Gran Hotel Viena
(La primera aproximación)
Por Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
UNMdP
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INTRODUCCIÓN
“ El gran sí es el sí de la muerte
.”
E. M. Cioran
Adiós a la
Filosofía, pág. 90.
“
La vida, lejos de ser el conjunto de las funciones
que se resisten a la muerte, es, más
bien, el conjunto
de las funciones que nos arrastran a
ella .”
E. M. Cioran
Adiós a la Filosofía, pág. 92
De
lejos semeja una lúgubre penitenciaria adentrándose en el Mar de Ansenuza,
delineando su perfil en el cielo. Es la única estructura que sobresale del piso.
Todas las demás desaparecieron tragadas por la fuerza de la inundación que azotó
a la ciudad de Miramar (Córdoba) entre 1977 y 1985. Poco es lo que queda de
aquel balneario mediterráneo que supo acoger a más de 70.000 veraneantes por
temporada. La naturaleza y las explosiones controladas por el Ejército Argentino
en 1992, demolieron lo que sobrevivía de un pueblo anegado por el agua salada de
la hoy llamada laguna de Mar Chiquita.
Pero
el Gran Hotel Viena se mantiene en
pie.
Gigantesco, monolítico, exhibiendo un estilo arquitectónico
racionalista, en un contexto general que lo que menos tiene es de racional, el
Gran Viena sigue luchando contra el
abandono, la desidia gubernamental y la humedad salina que lo acosa año tras
año, sin terminar de destruirlo del todo.
Es un
símbolo del pueblo, un atractivo turístico poco explotado y un misterio
histórico que aún requiere de su Champollión para que pueda descifrar un pasado
sin fuentes escritas.
Cual
un fogón imaginario, el Gran Hotel Viena propicia el
desarrollo de leyendas, rumores sin confirmar e historias locales que,
alimentadas por la casi inexistente documentación y una tendenciosa inclinación
al ocultamiento, generan un universo misterioso en el que se mezclan criminales
de la Segunda Guerra Mundial, extrañas inversiones de origen nazi,
envenenamientos, lavado de dinero y, desde hace poco, fantasmas.
Mudo,
críptico, oscuro, el hotel habla por boca de otros: los vecinos de Miramar, que
se constituyen en los únicos guardianes del patrimonio oral e intangible que nos
permite adentrar hipótesis provisionales sobre su verdadera historia.
Es un
trabajo insalubre. A veces peligroso, en especial si se vive en el pueblo, ya
que un pacto de silencio parece haberse firmado entre los más viejos, reacios a
que el Gran Viena divulgue sus historias.
Pero siempre despunta alguien con la firme voluntad de rescatar la verdad del
olvido. En el caso del Gran Hotel Viena esa persona se
llama Patricia Zapata, la guía turística local.
Ella
y un reducido grupo de personas, acantonados en la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel
Viena , están en la ardua tarea de desempolvar el devenir histórico del
edificio. Pocos son sus recursos y menor el apoyo que reciben por parte del
gobierno provincial (que aún no se ha dignado en declarar al viejo hotel como
patrimonio histórico), a pesar de ser el atractivo turístico más importante y
visitado que tiene el pueblo de Miramar y toda la región noreste de
Córdoba.
Lo
que Patricia Zapata ha conseguido es inmenso. Guiada por un entrañable amor al
hotel y una curiosidad infinita, “ La
Loca del Viena ” —como ella misma se autodenomina— consiguió reconstruir, a
partir de testimonios orales, mucho más de lo esperado. A su trabajo “ en solitario ” es que le debemos la
poca información que disponemos y no cabe duda de que la historia de esa mole
levantada a principios de la década del ’40 quedará, indefectiblemente, ligada a
su apellido.
Sólo recientemente sus planos fueron desempolvados, revelando que
muchas tradiciones orales eran ciertas. Pero, ¿qué sucedió con todos sus
registros? ¿Dónde están los documentos que certifican sus primeros años de vida?
¿Se perdieron o los perdieron? ¿Fueron destruidos o descansan en alguna
buhardilla olvidada de la localidad cordobesa de La Cumbrecita, tan ligada a la
historia del nazismo? ¿Qué esconde el Gran Hotel Viena que sigue
molestando a tantos? ¿Qué motivos hay para que muchos pretendan seguir
manteniendo en el olvido la historia que transcurrió entre sus paredes? ¿Nazis?
¿Criminales de guerra escondidos tras el apellido de algún bienintencionado
vecino? ¿O estamos dejándonos llevar por la imaginación?
Ésas
y otras preguntas serán las que intentaré responder en este reducido ensayo a
partir de la información que recabé hace muy poco tiempo, en el viaje que hice a
Miramar. Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a la persona que tuve
por principal informante y a la que le debo casi todos los datos recabados: la
miramarense y guía Patricia Zapata. De no ser por su generosidad y compromiso
con la historia del Gran Viena , su pasado seguiría
siendo mucho más oscuro de lo que es en la actualidad.
Del
mismo modo vayan mis gracias para el señor Leonardo Bergia (Tesorero de la
Asociación Civil Amigos del Gran Hotel Viena) y al Licenciado Carlos Ferreyra
(Director del Museo de La Para), por el apoyo, gentileza y datos que supieron
brindarme. Estoy en deuda con todos ellos y, aunque sea yo el único responsable
de lo expuesto, hay muchos de todos ellos en este ensayo.
PIONEROS Y DESASTRES
Cuando Máximo Pahlke decidió invertir el equivalente actual de
veinticinco millones de dólares en un pueblo perdido al noreste de la provincia
de Córdoba, para levantar lo que fuera el Gran
Hotel Viena , la historia de la región ya estaba enraizada en un largo
proceso de colonización, inaugurado en la década de 1890 y que diera origen a la
llamada “pampa gringa”.
La
zona aledaña a la gran laguna de Mar Chiquita (conocida en lengua aborigen como
Mar de Ansenuza) había recibido a muchos inmigrantes de origen italiano, español
y alemán a fines del siglo XIX y, en una época de por sí optimista y con una
agricultura que empezaba a convertir al país en el mítico “ granero del mundo ”, la región se
transformó en un nuevo “ El Dorado ”
donde era posible alcanzar el bienestar y la prosperidad que tanto deseaban y
Europa ya no podía darles.
De
las decenas de colonias que crecieron en Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe (muchas
de ellas convertidas más tarde en pueblos y ciudades), sólo Miramar se levantó
de cara al gran mar interior. Aún hoy sigue siendo la única población asentada
frente a los 3.900 kilómetros cuadrados de agua salada que conforman la inmensa
laguna.
Sus
dimensiones son enormes y aunque actualmente no tenga los 10.500 kilómetros
cuadrados que alcanzó con la gran inundación del 2003, pararse en sus costas
—sabiéndose en medio de una pampa dilatada y chata como un mantel— es una
experiencia sobrecogedora. El cielo y el agua se unen en un horizonte líquido
que —por las mañanas cuando se navega— pareciera que se está en presencia del
último confín de la tierra, el mismísimo fin del mundo.
Espectáculo aparte son los atardeceres en Miramar. En ellos el sol
se pone sobre las aguas de la laguna, penetrando todo de un fuerte color
naranja, que estimulan los sentidos y le dan a las bandadas de flamencos un
tinte cromático que los convierten aves de otro planeta. Es un paisaje hermoso y
desconocido al mismo tiempo, pero enclavado en una geografía en la que la
convivencia con el hombre ha sido dificultosa.
Los
inmigrantes que levantaron sus reales en la zona hacia 1890 poco sabían de
geografía o de cuencas endorreicas. Dispuestos a “ hacerse la América ” en una provincia
en la que podían aspirar a tener tierras propias, intentaron prosperar como
agricultores. Pusieron todo su empeño (al punto de crearse el estereotipo del
“ gringo laburador ”) pero la
salinidad de la región les complicó el panorama y ya para el año 1900 el
descubrimiento de las propiedades curativas del agua salada y su fango, atrajo
la atención de algunos miembros de la oligarquía argentina y europea que
buscaban salidas terapéuticas a sus dolencias. Se estaba imponiendo el
termalismo y ese tipo de turismo-salud permitió que se efectuara
una reconversión laboral en toda la comarca. Muy pronto, los colonos advirtieron
que hospedar gente en sus ranchos podía ser un negocio y no faltaron los
emprendedores —devenidos en la “ historia
oficial ” en desinteresados pioneros fundadores— que advirtieran la veta
comercial que se les presentaba, dando origen a un flujo de primitivo turismo
que terminaría convirtiéndose en la principal actividad económica de los
miramarenses. [1]
¿Cuál
era el atractivo que tenía ese perdido rincón del noreste cordobés?
En
gran parte el aislamiento y la moda impuesta desde las playas europeas por curar
las enfermedades mientras se disfrutaba del ocio. Por otro lado, la falta de
medicamentos y el temor al contagio volvieron a los lugares alejados en
codiciados sitios de las clases sociales pudientes de principios del siglo
XX.
Aire
puro, agua salada, yodo y un fango capaz de sanar reuma, soriasis y problemas
articulares, además de “fortalecer” el organismo, se constituyeron en la
principal oferta de los primeros hoteles de Miramar. Y así fue como nació y
creció el pueblo.
Al
principio, los visitantes se alojaban en las rústicas casas de los inmigrantes,
convirtiéndose en las primeras pensiones. Pero entre 1910 y 1920 —viendo que el
negocio prosperaba—, don Vittorio Rosso —vecino del pueblo— puso en
funcionamiento el célebre Hotel Mira-Mar, que al principio disponía de
únicamente dos habitaciones pero que, para mediados de la década del ‘30, había
crecido y ponía a disposición de su clientela sesenta cuartos, cómodos y bien
aireados. Al mismo tiempo se aseguraba la llegada de clientes por medio de una
flotilla de autos, que usaba para ir a buscarlos a la cercana ciudad de
Balnearia, que era donde éstos bajaban del tren.
Las
cosas marcharon bien y las pensiones florecieron como hongos. Pero a partir de
de 1946 y hasta 1957 la enorme laguna empezó a secarse y el agua se alejó de la
costa unos tres kilómetros. Los veraneantes tenían que caminar más de treinta
cuadras para llegar al mar y eso sí era un problema. Para darle solución, los
empresarios construyeron piletas de agua salada cerca de los hoteles.
Pero
el agua regresó en 1958.
Y lo
hizo con mucha fuerza. Tanta que sobrevino un gran desastre. En 1959 una
inundación afectó a todo el pueblo, prolongando los malos años hasta fines de
1963. Recién en el ’64 el agua se retiró dando inicio a un nuevo período seco.
Los historiadores locales sostienen que la llamada “ Edad de Oro ” de Miramar se dio entre
1968 y diciembre de 1976. En esos años el pueblo creció y se transformó en un
importante centro turístico, con 110 hoteles habilitados, miles de turistas,
restaurantes y casino propio. Todo parecía indicar que el progreso había llegado
para quedarse definitivamente, pero en enero de 1977 la laguna empezó a crecer
otra vez, sin intensión de detenerse ante las casa.
La inundación de 1977-1985 no fue repentina. El crecimiento del
nivel de la oceánica laguna resultó ser un proceso de mediano y largo plazo,
pero irreversible. Nada se pudo hacer contra la fuerza del agua. De nada
sirvieron los bloques de cemento que el municipio colocó todo a lo largo de la
costanera de 3 km. Inútil resultaron las máquinas que bombeaban el agua ,
devolviéndola al “mar”.
La
vieja diosa Ansenuza tomaba lo que por derecho natural le era propio y toda la
tecnología de la época se volvió inoperante ante la fuerza del oleaje. El hombre
tuvo que someterse —una vez más— ante la naturaleza sin control.
No
faltaron aquellos que, con un claro pensamiento mágico, negaron la realidad. “ A mí no puede pasarme nada ”, decían
unos. “ El agua se detendrá ”,
sostenían otros. Y resistieron aún con el agua en los tobillos y sus muebles
sobre tacos de madera para salvarlos de la humedad.
Pero
la laguna no se detuvo.
Los
rezos (seguramente muchos) no fueron escuchados, tal vez porque la diosa local
no entendía el dialecto de los inmigrantes, ignorantes de la lengua aborigen
(erradicada y olvidada desde los días de la conquista).
El
saldo final fue catastrófico. Más de la mitad del pueblo (un 60 %) quedó bajo
las aguas, exhibiéndose como un cadáver, flotando ante la azorada y dolida
mirada de los habitantes.
Era
insoportable convivir con esas ruinas por delante. Miles de sueños, proyectos y
décadas de esfuerzo se vieron truncados en pocos años. Los techos de las casas
particulares, que emergían del agua como ballenas hechas de tejas, devolvían a
diario la recreación de la tragedia. Hoteles, centros de salud, el casino, la
Terminal de ómnibus y 37 manzanas habitadas se desgastaban por las olas y la
salinidad de la laguna. Era como vivir con el cadáver de un ser querido a la
vista de todos. Por eso, en 1992, el gobierno municipal decidió demoler lo que
quedaba de la vieja y anegada Miramar, contratando los servicios del Tercer
Cuerpo de Ejército.
Explosiones e implosiones de por medio, los miramarenses hicieron
“ borrón y cuenta nueva ” bajo el
poderoso influjo de la dinamita. La ruinas de lo que quedaba del pueblo
desaparecieron por completo. Entonces sí, convertido todo en escombros, el
antiguo asentamiento urbano se dispersó bajo el agua para siempre.
EL GRAN INVERSOR
La
aparición del Gran Hotel Viena se inserta en un
contexto muy poco convencional en la historia del pueblo y le agrega al devenir
de Miramar la “pimienta” que le faltaba.
¿Cómo
es que surgió, en una localidad que tenía sólo 1600 habitantes, un
emprendimiento hotelero de esas características?
La
“historia oficial” cuenta que un acaudalado empresario alemán, Máximo Pahlke,
gerente de una multinacional germana llamada Tubos Manesmann , visitó el pueblo de Miramar
en el verano de 1936, buscando algo que no podía comprar con dinero: la salud de
su familia, de por sí bastante problemática. [2]
La
fama de la laguna, con sus aguas curativas y su fango terapéutico, hicieron que
el grupo familiar se instalara en una rústica pensión, propiedad de una mujer de
origen alemán, Ana María Scorchuber de Tremetzbeger, a quien Pahlke conocía por
haber trabajo anteriormente en la empresa que él gerenciaba en Buenos Aires. [3]
Allí, a lo largo de los meses de verano, el hijo de Pahlke —que sufría de
soriasis— experimentó una notable y definitiva mejoría. Fue entonces cuando su
padre decidió invertir en la zona, “ en
agradecimiento por la sanación ” y entró en sociedad con la propietaria de
la vieja pensión. Unieron capitales y así nació la renovada Pensión Alemana con un nuevo
pabellón de dieciséis habitaciones, en el año 1938.
Pero
la sociedad duró muy poco. [4] En 1939, problemas entre la esposa de
Pahlke (Melita Fleishesberger) y la antigua propietaria, condujeron a la
disolución del emprendimiento conjunto. Máximo Pahlke compró la parte de su ex
socia y rebautizó la pensión con el nombre de Pensión Viena , en honor a la ciudad
natal de su mujer. Por su parte, María Tremetzberger, con el dinero recaudado,
construyó un nuevo hotel, a una cuadra de distancia. Lo llamó Hotel Alemán y se convirtió en el
principal competidor de la pensión de Pahlke.
Pero
el dinero hizo la diferencia.
El
mismo año en que Hitler invadía Francia (1940), desplegando su imparable Guerra Relámpago , Máximo Pahlke demolió
la parte más antigua de la pensión y se abocó a edificar un gigantesco complejo
arquitectónico que conduciría, finalmente, al Gran
Hotel Viena . Lo construyó por etapas, siendo definitivamente terminado
en 1945, año en que la Alemania nazi se rindió ante las tropas aliadas. Como
puede verse, la historia alemana del Gran Viena , coincide, de principio
a fin, con el apogeo y decadencia del Tercer Reich.
Según
me informara Patricia Zapata, una cronología aproximada de la historia del hotel
podría sintetizarse de la siguiente manera:
1940-1945
: Construcción del Gran Hotel Viena
1945-1946
: Máximo Pahlke explota el hotel por unos pocos meses
antes de irse de Miramar para no volver nunca más (falleció en Alemania en la
década de los ’60). Durante el período en que Pahlke administró el hotel el
número de huéspedes no superó los 8 a 16 hombres, solamente.
1946-1948
: Martin Krüegger (Jefe de Seguridad) se queda a cargo
del hotel, que permanece cerrado y habitado sólo por él. El Gran
Viena no recibe huéspedes.
1948-1954 : Tras la misteriosa muerte
de Martin Krüegger (envenenado), los jardineros del hotel, la familia compuesta
por Koloman Kolomi Geraldini y su esposa, Helena Noval de Kolomi, permanecen en
el edificio ocupándolo y manteniendo sus instalaciones.
1954-1964 :
Los Kolomi abren el hotel al público. Lo explotan empresarialmente. De
jardineros pasan a ser hoteleros.
1964-1980
: Un hombre apellidado Sosa se hace cargo del hotel. Lo
abre al turismo. Es la “Edad de Oro” del Gran
Viena . Todos sus sectores son puestos a disposición de los huéspedes.
El negocio fue redondo . No paga
alquiler a nadie y todas las ganancias las embolsa él mismo. Según se dice, Sosa
es uno de los responsables del desmantelamiento del hotel. Se llevó muchas de
las cosas que había en el edificio. La última etapa en la que el edificio fue
explotado comercialmente correspondió al señor Freudemberg, vecino de
Miramar.
1980 : La inundación —iniciada en enero de 1977— llega a los pies del Gran
Hotel Viena. Emprendimientos de corta vida mantuvieron al edificio
ocupado y en funciones. En 1978, tras el anegamiento del Hotel Copacabana, el
casino que funcionaba en él, fue trasladado al Gran Viena hasta 1980, año en que
la sala de juego pasó a la ciudad de Villa Carlos Paz. A partir de entonces el
sector principal (VIP) fue alquilado al señor Leonardo Bergia, quien lo explotó
por espacio de dos años. También en la misma década funcionó una boite por una
corta temporada
1985 : El agua salada de la laguna alcanza los subsuelos del Gran
Viena . El hotel cierra por completo sus puertas
UN MUNDO CERRADO
EL Gran
Hotel Viena desentonó siempre en Miramar.
Es
demasiado grande, demasiado imponente, demasiado caro para una localidad que, a
la fecha de su apertura oficial (1945), no llegaba a los dos mil habitantes,
estaba a contramano del mundo, en un paraje aislado y sin rutas directas. Así
todo, Pahlke invirtió en ese sitio una verdadera fortuna.
El
edificio, hoy en ruinas, sigue impactando al visitante. Su estilo racionalista
—tan propio en la década de los ‘40— perturba la mirada de aquel que observa la
chata costa miramarense, puesto que su cuerpo sobresale como si fuera un
gigantesco buque encallado.
Hoy
silente y abandonado, el Gran Hotel Viena supo ser el testigo
de una época extraña y peligrosa. Una época en que el racismo, el fanatismo
político, la violencia y las catástrofes producto de la expansión
nacionalsocialista desestabilizaban la paz mundial. [5]
En un momento en que la idea de progreso parecía estar muerta —especialmente
después de la gran guerra de 1914— un empresario alemán apostaba al futuro
gastando un dineral inconcebible en un rincón desconocido del planeta. Quizás
estaba pensando en los mil años de gloria que el Führer había prometido desde
los estrados, augurando un Nuevo Orden
Mundial bajo la sombra de la esvástica. Pero ese prometido milenio se redujo
a sólo doce años y la influencia de la ideología nazi se debilitó, aunque no
desapareció del todo. Cuando el Tercer Reich cayó bajo las bombas aliadas y el
mundo terminó declarándole la guerra a ese gigante de pies de barro, el Gran
Viena Hotel se derrumbó con él.
¿Pahlke era nazi? Adoraba, seguramente a su país, y veía con buenos
ojos la rápida recuperación que experimentara desde que Hitler asumiera el poder
en 1933. Se comenta que en el patio central hubo banderas nazis decorando los
marcos de las ventanas y que por una denuncia debió quitarlas. [6]
Por otro lado, su jefe de seguridad, Martin Krüegger, era un ingeniero
condecorado en la Segunda Guerra, poco antes de hacerse cargo de la vigilancia
del hotel en 1943. La gente lo describe como un hombre alto, típicamente teutón,
muy serio, siempre vestido de gris y con famosos modos autoritarios con los que
controlaba a sus diez guardias armados, encargados de proteger el perímetro del
Gran Viena. Al respecto, la señora Luisa “ Chichi ” Zambelli (vecina de Miramar y
ligada desde chica a la historia del hotel) sostuvo en un video documental
producido en el Córdoba: « Era seco, era
malo… Ni los perros lo querían. Perro que ladraba, perro que moría ». [7]
Como
si eso fuera poco, los Pahlke mantenían una estrecha amistad con la familia
Eichhorn, propietarios del famoso Eden Hotel de la localidad cordobesa
de La Falda, que eran declarados miembros del Partido Nacionalsocialista.
Numerosos documentos testifican esa ligazón. Además, los Eichhorn siempre se
mostraron resueltamente orgullosos de exhibir sus svásticas y haber colaborado
en la campaña política de Hitler, contribuyendo con dinero y actuando
—posteriormente— como espías nazis desde las sierras argentinas. [8]
La casualidad quiso que Walter e Ida Eichhorn tuvieran una casa de descanso
a menos de doscientos metros del Gran Hotel Viena . [9]
Muchos testigos afirman que ambas familias solían reunirse a tomar el té por
las tardes.
[10]
¿De
qué charlarían?...
No lo
sabemos. De hecho es muy poco lo que se conoce sobre la historia íntima del
hotel. Máximo Pahlke se encargó muy bien de poner todos los documentos a buen
resguardo. Cuando en marzo en 1946 decidió abandonar “misteriosamente” Miramar,
se llevó todos los registros del hotel.
Absolutamente todos.
Según
cuentan testigos, los Pahlke cargaron tres pequeños colectivos con cuadros,
libros, papeles, vajilla con el logo del águila bicéfala y hasta —se dice— un
juego de copas con simbología nazi. Más tarde, uno de los chóferes —de vuelta al
pueblo— relató haber viajado hasta la localidad de La Cumbrecita, otro sitio
identificado con nazis fugitivos, de la que regresaron con los colectivos
vacíos. [11]
¿Es
otra contingencia el hecho de que Pahlke se retirara justamente después de la
rendición alemana? Un viejo dicho británico dice: “ La primera vez es casualidad. La segunda,
coincidencia. La tercera, acción del enemigo ”.
Como
señalamos anteriormente, el Gran Hotel Viena se construyó por
etapas.
El
sector más antiguo que se conserva es el que, en teoría, iba a estar destinado a
las institutrices y se ubica en la parte trasera del complejo. Fue levantado por
Pahlke mientras duraba su sociedad con la señora Tremetzberger en 1938. Tenía
habitaciones en duplex y era el lugar en el que la familia del empresario se
hospedaba. Los baños estaban revestidos de azulejos de origen alemán y
sanitarios traídos de Inglaterra. Es la única parte del hotel que desentona
estilísticamente con el resto.
Entre
1940 y 1943 se construyó lo que sería el sector VIP del Gran Viena. En él estaba
el ingreso principal al complejo y se concentraba todo el lujo. Constaba de una
planta baja, que tenía una sucursal bancaria, correo, una central telefónica y
la peluquería unisex, todo exclusivamente reservado para los huéspedes, como así
también un comedor para 200 comensales lujosamente ambientado y decorado con la
sobriedad del buen gusto burgués. Poseía además, dos plantas superiores con un
total de 28 habitaciones cada una de ellas con baños privados, bañeras y
balcones que daban a la laguna de Mar Chiquita. En los sótanos estaba la cámara
frigorífica y la bodega con miles de botellas de vinos importados, traídos
especialmente de Europa.
Finalmente, entre 1943 y diciembre de 1945, se terminó de construir
el último sector del hotel, conocido como el “sector de clase media”. Constaba
de una planta baja con dos comedores y un par de pisos que contenían un total de
35 habitaciones equipadas con calefacción central (no refrigeración), baño
privado y bañera. Todos los cuartos eran single (individuales) y había un
ascensor que comunicaba con la planta baja, además de las escaleras de granito.
Este sector del hotel es el que más se parece a un hospital y de hecho muchas
personas han advertido las semejanzas arquitectónicas que tiene con nosocomios
de la ciudad de Córdoba y de Capital Federal.
Separadas del resto del hotel, pero dentro del predio que éste
conformaba, estaban las cocheras y la usina eléctrica. También la gran torre de
agua, de más de veinte metros de altura, y capaz de contener 50.000 litros, era
uno de símbolos más destacados del edificio. Tenía una escalera de 122 escalones
y desde lo alto podía tenerse una visión panorámica de todo el pueblo. Un
mangrullo privilegiado de vigilancia. Y digo bien, “ vigilancia ”, ya que los vecinos
relatan que era muy común observar a un guardia armado controlando todo desde
arriba.
¿Para qué quería un hotel cinco estrellas
un guardia con armas de fuego sobre una torre gigantesca de agua?
El
Gran Viena era un mundo en sí mismo, cerrado, aislado al exterior. Un islote de
misteriosa intimidad protegido —según se cuenta— por una decena de guardias
uniformados bajo las ordenes del personaje más enigmático de todos: Martin
Krüegger. [12]
CARCERBERO
Se
sabe que nació en Berlín, que era ingeniero de profesión y héroe de guerra entre
1939 y 1943. También es sabido que apareció en Miramar en el último año citado y
que se hizo cargo de la seguridad del complejo hotelero, que custodió con mano
de hierro junto con una grupo de hombres bien equipados. Según cuentan los
testigos (ex empleados), era un sujeto alto, de fríos ojos celestes y siempre
vestido impecablemente con traje gris y zapatos muy lustrados (una obsesión
dentro del gremio de los militares). No conocemos cómo era su rostro. No hay a
la fecha ninguna fotografía que lo muestre, pero por las descripciones que
Patricia Zapata recopiló, era el modelo ejemplar del fenotipo teutón. Un ario
que hubiera puesto orgulloso al mismísimo Führer.
Autoritario, leal, organizado y muy celoso de sus tareas, Martin
Krüegger era la persona que llevaba adelante al Gran Hotel Viena y la única que
lo habitó cuando, en 1945, Máximo Pahlke se marchó para no regresar más.
Deambuló por el hotel hasta 1948. Los rumores cuentan que durante
esos años recibió invitados. No se conoce quiénes fueron. Y es muy probable que
no lo sepamos nunca a ciencia cierta. Cuando Krüegger apareció muerto por
envenenamiento en una de las habitaciones que hay sobre las cocheras, se llevó
con él muchos secretos a la tumba. Las investigaciones no pudieron determinar si
había sido suicidio o asesinato. Fue velado por un par de vecinas del Gran Viena
y enterrado en el cementerio de la ciudad de Balnearia. Hoy su tumba ya no
existe. Sus restos consumidos terminaron, tras años sin reclamos, en el osario
municipal. Aún después de muerto mantuvo el anonimato que siempre buscó; a tal
punto que mucha gente niega hoy la existencia de este singular personaje. [13]
¿Por qué negar algo que la mayoría de los
empelados y lugareños recuerdan?
¿Quién fue realmente el ingeniero Martin
Krüegger?
¿Era el fiel servidor de Máximo Pahlke o
algo más que eso ?
En
opinión de Patricia Zapata, Krüegger fue el personaje más importante del Gran
Hotel Viena . [14]
¿A quién representaba? ¿Qué protegía con
tanto celo? ¿Por qué motivo fue él quien se quedó en el hotel hasta el momento
de su muerte?¿Colaboró, desde los grises muros del hotel, con el escape los
criminales de guerra después de la derrota del nacionalsocialismo en 1945? [15]
Conjeturas.
Meras
conjeturas. Hipótesis que nunca serán comprobadas, a menos que aparezcan los
documento que se llevaron y certifiquen estas alambicadas suposiciones.
Con
relación al rol que cumplieron los Pahlke en todo este asunto, también
sobrevuelan muchas dudas. [16]
¿Por qué se llevó a cabo semejante
inversión si el hotel estuvo abierto por tan poco meses (de diciembre de 1945 a
marzo de 1946)? ¿Por qué la familia no reclamó nunca un solo peso?
De
hecho, actuaron como si nada de todo esa fuera suyo.
¿Quién era el verdadero propietario del
Gran Viena, entonces? ¿De dónde provinieron los capitales para construirlo?
¿Lavaje de dinero nazi?
No lo
sabemos.
“ Para mí los Pahlke no eran los dueños del
hotel —dijo Zapata—, sino meros
testaferros de alguien más importante. ¿Quién? Lo desconozco. Es difícil
comprobar esto. Aún hoy, todos ocultan algo . Pero los capitales fueron, sin duda, del
nacionalsocialismo alemán .” [17]
Numerosos estudios han confirmado en los últimos años el “lavado”
de dinero nazi en nuestro país durante las décadas del ’40 y ’50 del siglo
pasado. Del mismo modo han surgido innumerables libros que explotan uno de los
mitos más arraigados desde los días de la segunda guerra mundial: el de la
llegada de jerarcas y oro nazi en submarinos, pocos antes de la rendición
alemana. Según uno de los libros más serios que hay al respecto, La
Conexión Alemana , escrito por la investigadora Gaby Weber, el
transporte de lingotes de oro hasta la Argentina “(...) es poco probable, no sólo por la
distancia geográfica, sino por el peligro que implicaba el dominio de Inglaterra
sobre las rutas marítimas. Es cierto que, poco después de finalizada la
contienda, los submarinos alemanes U-530 y U-977 se rindieron a las autoridades
en Mar del Plata. Pero se presume que fueron intentos individuales de fuga y no
una transacción coordinada. ” [18]
Es
también necesario recordar que por aquellos días las cosas no eran tan fáciles,
ni la ideología neoliberal se había desparramado por el mundo. Los estados
vigilaban mucho la transmisión de dinero de un lado a otro y “(...) a partir de 1942 se dificultaron los
giros del exterior a las cuentas argentinas, el Banco Central exigió
declaraciones juradas sobre la finalidad de las transacciones: realizar una
transferencia encubierta habría requerido demasiadas complicaciones .” [19]
Por
lo tanto, según Weber, “ sólo fue posible
ocultar el dinero que ya se encontraba en Sudamérica, pero no el que aún debía
ser transportado. Antes del fin de la guerra, la filial argentina del Deutsche
Bank recibió la orden de transferir el saldo de su cuenta en pesos en Buenos
Aires a la Compañía Argentina de Mandatos Sociedad Anónima .” [20]
Ese
tipo de operaciones se volvieron muy comunes. Todos sabían que el
nacionalsocialismo tenía los días contados y que los vencedores iban a confiscar
los bienes pertenecientes a Alemania en todas partes del mundo. Por ese motivo,
los nazis residentes en nuestro país —organizados en la “Gau Ausland” (Comarca
Extranjera)— “ procuraron evitar la
confiscación de sus propiedades transfiriendo las mismas a testaferros .” [21]
En
este contexto podemos ubicar las inversiones millonarios de Máximo Pahlke hechas
en el Gran Hotel Viena . La época
coincide, pero no hay pruebas documentales. De todos modos, si seguimos la línea
argumental de Weber, “ según la
documentación obtenida hasta ahora, fueron sólo unas pocas transacciones y la
mayor parte de ellas fallidas. Algunas fueron confiscadas por el gobierno
argentino, a pesar del intento de «lavado», otras fueron reconocidas ilegalmente
como propiedades de los «hombres de paja». ” [22]
El nido de la serpiente
Las
personas con mucho poder, fama y carisma son « duras » de morir. Basta con observar
algunos ejemplos del pasado para advertir cómo la gente se niega a aceptar el
deceso de individuos por los cuales sintió una identificación emocional muy
profunda. En sus imaginarios, ellos son la encarnación de ciertos valores,
éticos y estéticos, que consideran irrenunciables y eternos; imposible de
materializarse en otros sujetos o de desaparecer por completo.
Cuando el emperador alemán Federico I Barbarroja murió ahogado el
10 de junio de 1190, mientras intentaba cruzar el río Kydnos, en Asia menor,
después de tener cuantiosas victorias militares sobre los musulmanes, su muerte
no fue aceptada por sus doloridos súbditos. Rechazaron esa manera “tonta” de
morir en un guerrero tan insigne que, en el nombre de Dios, marchaba hacia una
cruzada. Fue así que esperaron su regreso durante años y se tejieron decenas de
historias en las que se contaban que el emperador regresaría un día para librar
al mundo de herejes. No faltaron comentarios de personas que decían haberlo
visto, o que les habían contado que había
sido visto . Federico seguía defendiendo a la cristiandad. No podía ser de
otra manera.
Más
cercano en el tiempo, algo semejante ocurrió con la accidentada muerte de Carlos
Gardel, el 24 de junio de 1935, cuando el avión en el que viajaba se estrelló en
Medellín (Colombia). La fama de «
Carlitos » impidió que se fuera al Más Allá. Sus seguidores y fanáticos no
podían concebir que semejante voz hubiera desaparecido para siempre. Por ese
motivo, casi de inmediato, empezó a correr el rumor que el « Morocho del Abasto » seguía vivo. No
había muerto. Continuaba cantando en bodegones y piribundines colombianos de
pueblitos miserables de la selva, aunque con el rostro desfigurado y algo
maltrecho. [23]
Con
Elvis Presley ocurrió algo parecido. Cuando éste murió 16 de agosto de 1977 en
su Mansión de Memphis, las teorías conspirativas se dispararon por todo el
mundo. Una vez más, los seguidores del cantante se negaron a aceptar su muerte y
Elvis, el Rey del Rock , se convirtió
en un agente secreto de la CIA o de la DEA que, tras desbaratar un poderosísimo
grupo mafioso, había tenido que cambiar de identidad para salvar su pellejo y el
de sus familiares. No faltaron los diarios sensacionalistas que publicaron,
durante años, que el viejo ídolo seguía vivo. Hasta supuestas fotos del
compositor y cantante (todas, por supuesto, borrosas y tomadas de lejos) se
editaron para certificar la teoría.
En
los casos mencionados, se observa un clara resistencia a dejar morir a los
héroes. Sus ideales y modelos son inmortales.
Incluso en el mundo andino hubo y hay un comportamiento semejante.
Los sometidos pueblos originarios del Perú y Bolivia, acosados por 500 años de
conquista europea, siguen soñando con el regreso de un inca muerto hace
siglos. “ El Inca regresará ”, dicen.
Nunca se fue. Permanece en el Paititi (un mítico reino perdido en la selva)
armándose, preparándose para asestarle a la intrusiva cultura europea el golpe
de gracia que la desplace del tablero.
No es
otra cosa que el famoso mito del Inkarrí.
Vigente desde hace unos doscientos años, el relato hace referencia
al “Inca rey”, al gobernante (muerto) que no sólo es gobernante, sino un ser
divino que opera como modelo y arquetipo dentro de una cosmovisión andina que
data de épocas preincas, según algunos estudiosos . El Inkarrí encarna el mesianismo y es visto
—y sentido— como un ordenador del mundo, como un héroe fundador que restablecerá
el orden que los españoles destruyeron tras la invasión del siglo XVI. Es el rey
mesiánico que por sus actos permitirá el regreso al tiempo sagrado del
Inca.
Pero
no sólo personas con mérito se ven obligadas a esta « forzada eternidad ». También el «mal»
es duro de roer. De hecho, nunca muere. Sus recursos son infinitos. Tal vez por
eso, un porcentaje enorme de personas se niegan a creer que el empresario
Alfredo Yabrán (relacionado con la mafia vernácula argentina de la época del menemato ) se haya suicidado de un tiro
en la cabeza. Para la mayoría, Yabrán «
se cambió la cara » y sigue disfrutando de su fortuna e influencias desde la
clandestinidad.
Dicen
que hacia fines de 1945 algunos vecinos de Miramar (Córdoba) testimoniaron, con
gran convencimiento, haber visto en las inmediaciones del Gran
Hotel Viena , caminando muy temprano por la costa del Mar de Ansenuza
(Laguna de Mar Chiquita), a un misterioso anciano, algo marchito y tembloroso,
que claramente no era originario del pueblo.
Vestía un largo sobretodo verde y una boina del mismo color, bien
calzada sobre su cabeza. Solitario y meditabundo, el viejo no habló con nadie,
pero los madrugadores vecinos miramarenses lo tenían visto de alguna parte y, a
poco de buscar en la memoria, la identificación no tardó en llegar: el anciano
no era otro que el mismísimo y derrotado Führer alemán, Adolf Hitler.
¿ Qué fue lo que lo delató ? ¿ Habrá sido su singular bigote o se le
escapó sin darse cuenta un saludo con el brazo derecho extendido ? Nadie lo
sabe. No hay fotografías ni prueba alguna que certifique fehacientemente la
presencia de semejante personaje en aquel alejado rincón cordobés. Lo único que
existen son rumores, historias que circulan de boca en boca, que —de confirmarse
algún día— serían los vestigios de la mayor conspiración jamás organizada
después de la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué podría haber estado haciendo Adolf
Hitler en Miramar? ¿Qué relación tenía el Führer con el Gran Hotel Viena ? ¿Se instaló en ese
lugar permanentemente o estaba de paso con dirección al Eden Hote l de La Falda? ¿Pretendía
reorganizar un IV Reich desde los sótanos de un hotel construido con capitales
alemanes o simplemente le gustaban los flamencos rosados de la enorme
laguna?
No
estamos en posición de responder ninguna de estas preguntas, pero sí de intentar
explicar los motivos que confluyen para que mucha gente siga creyendo que esa
leyenda es verdadera.
En
primer lugar está el aislamiento. Ya hemos tratado antes este tema y vimos de
qué manera la lejanía se convertía en una especie de antibiótico contra las
enfermedades contagiosas de origen pulmonar, como la tuberculosis. Pero en este
caso, su función imaginaria es muy distinta: el aislamiento transmuta en
refugio, en bunker, en islote de impunidad. Un lugar ideal para que un individuo
como Hitler pueda caminar relajadamente por la costa de una laguna. En otras
palabras: un típico espacio de frontera; una inexpugnable región que actualiza
un viejo axioma, que se viene oyendo desde hace siglos: « Cuanto más lejos más raro ».
Los
lugares apartados siempre han despertado cierta atracción. En ellos la
imaginación y la realidad suelen confundirse, convirtiéndose en depositarios de
las más ambivalente fantasías. Allí es posible encontrar aspectos que van de lo
sublime y paradisíaco (sitios de salud, relajación, paz y armonía, lejos de las
grandes ciudades) hasta lo más abyecto y horroroso (como por ejemplo, la
existencia de un criminal de guerra paseando libremente y sin culpa). Por eso,
las comarcas aisladas son inquietantes «
Terras Incognitas » a donde trasladamos sueños y pesadillas. Iluminación y
perdición se intercalan a lo largo de los senderos que conducen a ellas,
desfigurando los límites que hay entre lo real y lo inventado.
La
incomunicación del Gran Hotel Viena, hacia mediados de
la década de 1940, contribuyó a sostener la leyenda de ser un « lugar seguro, fuera del alcance de
curiosos ».
Su
ubicación, a casi veinte cuadras del centro comercial del pueblo [24]
, le confería cierto aire de misterio. « La zona del hotel siempre fue una zona
vedada para los miramarenses —dijo Patricia Zapata, miembro de la Asociación
Civil Amigos del Gran Hotel Viena—. Nadie
se acercaba mucho al edifico. Aquella era “la zona de los alemanes”. Daba mucho
temor, especialmente cuando éramos chicos .» [25]
Claro
que más allá de las fantasías juveniles, el hecho objetivo es que el pueblo
mismo estaba bastante lejos de cualquier ruta nacional importante. [26]
Pero esa falta de comunicaciones era relativa. Los administradores del
complejo habían organizado un moderno sistema de telefonía que conectaba a los
huéspedes con el resto del mundo. Además, repitiendo el sospechoso fenómeno del
Eden Hotel , el Gran
Viena poseía una gran antena de telecomunicaciones sobre la torre de
agua de más de 20 metros, que permitía enviar y recibir mensajes y, al mismo
tiempo, aumentar las suspicacias de la población.
¿Se habrán despachado o recogido mensajes
cifrados durante la Segunda Guerra Mundial?
Contrariamente a lo que ocurre en La Falda, no hay testimonios al
respecto. [27]
Sólo conjeturas. Pero, como ya sabemos, éstas constituyen la materia prima
más importante de las leyendas. [28]
Otro
aspecto a destacar, y que vuelve verosímil (dentro de una lógica muy particular)
la presencia de Hitler en la región, es el carácter sanitario que el Gran
Viena tenía.
Hoy
desaparecido por completo, el complejo hotelero disponía de un edificio de dos
pisos, adyacente al área VIP, que hizo las veces de « sector termal » y en donde se
practicaban tratamientos de fangoterapia, masajes y demás técnicas de relajación
muscular, atendidas por un médico y varias enfermeras. El hecho es que, las
sugerentes conexiones que el hotel tuvo con los nazis, hicieron que esa
prestación de servicios médicos también quedara sospechada.
Según
algunos testimonios recopilados al pie mismo del hotel, el examen asistemático
de «objetos arqueológicos» encontrados en el sitio donde se emplazaba el citado
«sector termal», terminó con el rescate de «cierto instrumental quirúrgico» que
habilitaría la hipótesis de que en ese lugar habría existido un quirófano. ¿ Para qué querían un quirófano en un hotel
de lujo ?
De
acuerdo con la opinión de algunos vecinos, allí rehabilitaban sus heridas de
guerra los alemanes escapados de Europa.
¿Una clínica nazi? ¿Había estado Hitler
allí para practicarse alguna operación? ¿Un cambio de rostro, quizás?
Dentro del universo de las conspiraciones todo es posible. Pero de
lo que no hay duda es de la existencia real de simpatizantes del nazismo —muy
activos— a pocas cuadras del Viena ; y que jamás tuvieron la
necesidad de hacerse una cirugía estética. Ni siquiera se cambiaron el nombre y
apellido
Ante Elez
es uno de ellos. Un criminal croata ( ustacha ) que encontró en el pueblo
Miramar « su lugar en el mundo
».
Elez
llegó a Buenos Aires el 1 de abril de 1947, a bordo de un barco llamado Philippa , de bandera panameña, y había
zarpado del puerto italiano de Génova el 5 de marzo. Al día siguiente de su
llegada, explica Jorge Camarasa, « una
noticia del diario Clarín, que citaba al diario italiano L’Unitá (…) daba cuenta
que a bordo del barco habían viajado ustachas croatas considerados criminales de
guerra (…) .» [29] Para fines de ese mes, Elez ya tenía
su cédula de identidad y en 1965 se instaló definitivamente en Miramar
(Córdoba). Allí se hizo hotelero y aprovechó del auge turístico que disfrutó la
ciudad durante esa década, ganándose la vida regenteando su Hotel Copacabana . Don Ante (o Don
Antonio) se convirtió así en un vecino más. Vivió tranquilo. Nunca fue juzgado y
murió el 23 de julio de 1995 sin pagar por sus crímenes. Hoy su tumba, junto a
un pequeño árbol en el cementerio de Miramar, se desgasta por el paso del tiempo
y el olvido.
[30]
Y hay
más.
La
ola de rumores no se detiene en el «
viejo de sobretodo verde ». En torno suyo surgen historias satélites que lo
alimentan y se alimentan de él. Por ejemplo, se dice que «(…) al menos tres marineros del Graf Spee
se hospedaron secretamente en el hotel » o que en 1945, al llegar al
edificio tres vehículos oficiales negros, desalojaron todo y dieron licencia al
personal de servicio, para que una importante y misteriosa reunión tuviera lugar
en el hotel.
[31]
Inmediatamente surgen preguntas sin respuesta.
¿Quiénes pasaron por el hotel esa noche?
¿Qué temas se trataron en ese cónclave tan secreto? ¿Estuvo Hitler involucrado
en la reunión o sólo fue Juan Perón el responsable de la convocatoria? ¿Se habló
allí del «oro nazi» o se planificó el ingreso de criminales de guerra a la
Argentina?¿Y Martin Krüegger? ¿Qué rol fue el que cumplió esa noche? ¿En que
maquiavélicos planes se vieron involucrados? ¿Y qué decir de esa historia que ha
circulado por más de 64 años que nos habla de «misteriosos huéspedes ocultos en
los sótanos del Viena»? [32] ¨¿Se quedó M. Krüegger recibiendo,
como educado anfitrión, a jerarcas nazis venidos del otro lado del mar? Y en ese
caso, ¿para qué alojarlos en los sótanos si tenía todo un hotel inmenso y vacío
a sus disposición?
Una
vez más, nadie tiene respuestas definitivas. El final sigue abierto.
¿ De dónde surgen estas historias, por
momentos grotescas? ¿Quién las difundió? ¿Acaso no son construcciones colectivas
que las sociedades fabrican por algún motivo que se nos escapa?
El
tono conspirativo que notamos detrás de ellas es sintomático; pero hasta tanto
no aparezcan documentos o pruebas de otro tipo que las certifiquen, el misterio
seguirá rondando sobre las derruidas paredes del Gran
Hotel Viena .
LOS FANTASMAS DEL VIENA
Un
edificio con el aspecto que el Gran Hotel Viena tiene en la
actualidad no puede estar exento de convertirse en el escenario de fenómenos
paranormales. El imaginario colectivo y el rumor lo han convertido en un “sitio
encantado” y no son pocas las historias de fantasmas que circulan en el pueblo,
que hacen referencia a sucesos escalofriantes ocurridos dentro de sus derruidos
muros.
Siempre me ha sorprendido la fluctuante capacidad para creer en
historias fantásticas que muchas personas poseen en la actualidad. Basta con
organizar una reunión frente a un fogón —en cualquier noche de invierno o de
verano— para advertir cómo, inexorablemente, la conversación deriva hacia
temas que meten miedo y que, generalmente, tienen como
protagonistas a fantasmas de distintas especie.
En
circunstancias como ésas, el viento deja de ser viento para convertirse en
susurros o lamentos; las sombras nocturnas se vuelven misteriosamente
significativas, denotando presencias no expuestas que alimentan la sugestión y
agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se ve alterado, y
acontecimientos del pasado personal —mal definidos por la memoria— encuentran en
aquel contexto nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando
ocultas relaciones , antes no tenidas en
cuenta.
La
noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en
buenos términos durante siglos en el imaginario de la cultura occidental,
sustentando así una abundante literatura que, aún hoy, sigue publicándose con
gran éxito editorial.
Los
fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible la
neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una
mesa de discusión. Se les puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca
hacerlos a un lado sin algún comentario irónico, escéptico o crédulo.
Los
fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son nuestros propios
reflejos.
Definir qué es un fantasma depende del espacio y del tiempo.
Depende del lugar que cada persona se adjudica a sí misma dentro del universo.
Por ello, una Historia de los Fantasmas nos obliga a recorrer los
senderos —ya exitosamente transitados— de otras historias, como la del cuerpo,
la de la muerte o la de la lectura. Significa, también, dejar abierta una puerta
al estudio de los sistemas de valores y sus cambios (que desde el siglo XVIII
indican una progresiva secularización y un olvido de los deberes y normas
trascendentes, para centrarse únicamente en la condición inmanente del ser
humano).
En
muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y el deber que los hombres
hemos olvidado. Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad
impregnada del más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela muchas
cosas al mismo tiempo .
La
creencia en la existencia de
fantasmas es un hecho generalizado que se fija prácticamente en
todas las sociedades de la Tierra. Leyendas, cuentos populares, rumores y
folklore referidos a ellos, testimonian —directa o indirectamente— el interés
que los hombres tienen respecto de lo que sucede más allá de la muerte; al
tiempo que explicitan la propensión de una época determinada a seleccionar
respuestas, entre un repertorio cultural particular, en consonancia con las
demandas de una situación concreta.
Occidente ha tenido con las muy variadas entidades
intangibles de su imaginario una relación que se advierte
cualitativamente cambiante en momentos determinados de su historia; y múltiples
han sido los factores que se conjugaron para que los fantasmas sean hoy lo que
la literatura muestra y mucha gente sostiene que son. Por todo ello, podemos
decir sin temor a equivocarnos, que la experiencia temerosa ante los
fantasmas —así cómo la conceptualización, atributos y cualidades que de
ellos se ha tenido— estuvo —y está— social, cultural e históricamente
determinada .
Los
fantasmas, asimismo, pueden ser variables interesantísimas a la hora de reflejar
las modificaciones en las sensibilidades colectivas, relacionadas con
instituciones sociales muy caras del universo burgués (en especial del siglo
XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte romántica, el secreto y el
individualismo.
Banderas visibles del antirracionalismo, los fantasmas
—apareciendo y desapareciendo—
denuncian insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas
esperanzas, no del todo creídas.
Las apariciones piden, denuncian, exigen. Desenmascaran una
intimidad hipócrita, egoísta y morbosa, que el grupo se ha cuidado muy bien de
resguardar. Éste es quizás el motivo por el cual el concepto “ fantasma ”
fue incorporado en algunas escuelas de psicología nacidas a fines de principios
del XX. [33]
Durante los días que pasé en Miramar, una de las cosas que me llamó
la atención fue el marcado interés que las personas mostraron por “ los
fantasmas del Viena ”. Permanentemente oíamos con mi mujer historias
“raras” de sucesos aún más extraños que se llevaban a cabo en el abandonado
complejo hotelero.
Admitamos que su estructura invita a imaginar espectros y que no es
difícil dejarse llevar por la imaginación. Sus ruinosos sectores son
estimulantes. Los pasillos y habitaciones, carcomidos por la humedad y los años,
generan escalofríos (máxime cuando se los recorre de noche, como lo hice junto
con tres personas más). Las puertas, azotadas por el viento que viene desde el
“mar” y el ulular de esa misma brisa recorriendo todos los recovecos, ponen los
pelos de punta.
Así
todo, no vimos ningún fantasma.
Pero,
como dice el dicho, “ que los hay... los
hay ”... al menos en el imaginario colectivo.
En
las últimas dos semanas del mes de junio de 2009, un equipo de cineastas
norteamericanos desembarcaron en Miramar. Buscaban material para un documental
de televisión y sorprendieron al pueblo por el organizado despliegue técnico que
pusieron en marcha. El primer mundo descubría Miramar y los comentarios no
dejaron de circular de boca en boca. La productora intentó imponer un férreo
silencio en torno al trabajo, pero ya se sabe que “ en pueblo chico, infierno grande ”.
Cuando llegué a Miramar, poco más de siete días después, las historias
circulaban por todos lados.
¿Qué venían a buscar, desde tan lejos?
¿Criminales de guerra? ¿Testimonios que
descubrieran algún nazi disfrazado de buen vecino? ¿Ustachas croatas
sobrevivientes? ¿Imágenes para algún programa de ecología? ¿Flamencos?...
No.
Nada de eso.
Venían por fantasmas.
Y
parece que ellos sí los encontraron en el Gran
Hotel Viena (ya todos sabemos lo fotogénicos que son los espectros,
desde principios del siglo XX).
El
tema estaba candente. Bastó con anunciar que iríamos al Gran
Viena por la noche para que los vecinos desembucharan típicas historias
sobrenaturales relacionadas con almas en pena. Naturalmente, los guías del hotel
han sido, desde siempre, los depositarios de la mayor parte de este patrimonio
intangible.
No
hay película de terror que transcurra en algún hotel tenebroso que no tenga una
habitación embrujada, escenario de una pasada carnicería o hecho truculento.
Tampoco sus pasillos están ausente de fantasmas de niños, ni espectros femeninos
que se dejen ver deambulando en la oscuridad.
El Gran Hotel
Viena los tiene.
Los
residentes del hotel en los años ’80 —aquellos que hicieron de cuidadores o
intentaron algún emprendimiento comercial poco exitoso— juraron haber oído pasos
que subían por la escalera y caminaban hasta la habitación 106 del sector de
clase media, cuando se sabía que el edificio estaba completamente vacío. Incluso
me informaron que los documentalistas yanquis filmaron dos fantasmas, uno de
ellos, justamente, en la habitación citada y otro en el gran salón comedor del
sector más elegante del hotel.
Un
taxista me contó que “Hay por lo menos
dos fantasmas. Un hombre y una mujer. Hasta hace poco sólo se veía a un hombre,
pero de un tiempo a esta parte también se ve una mujer triste. En el hotel
desapareció una llamada Anna o Hanna, en la década de los ’40. Nunca se supo
nada de ella. Al hombre— de bigotes— no se lo ve como de carne y hueso, sino una
mera figura. Fue visto muchas veces y ha salido en alguna fotos que toman los
turistas. Hace una semana, durante la filmación, traje a una mujer y sus hijas
al hotel. Ellas vivieron en él por un tiempo, tras la inundación. Abandonaron el
edificio porque el fantasma las volvió locas. Dejaron de vivir allí por ese
motivo. Cuando nos acercábamos en el auto al hotel se pusieron muy nerviosas y
no querían aproximarse. Se arrepintieron de hablar con el canal yanqui. Les
producía una enorme angustia volver al lugar de los hechos. Una de ellas contó
que sentía cómo una presencia se sentaba en la cama junto a ella. Todos los
miembros de la familia sintieron esa presencia fantasmal mientras vivieron en el
hotel”.
También me relató que un turista, sacando fotos desde el patio del
hotel, captó a un hombre alto, de bigotes tupido, con traje color gris, asomado
de la ventana de la habitación 61 (sector principal). El propietario de la foto
nunca la entregó (dijo haberla perdido), pero ciertos funcionarios de la
secretaria de turismo —sostuvo— la habían tenido en sus manos.
Incluso me confesó que, en la habitación 106, un familiar cercano
creyó ver una figura sentada sobre la cama, mirando hacia la ventana. No supo si
la figura era de hombre o mujer, aunque juró haberla observado.
Pero
eso no es todo.
La
encargada de la boletería del Gran Hotel me relató una historia de
la que ella misma fue protagonista: “
Durante el verano pasado —enero o febrero de 2009— subí al primer piso (del
sector clase media) a cerrar las persianas y cuando estaba haciéndolo, desde el
interior de un placard ubicado a mi lado escuché claramente una voz que me habló
al oído. No entendí lo que dijo. Grité y bajé llorando. Me caían las lágrimas.
Desde entonces me da mucho miedo entrar sola en el hotel. Subir, no subo más
.”
¿Sugestión? ¿Un mero error?
Posiblemente. Pero lo interesante es que muchos creen a pie
juntillas en estas historias, como la de ese plomero que, mientras arreglaba
partes del hotel, salió corriendo lleno de miedo, anunciando que “ algo había ” es ese sitio
abandonado.
El
contexto invita a tener la mente predispuesta a cosas extrañas. Admitamos algo:
no es común toparse con un gigantesco hotel en ruinas, ni con una ciudad hecha
escombros, debajo de una laguna.
En
Miramar, los fantasmas del pasado están por todas partes.
PALABRAS FINALES
Ruinas posmodernas.
Así
denominan dos fotógrafos españoles a los edificios abandonados de la actualidad
(hoteles, complejos industriales, terminales, estaciones ferroviarias, fábricas,
etc.) y nos enseñan que la decadencia también tiene su belleza: la de señalarnos
la nuestra propia.
El Gran
Viena encuadra perfectamente dentro de esa categoría, enseñándonos cuan
delgada es nuestra arrogante seguridad y lo inconstante que son las obras del
hombre frente al imparable poder de la naturaleza y el tiempo.
Ante
sus restos, es muy difícil evitar no pensar en promesas inconclusas, en utopías
que no fueron, y en el inmenso poder de lo invisible, materializado en las
bacterias, esporas y sales que lo destruyen con lentitud.
Observarlo con detenimiento, recorrerlo, no sólo nos hace pensar en
una época lejana (no tan lejana), sino que nos obliga a meditar en nuestra
propia podredumbre, recuperando —como dice Cioran— “el precio infinito de cada
instante”.
No
hay dudas de que uno sale más joven al contacto con la muerte. Y así es como
salgo cada vez que recorro lugares como el Gran
Hotel Viena o el Eden Hotel de La Falda; ambos, una
clara muestra de sabiduría, amargura y farsa. Un grosero muestrario de lo
finito. Retazos de historia materializada que sólo nos sugieren una parte muy
pequeña de la los proyectos, sueños y esperanzas que allí se desarrollaron y que
jamás podremos reconstruir por completo. Son las señales perfectas de un mito
que fue, pero ya no es: el del Progreso indefinido.
Karpe diem
.
¿Qué
más sentir frente a un hotel abandonado? ¿Acaso no vamos todos en es misma
dirección?
Abandono y olvido. Es sólo cuestión de tiempo.
¿Pesimismo?
No.
todo lo contrario.
Realidad pura y descarnada.
El Gran
Hotel Viena renueva mis votos como historiador y especialista en la
agonía de las cosas.
Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la
Universidad Nacional de Mar del Plata
Julio de 2009
Email: sotopaikikin@hotmail.com
Notas:
[1] Zapata, Mariana
(directora), Memorias del Mar. Pacto Fundacional. Agonía
y resurgir de un Pueblo , Segunda edición, Museo Fotográfico de Miramar,
Miramar, Córdoba, 2006.
[2] Véase: Gran
Hotel Viena. Su Historia , Editado por la Asociación Civil Amigos del
Gran Hotel Viena, Miramar, Córdoba, sin fecha.
[3] Cierta tradición
oral que circula en el pueblo le da a “Doña María” (como la siguen llamando) un
origen un tanto exótico. Según cuentan ella era la cocinera de un circo y que,
al recalar en Miramar, se vio impresionada por la belleza de la región, decidió
quedarse y levantar allí la vieja Pensión Alemana. Sólo más tarde vendría el
contacto con Max Pahlke.
[4] Hay dato
sintomático respecto del año 1938 y el cambio de nombre de la pensión. En ese
año Hitler anexionó Austria. Fue un triunfo del nacionalsocialismo, festejado y
promocionado por todo el país.
[5] Véase. Hobsbawm,
Eric, Historia del Siglo XX . Editorial
Crítica, Barcelona, 1995.
[6] Testimoniado por
Patricia Zapata el 5/7/2009, según la tradición oral local.
[7] Mar de Ansenuza,
PPIX documental COLLECTIONS, ATP/30 min, Dolby Digital, 2007.
[8] Véase: Ferrarassi,
Alfredo, Eden Hotel y Pueblo La Falda ,
Edición del Autor, Córdoba, 2006.
[9] Hoy de esa casa
sólo queda una palmera sin hojas al borde mismo de la costa. La inundación la
arrasó en una de sus tantas embestidas.
[10] Testimoniado por
Patricia Zapata el 5/7/2009, según la tradición oral local y confirmado en La
Falda por Ariel Mansani, guía y especialista en la historia del Eden Hotel, el
9/7/2009.
[11]
Véase en Internet:
Battaglino, Roberto, Gran Hotel Viena, el gigante rodeado de lujo
y misterio , publicado en La Voz del Interior.
[12] En una oportunidad, un panadero de Miramar (el hotel compraba el
pan en el pueblo ya que aparentemente la cocina de dulces se dedicaba a
repostería) entró sin permiso hasta el patio central y dijo haber visto unos
diez soldados uniformados, cuadrados y firmes en el patio del Gran Viena.
[13] Véase: “ Los Secretos del Mar ”, artículo
publicado por La Voz del Interior . Citado
íntegramente en Gran Hotel Viena. Su Historia ,
Editado por la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel Viena, Miramar, Córdoba,
sin fecha.
[14] Testimoniado por
Patricia Zapata el 5/7/2009.
[15] El dueño del viejo Hotel Copacabana (en auge durante la década de
los ’60) se llamaba ANTON ELTZ o ELEZ. Fue un croata nazi (ustacha) y criminal
de guerra. En una oportunidad un miembro del Centro Simón Wisenthal lo
visitaron. Unos días después el viejo se descompuso y murió en la ciudad de
Balnearia (“tras comer un purecito de zapallo”, dijo Zapata). Falleció el 23 de
julio de 1995 y su tumba está en el cementerio de Miramar.
[16] Véase: Mar
de Ansenuza. Laguna de Mar Chiquita , Córdoba documental, capítulo ,
PPIX documental. Video ATP, 30 min., Córdoba, 2007.
[17] Testimoniado por
Patricia Zapata el 6/7/2009.
[18] Weber, Gaby, La
Conexión Alemana. El Lavado del dinero Nazi en Argentina , Edhasa,
Argentina, 2005, pág.22.
[19] Ibidem,
Pág.22.
[20] Ibidem,
Pág.22.
[21] Ibidem
Pág.22
[22] Ibidem
Pág.22
[23] Hace años,
mientras trabajaba en un banco para solventar mis estudios de la universidad,
una compañera me contó que su abuelo lo había conocido a Gardel en el pueblo de
Barranquilla, varios años después de su «supuesta» muerte.
[24] Sólo los que hemos vivido en pueblos pequeños sabemos la
enorme distancia que significan veinte cuadras.
[25] Testimonio de P.
Zapata. Archivo del autor.
[26] Todavía en la
actualidad sigue estando a trasmano de Buenos Aires y de otras importantes
ciudades argentinas. Sólo desde Córdoba Capital hay ómnibus directos a la
localidad de Miramar.
[27] Nota: Ernesto
Guevara Lynch, progenitor del afamado revolucionario homónimo ( El Che ), escribió en su libro ( Mi
Hijo El Che , Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1987) que la
organización antinazi a la que pertenecía ( Acción Argentina ) había confirmado,
tras secretas labores de inteligencia, que desde el Eden Hotel, y gracias a dos
grandes antenas que tenía sobre el techo, no sólo se recibían «en directo» desde
Alemania los discursos de Hitler, sino que sus propietarios (los Eichhorn)
operaban como espías nazis, transmitiendo información «vital» (¿?) hacia Berlín.
[28] Lo que no quita
que en el futuro puedan probarse.
[29] Camarasa, Jorge,
Odessa al Sur, Editorial Planeta, Buenos Aires, 1995, Pág. 314.
[30] Nota: En Miramar
me informaron que unos días antes de fallecer, Elez recibió la “visita” de un
miembro del Centro Simón Wiesenthal (dedicado a la caza de nazis). Horas más
tarde se descompuso y tras su internación en la ciudad cercana de Balnearia
murió. Comentan que en las charlas con amigos se jactaba de haber matado judíos
en campos de concentración, especialmente en días considerados sagrados por esa
comunidad.
[31] Véase en Internet,
Gran Hotel Viena: Rumores y leyendas
. Dirección Web:
[32] Battaglino,
Roberto, “ Gran Hotel Viena: el gigante
rodeado de lujo y misterio ” en diario La
Voz del Interior . Dirección Web:
[33] Véase: Soto
Roland, Fernando Jorge, Visitantes de la Noche . Aproximación al devenir histórico de los
fantasmas en el imagino de la cultura occidental , Editorial Martín, Mar
del Plata, 1997.
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
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