden Hotel encarnó en ese remoto
rincón cordobés. La moraleja era bien clara: los emprendedores, guiados siempre
por nobles intereses, son los responsables del Progreso. «La misión civilizadora de Occidente»
cobraba sentido en pleno valle de Punilla y sus principales símbolos fueron el
tren y ese majestuoso hotel.
Pero
más allá de la propaganda simbólica y de la carga ideológica que pudiera
existir, había datos “objetivos” que despertaban una sincera admiración entre
los visitantes y huéspedes. La sola traslación de los insumos, de un lugar a
otro, es uno de ellos.
En lo
personal creo que esa sorpresa deviene de haber olvidado algo: los niveles de
sacrifico de otras épocas menos confortables que la nuestra y de las
cosmovisiones reinante por entonces. Hay cosas que hoy parecen imposibles de
realizar, lo que no significa que en otro momento no pudieran haber sido hechas.
Las motivaciones eran diferentes. Por eso, cuando trasladamos al pasado nuestras
propias limitaciones e intereses actuales (aún a un pasado relativamente
cercano) solemos preguntarnos extrañados: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para
qué?
El Eden
Hotel —y otras obras de su tipo—nos retrotraen
a esa anacrónica situación de asombro. Aquellos hombres tenían el dinero, la
mano de obra barata, las motivaciones y las ganas de hacerlo. Por eso lo
hicieron.[10]
El Eden
Hotel, con su estilo ecléctico ítalo-francés[11] ensalzaba el espíritu del «todo se puede». El optimismo
decimonónico tomó forma con los ladrillos que se usaron en su construcción. Por
otro lado, el origen de sus primeros propietarios también debió contribuir con
el grado de admiración que despertaba el edificio: Bhalcke, Kurth y Kreautner
eran alemanes.
El
mito del alemán preciso, responsable,
ordenado y trabajador estaba muy presente en las mentalidades de entonces.
La «calidad racial», tan ponderada en
aquella época, glorificaba todo aquello que viniera de Europa y pudiera ser
asociado al progreso industrialista. Incluso la política inmigratoria argentina
durante el siglo XIX estuvo imbuida de esa idea. De ella se derivaría el
proyecto de fomentar el ingreso al país a representantes de esa «sangre nórdica»
que, en contraste con la latina, era considerada «superior». ¿Quién podía negar
la supremacía de un alemán culto, blanco y educado, sobre el salvajismo de un
gaucho o aborigen semicivilizado, más inclinados a la naturaleza
Sumándose a la tradicional «eficiencia germana» había otras dos
condiciones que colaboraron para que la construcción de un hotel en ese lugar
fueran óptimas: la inexistencia de competencia, por un lado, y la preocupación
que despertaban en la gente las enfermedades pulmonares, en especial la
tuberculosis, por el otro.
Este flagelo, que causaba miles de muertes al año, no podía ser
detenido. La única salida a la enfermedad, en una época sin antibióticos, era el
aislamiento y el aire puro y seco de lugares alejados de las grandes ciudades.
El Eden poseía las condiciones
ideales.
Pero
tenía muchas cosas más.
Los
huéspedes del hotel —cuya estadía nunca era menor al mes— podían disfrutar de
instalaciones y comodidades poco comunes para la época, por
ejemplo:
Un lujoso salón de fiestas (conocido hoy como
“Salón Imperial”) en donde se podía
disfrutar de una buena cena con orquesta en vivo (“para que no se oyeran los ruidos de los
cubiertos” al comer).
Un enorme salón comedor con capacidad para 250
comensales (hoy remodelado y en ruinas).
Salón de juegos, en el que era posible pasar el
tiempo disfrutando del ajedrez, ping-pong o billar.
100 habitaciones de dos y tres ambientes,
amplias y aireadas, con baño compartido (8 en todo el hotel).
Luz eléctrica, generada por una usina
propia.
Cámara frigorífica y producción de
hielo.
Dos cocinas: una especializada en comidas
saladas y otra para comidas dulces.
Autoabastecimiento de alimentos durante todo el
año: el hotel tenía quintas, frutales, tambos, animales de granja y matadero
propios.
Cancha de tenis y de bochas.
Una terraza abierta donde charlar, jugar al
dominó o simplemente hacer “nada”, frente a un paisaje
bellísimo.
Una fuente de agua hecha de mármol de Carrara
con dos leones tallados (que se agregaron en 1901).
Una caballeriza con animales disponibles para
dar paseos por las sierras colindantes.
Calefacción central para las noches frías o
estadías fuera de temporada estival.
«El Patio de las Damas»: recinto al aire libre
en donde las señoras se reunían por las tardes a tomar el te, bajo la copa de
los fresnos y eucaliptos del parque.
«El Patio Cervecero»: otro espacio abierto
dedicado a los hombres, debajo de una hermosa glorieta.
Dos patios internos (dentro de las instalaciones
del hotel) con techo corredizo, en donde poder leer y charlar en cómodos
sillones de mimbre.
Una cava que contenía vinos finos de origen
europeo (más de 10.000 botellas).
Servicio postal propio, para seguir conectado
con la familia y los negocios desde pleno corazón de las
sierras.
Servicio de lavandería diario (con lo último de
la tecnología de aquellos días: calandra o planchas eléctrica, secarropas y
esterilizadores para combatir el bacilo de la tuberculosis)
Y como si todo eso fuera poco, una dotación de
250 empleados (dos por huésped) dispuestos a servir y llevar el arte de la
hospitalidad a su más elevado nivel.
Un
año más tarde, en 1903, tras una Asamblea Extraordinaria, Roberto Bahlcke
también abandona el barco y para junio de 1905, los socios restantes deciden
disolver la sociedad.
Ernesto Tornquist, dueño del mayor paquete accionario y acreedor
principal por el préstamo que diera para la construcción, se queda con el
edificio y sus tierras, pero no por mucho tiempo. En octubre de 1905 le ofrece a
María Kreautner hacerse cargo de todo, dándole a pagar el precio en cómodas y
relajadas cuotas.
Unos
años más tarde, en mayo de 1912, anciana y cansada, decide vender el hotel.
Terminaba una era y se iniciaba otra llena de promesas.
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO
(1912-1945)
“Nunca ha sido el llanto tan desesperanzador como el
que cae sobre nuestro siglo. Nunca su tristeza tan general.
Nunca sus lágrimas tan comunes. El llanto ha dejado de
ser privilegio de minorías selectas al dolor. Hoy alcanza
no sólo a los hombres, sino a la humanidad entera.
El sufrimiento moderno forma parte de la psicología de
las masas. Éstas se ven sacudidas por la angustia, la
incertidumbre y la turbación. Y lo que es peor aún,
por la desesperanza.”
Knaak Peuser,
Angélica, El Alma del Siglo XX, Ediciones
Peuser,
Buenos Aires, junio de 1956, pág. 14
Un
mes antes de que el Eden Hotel fuera transferido a
nuevas manos, el trasatlántico más lujoso y grande del mundo, el Royal Mail Ship Titanic, chocaba contra
un iceberg y se hundía con 1500 pasajeros en pleno Atlántico Norte. Era la noche
del 14 de abril de 1912 y con ese desastre se ponía fin a toda una época de
ingenuo optimismo, esperanzas, alegría e inocencia. Con el hundimiento del Titanic se hundió un era de relajada
confianza y se daba comienzo a otra de catástrofes[13] en la que todas las seguridades que
se habían creído conquistar desde el siglo XVIII se tambalearon y vinieron abajo
como un castillo de naipes.
Pero
eso no fue todo. El período conocido como “de entreguerras” (1918-1939) no fue un
picnic dominguero.
La
caída de la bolsa de Wall Street en octubre de 1929 y el inicio de la “Gran Depresión” de los años ’30
desestabilizaron las finanzas mundiales, terminaron con el crédito y el consumo,
y todo el sistema capitalista se tambaleó y vio amenazado. Es que ya no estaba
solo. Desde 1917 una revolución comunista en Rusia había derrocado al régimen
zarista dando origen a la Unión Soviética. El socialismo real había triunfado y
se hacía presente en el escenario internacional, convirtiéndose en un “modelo a
imitar” para muchos países subdesarrollados y naciones que ganaban la
independencia tras siglos de férreo imperialismo.
En
este contexto de crisis y temor, desocupación, hambre y desesperanza, Alemania
—humillada tras la derrota de 1918 y las condiciones impuestas en el Tratado de
Versalles— se volcó decididamente hacia una ideología ultranacionalista,
anticomunista y expansionista que terminaría generando uno de los monstruos más
destructivos que hayamos creado alguna vez: el Nacionalsocialismo (el Partido
Nazi), liderado por Adolf Hitler. Con él sobrevino una nueva guerra, el
genocidio, los campos de concentración, las matanzas indiscriminadas, la
brutalidad de la tortura, el totalitarismo, el racismo de base biológica, en una
palabra, los nazis nos mostraron la peor imagen de nosotros
mismos.
«Nuestro siglo es el siglo del sufrimiento. Su espíritu está
impregnado de él. En lo futuro no será calificada nuestra época tan sólo de
frívola o de sensual, o de científica, o de positivista exclusivamente. Sobre
ella, sobre sus atributos, como fundamento de aquellos, se hallará el dolor. Su
tragedia es la de no encontrar su rumbo (...). El alma de nuestro siglo es un
alma a quien una inmensa desilusión hunde.”[14]
Así
se gestó el siglo pasado y en mayo de 1912 el Eden
Hotel pasaba a manos de dos alemanes que darían mucho de qué hablar: los
hermanos Walter y Bruno
Eichhorn.
Tras
abandonar Alemania hacia fines del siglo XIX y probar suerte en distintos países
de América del Sur, Walter Eichhorn terminó radicándose en la ciudad de Buenos
Aires, donde su hermano Bruno estaba trabajando, y puso una empresa importadora
de puntillas. Por entonces no tenían idea que pocos años más tarde iban a
convertirse en dos de los hoteleros más importantes de
Argentina.
En
1912, una amiga de la esposa de Bruno Eichhorn —a su vez conocida de María
Kreautner — puso en conocimiento de los hermanos que el Eden
Hotel estaba en venta.
No lo
pensaron demasiado. Pidieron un crédito y tras pagar 450.000 pesos de la época,
se
El
dinamismo de los Eichhorn y la situación mundial, a partir de 1914, beneficiaron
al negocio.
Con
una destructiva guerra desplegándose en Europa, la oligarquía argentina orientó
sus brújulas hacia la provincia de Córdoba en busca de la tranquilidad y ocio
recreativo que tanto necesitaban. Por otro lado, la amenaza de la tuberculosis
no había desparecido y el «turismo
salud» seguía tan en boga como siempre. El único lugar en donde podían
encontrar todo lo que buscaban era en el Eden
Hotel de La Falda, y así se convirtió en el espacio seguro y ansiado de
los millonarios argentinos durante largo tiempo.
A la
actividad hotelera los Eichhorn le agregaron rápidamente la del negocio
inmobiliario y para 1913 empezaron a lotear los terrenos de la estancia, entre
otras cosas para saldar definitivamente la deuda que tenían con la antigua
dueña. Con este loteo nació el pueblo de La Falda y así, los dos alemanes
pasaron de ser estancieros y dueños de un hotel a convertirse en verdaderos
pioneros.
La
sociedad «Eichhorn Hermanos» prosperó y sus ganancias debieron ser muy
importantes ya que a poco de iniciarse la década de 1930 los encontramos como
uno de los principales contribuyentes económicos al partido nacionalsocialista
de Adolf Hitler.[15]
Nazis
confesos desde 1924, y orgullosos de serlo, se dedicaron a difundir en todo el
valle de Punilla la nueva ideología, siguiendo los consejos y lineamientos que
el Führer aconsejaba desde los estrados del renovado Tercer Reich.[16]
Y
encontraron adeptos. Muchos de los huéspedes del hotel comulgaban con las ideas
racistas y nacionalistas de Hitler, en especial con el anticomunismo acérrimo
del discurso hitleriano. La oligarquía argentina fue, en parte, decididamente
pro-nazi y fascista. El miedo al socialismo real inclinó la balanza hacia la
extrema derecha y muy pocos sintieron vergüenza de levantar el brazo y decir «Heil Hitler» o cantar a viva voz «¡Alemania sobre todo el mundo!»[17]
Pese
a este manchón de ser un nido de nazis, el Eden
Hotel creció.
Durante las décadas de 1920 y 1930 se agregaron nuevas actividades
y sectores.[18]
Se construyó un camino que comunicaba a La Falda
con la ciudad de Córdoba (1916-1920).
Se puso a disposición de los huéspedes una
flotilla de autos (Ford –T) para sus traslados.
Se construye un chalet anexo para alojar más
gente.
Se levanta un nuevo salón de
fiestas.
Se inaugura un bar (conocido como “Bar
Chino”).
Se levanta una pista de
patinaje.
Se construye un teatrino al aire libre (en donde
actuaran reconocidas figuras de la época)
Aumentaron el número de habitaciones y se
habilitan más baños.
Se habilita una cancha de golf de 8 hoyos,
conocida como «El Monte Olimpo».
Inauguran una pileta de
natación.
Modernización de la usina (pasa de tener
generadores que funcionaban a carbón —110 voltios— a otros diesel capaces de dar
una potencia de 220 voltios).
Cabinas telefónicas, radio receptores y antenas
de comunicaciones (con las que se dice podían transmitir mensaje secretos a
Alemania y captar en directo los discursos de Hitler).
Imprenta propia.
Taller mecánico.
Una antecocina (que sacrificó uno de los patios
internos del hotel).
Sala de bridge.
Cacería del zorro para los expertos en
equitación
Peluquería propia.
Y una reforma en el aspecto externo al cambiar
las cúpulas estilo francés por otras de neto carácter colonial, con
tejas.
LA CAÍDA DEL PARAISO
(1945-2007)
Triste debió ser el clima que se respiró en el Eden
Hotel en el mes de mayo de 1945 tras la rendición incondicional de
Alemania y el fin de la Segunda Guerra Mundial en el frente
europeo.
Con
su ejército diezmado, tanto en el Este como en el Oeste, y su fuerza ofensiva
reducida a un sucio bunker en los subsuelos de Berlín, el otrora todo poderoso
Tercer Reich terminaba sus días
dejando incumplida su promesa de 1000 años de nacionalsocialismo sobre todo el
mundo.
Desde
entonces, los simpatizantes y partidarios confesos del nazismo en Argentina se
llamaron a
Argentina, oficialmente neutral durante toda la contienda, pero
decididamente pro-Eje, se vio obligada a declararle la guerra a Alemania, cosa
que hizo tres semanas antes de la derrota definitiva. La presión internacional
era inmensa (en especial la de Estados Unidos), razón por la cual nuestro país
debió incautar todos los bienes de nacionalidad alemana que había dentro del
territorio argentino, por ser aquel un “país enemigo”.
Pese
a todo, los hermanos Eichhron recibieron un trato “preferencial”.
El Eden
Hotel no fue incautado, sino
contratado para convertirse, por
espacio de un año, en el sitio donde permanecieron internados los miembros del
cuerpo diplomático japonés, aliados de Hitler en la guerra.
Lejos
estaban aquellos días en que los generosos mecenas del pueblo donaban templos,
escuelas y predios para levantar plazas públicas. Los aplausos callaron y la
memoria de muchos de volvió tan selectiva que, rara vez, la mayoría volvió a
hacer referencia al pasado nazi del hotel y sus propietarios.
En
1948 el Eden fue vendido a una nueva
sociedad, conocida como la «Las Tres
K» (sus integrantes tenían todos apellidos que empezaban con esa consonante)
y de ese modo se dio inicio su decadencia.
La
buena administración llevada por los alemanes no fue imitada. El hotel se
endeudó más de lo debido y la propiedad terminó siendo rematada judicialmente en
mayo de 1953, siendo adquirida por la firma CIFA SRL.
Pero
no sólo la mala fama contraída por su adhesión al nazismo contribuyó a su
decadencia. El tiro de gracia a su edad
dorada se lo dieron una serie de cambios políticos, sociales y científicos
que ocurrieron tras el fin del conflicto mundial.
El Eden
Hotel sufrió mucho ese cambio y perdió así gran parte de su privilegiada
y selecta clientela.
El
otro golpe mortal provino de la investigación médica y los laboratorios
farmacéuticos.
En
1944, Albert Schatz y Selman Waksman descubren un hongo capaz de inhibir el
crecimiento del bacilo que produce la tuberculosis y nace así la estreptomicina,
de eficacia limitada pero mucho más efectiva que los tratamientos practicados
hasta ese momento (llamados de balneoterapias). Por otro lado, Alexander Fleming
en 1947 amplía el espectro de uso de la penicilina (descubierta en 1928) y la
aplicación segura de antibióticos. La tuberculosis
dejó de ser un problema y en poco tiempo desapareció prácticamente de los
diagnósticos médicos. El «Turismo-salud», sustentado en el
aislamiento, el buen clima y selecta alimentación, dejó de tener razón de ser y
eso fue calamitoso para todos los hoteles que centraban su oferta en ese
sentido.
Por
lo tanto, los tres factores que habían mantenido vivo al Eden durante décadas (las
restricciones sociales, la violencia generada por la guerra y la enfermedad)
desaparecieron y con ellas también se desvaneció la prosperidad del hotel, que
cerró definitivamente sus puertas en 1965.
En
decadencia y sin el mantenimiento adecuado, el Eden
Hotel fue abandonado, iniciándose su deterioro estructural y saqueo
sistemático.
En
1967, la firma CIFA SRL vuelve a venderlo y el edifico pasó a manos de otra
llamada Antequera S.A., cuyo apoderado era Armando Balbín, hermano del político
radical. Durante su gestión hubo un
intento por resucitar al viejo gigante. Se presentó el proyecto de convertirlo
en casino[19], pero problemas de orden político lo
echaron por tierra. Las obras de remodelación que ya habían empezado se
suspendieron sobre la marcha y un gran sector del hotel quedó semidestruido (el
correspondiente al viejo comedor).
Desde
1971 el Eden Hotel permaneció completamente
abandonado por espacio de 27 años.
El
hotel perdió todos sus objetos de valor (cristalería, vajilla, espejos,
escritorios, arañas y lámparas). También los picaportes de bronce desaparecieron
de casi todas las puertas y el plomo de sus ventanales fue arrancado y vendido.
Los pisos que no se pudrieron fueron levantados, incluso uno de los generadores
de energía de la usina fue robado, teniendo para ello que romper una de las
paredes del recinto.[20]
De a
poco, el lujoso hotel se fue poblando de ratas, insectos, aves y basura. Las
plantas trepadoras, yuyos y raíces contribuyeron a su decadencia hasta dejarlo
convertido en una ruina, rodeada por un bosque indomesticado y
salvaje.
En
1998, y tras una deuda impaga de impuesto municipales, el Eden
Hotel volvió a ser rematado. Esta vez lo adquirió el propio municipio de
La Falda y lo declaró monumento histórico municipal. Pero el cuidado que se
esperaba iba a recibir se hizo rogar y el hotel siguió abandonado y en ruinas
hasta el año 2007, cuando un grupo de empresario faldenses decidieron tomarlo en
concesión y empezar las obras de mantenimiento y refacción.
Tras
un total de 36 años de olvido y destrucción, nuevas manos lo rescataron de la
decadencia definitiva.
El
esfuerzo se mantiene hasta el día de hoy.
Fernando J. Soto
Roland
BIBLIOGRAFIA
· Gálvez, Lucía,
El Diario de mi Abuela, Punto de
Lectura, Buenos Aires, 2008, pág. 118.
· Ferrarassi,
Alfredo, Eden Hotel y Pueblo La Falda,
Edición del Autor, Córdoba, 2006.
· Hobsbawm, Eric,
Historia del Siglo XX, Editorial
Crítica, Barcelona, 1995.
· Knaak Peuser, Angélica, El
Alma del Siglo XX, Ediciones Peuser, Buenos Aires, junio de 1956,
pág.52.
· Newton, Ronald
C., El Cuarto Lado del Triángulo. La “amenaza
nazi” en la Argentina (1931-1947), Editorial Sudamericana, Buenos Aires,
1992.
· Mansani, Ariel y otros, Eden
Hotel. El Nacimiento de un Pueblo. Historia y Cronología, La Falda,
Córdoba, edición 2007.
Notas:
* Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del
Plata.
[1] Leyenda local que suele contarse
en las guiadas nocturnas que se practican actualmente en las instalaciones del
hotel (julio 2009).
[2] Gálvez, Lucía, El
Diario de mi Abuela, Punto de Lectura, Buenos Aires, 2008, pág.
118.
[3] Término que utilizaban los
miembros de la oligarquía para referirse a ellos mismos.
[4] Véase: Ferrarassi, Alfredo, Eden
Hotel y Pueblo La Falda, Edición del Autor, Córdoba, 2006.
[5] Ibidem, pág.9.
[6] Nota: El caolin era un mineral
que, hacia fines del siglo XIX, constituía uno de los principales materias
primas para la fabricación de porcelanatos. Por otro lado se creía que también
servía para producir explosivos. Con los años, en el 2001, se probó que esto era
completamente falso.
[7] Nombres extraídos de las copias
encuadradas y en exhibición en el museo del Eden Hotel.
[8] Conocida con ese nombre por la
columnata que rodeaba a la edificación.
[9] Nota: El ejemplo más emblemático
es el de la Pirámides de Egipto (y otras construcciones ciclópeas o megalíticas)
en donde es posible observar que las piedras con las que se construyeron
provenían de canteras ubicadas a cientos de kilómetros de distancia.
[10] Nota: Se desconoce el nombre del
arquitecto del Eden Hotel. Hay dos teorías al respecto; la primera dice que el
arquitecto a cargo fue Carlos Altgelt, emparentado con
Ernesto Tornquist y constructor del actual Palacio Pizzurno en Buenos Aires. La
otra, señala al esposo de María Herbert, Ernest Kreautner, ingeniero en
construcción pero que fallece en plena obra.
[11] Nota: En la década de 1940 los
nuevos propietarios del hotel le darían una apariencia más colonial al quitar
las cúpulas de pizarra negra de las dos torres, para ponerles tejas rojas, muy
de moda en esos días.
[12] Para Alfredo Ferrarassi, María
Herbert de Kreautner fue en realidad la encargada de la cocina y del
funcionamiento total del hotel, no un miembro societario demasiado
importante.
[13] Véase: Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Editorial
Crítica, Barcelona, 1995.
[14] Knaak Peuser, Angélica, El
Alma del Siglo XX, Ediciones Peuser, Buenos Aires, junio de 1956,
pág.52.
[15] Según el libro de Ferrarassi los
aportes al partido nazi fueron de 20.000 francos en 1931 y 15.000 pesos
argentinos en 1932. lo que no es verdad es que el dinero del loteo fue a parar
completamente a manos de los nazis.
[16] Nota: Fueron incluso amigos
personales de Hitler. En 1925 y 1929 viajaron a Alemania y participaron en
reuniones políticas del partido. En 1933 el Führer en persona les agradeció sus
contribuciones y en 1935 los recibió y condecoró en Alemania. Recibieron del
líder máximo una foto enmarcada y firmada, como también un ejemplar numerado de
“Mi Lucha”. En 1937, al celebrarse los 25 años de los Eichhorn al frente del
hotel, el embajador alemán Edmund von Thermann (oficial de las SS y diplomático)
visitó la Falda y estuvo en el hotel. En 1939m tras el hundimiento del acorazado
de bolsillo Graf Spee, algunos pocos marineros sobrevivientes trabajaron en el
hotel.
[17] Véase: Newton, Ronald C., El
Cuarto Lado del Triángulo. La “amenaza nazi” en la Argentina
(1931-1947), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1992.
[18] Véase: Mansani, Ariel y otros,
Eden Hotel. El Nacimiento de un Pueblo.
Historia y Cronología, La Falda, Córdoba, edición 2007.
[19] Nota: Los hermanos Eichhorn
habían hecho lo mismo al inicio de su gestión pero por influencia de la Iglesia
Católica el casino no fue autorizado.
[20] Nota: se dice que está en una
estancia cercana a La
Falda.
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
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