El Club Hotel
de la Ventana
Sierra de la Ventana, Provincia de Buenos Aires por Fernando J. Soto Roland | |
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Introducción
Abandonado, saqueado, incendiado.
Sólo
quedan de él sus paredes de ladrillo, desgastadas por el sol, la lluvia y el
viento de las sierras bonaerenses. También unas pocas postales y fotos que
tomaron algunos visitantes en su momento de esplendor y de
crisis.
Sólo
eso. Postales y ladrillos. Por ese motivo, de los cuatro hoteles antiguos que
analizamos en este trabajo, el Club Hotel de la Ventana es el que
corrió la peor suerte de todos. Pero a pesar de su decadencia, todavía es
factible detectar en sus ruinas (nunca mejor dicha esta palabra) los tímidos
esbozos de su boato normando o de las suntuosas y elegantes fiestas que allí se
celebraron.
Nos
queda el recuerdo y la nostalgia, ambas acompañadas por una sensación de
impotencia difícil de traducir con palabras.
Ya no
queda nada de su emblemática torre-mirador, ni de sus dos plantas de 6400 metros
cuadrados. Mucho menos del parquet de roble italiano, de sus arañas de bronce o
de los majestuosos ventiladores que funcionaban a alcohol.
También se desvanecieron su gran hall de entrada, su sala de
recepción y la galería solarium con
sus hermosos ventanales de vidrios que permitían a sus huéspedes relajarse
cómodamente en sillones de mimbre almohadillados. Igual suerte corrieron la
cancha de golf, el casino y el fabuloso parque diseñado por el arquitecto y
paisajista Carlos Thays.
Ruinas.
Sólo
eso perdura. Por ese motivo resulta difícil reconocer, ante esos afligidos
restos, que el Club Hotel de la Ventana haya sido
alguna vez el emprendimiento que dio origen a un pueblo y uno de los hoteles más
importantes de América del Sur.
Como
el aire que respiramos, el Club Hotel fue durante décadas
desatendido y olvidado. Sólo cuando su deterioro se hizo irreversible y las
llamas lo consumieron una noche de 1983, se reconoció (como en un tango) la
importancia que había tenido. Recién entonces muchos buscaron en él la identidad
que gobiernos, empresarios y concesionarios no supieron encontrar en esa «Maravilla del Siglo», como lo calificó
Julio Argentino Roca el día de su inauguración.
Fue
un símbolo de una época y de un país que jamás atendió su propio pasado. La
materialización de la desidia, incompetencia y corrupción que llenan las páginas
de nuestra propia historia.
Germinal
(1911-1920)
Como
muchas otras empresas, la que culminó con la construcción del Club
Hotel de la Ventana, empezó con una charla entre amigos y terminó en un
negocio millonario en el que se entremezclaron los intereses del imperio
británico con los de sus socios y gerentes de la oligarquía
vernácula.
Según
se explica en el libro de Stella Maris y Sergio Rodríguez[1], fue a instancias de un reconocido
médico de la época —especialista en afecciones pulmonares— llamado Félix Muñoz,
que se planteó la construcción, en “un
lugar higiénicamente recomendable”, de un establecimiento hospitalario en el
que se pudiera combatir el flagelo de la tuberculosis, que tantas víctimas se
cobraba en la época y tanto terror despertaba entre la
población.
Eran
los primeros años del novel siglo XX y todavía no se avizoraban los dramas que
sacudirían a la centuria. La confianza en la ciencia y en la tecnología
soportaron todo el peso de aquella propuesta inicial y fue un poderoso
terrateniente, Manuel Lainez, representante de los intereses de la oligarquía
conservadora de aquellos días, el que agilizó los trámites cediendo 70 de las
3000 hectáreas que conformaban su estancia “La Vertiente”.
El
hospital para tuberculosos se transformaba así en un lugar de relax y lujo para
el enclave británico y sus admiradores socios argentinos. Muñoz, Lainez y Clarke
quedaron satisfechos. Las antiguas y redondeadas sierras bonaerenses se
convertirían en un reducto de prevención y tranquilidad para los privilegiados
de siempre.
Inmediatamente el proyecto se puso en marcha.
En
1903 la empresa británica construyó la “parada de Sauce Grande” hasta donde
llegaron las vías
Pero
había un inconveniente. Levantar un hotel, proyectado tan lejos de todo y de un
tamaño tan descomunal, requería de muchísimos ladrillos y era claramente
antieconómico trasladarlos hasta el emplazamiento.
Una
vez más, las amistades y contactos —entre ingleses y sectores poderosos de estas
pampas—entraron a funcionar y fue un reconocido hombre de negocios, Ernesto
Tornquist, el que alivió el problema firmando un convenio para instalar, en
medio de las sierras, parte de una fábrica de ladrillos que había comprado en
Checoslovaquia, y que por entonces funcionaba en la joven capital de la
provincia de Buenos Aires (La Plata).
Con
todo organizado, el Club Hotel de la Ventana empezó a
construirse.
Las
primeras fotos lo muestran como un islote de pura cepa europea en plena “pampa
salvaje”, levantando su torre-mirador hacia el cielo, orgullosa de su origen,
por encima de un terreno pelado y sin árboles. Orientado hacia el Este, siguiendo igual que el Eden Hotel
de La Falda la dirección del plegamiento montañosos más cercano, el Club
Hotel tenía la forma de una «U» y todas comodidades imaginables para la
época.
Aireado, de ambientes amplios y enormes ventanales, era el sitio
ideal en donde recluirse evitando las aglomeraciones y “malos humores” de las grandes ciudades.
Era paradójico: Argentina recién empezaba a urbanizarse y ya deseaba emprender
el «regreso al campo». Una típica
moda venida del otro lado del Atlántico.
Pero
no era aquel un «campo» cualquiera.
El Club
Hotel concentraba todos los beneficios de la
ciudad (y más).
He
aquí el listado de ellos.
173 habitaciones (4 en suite)
58 baños completamente
equipados
Un gran Hall Comedor, decorado en estilo Luís
XVI y muebles de origen inglés
Una sala de fiestas, con 150 butacas, en la que
se proyectaron las primeras películas mudas del país y solían acudir reconocidas
figuras del ambiente teatral
Un bar perfectamente equipado con todas las
bebidas de moda
Dos salas de enfermería
Una farmacia
Dos peluquerías
Un gimnasio cerrado
Biblioteca
Sala de música y conciertos
Una inmensa cocina de 300 metros
cuadrados
Tres salas de casino (estilo imperial): dos de
punto y banca y una para la ruleta, todas con pisos de mosaicos, revestidos con
polvo de marfil
Un night club, instalado en el único entrepiso
del hotel
Una sala de recepciones gigantesca, con columnas
de hierro y lámparas de gas
Dos escalinatas de mármol de Carrara,
construidas especialmente por un maestro italiano, Antonio
Grillo.
Además de todas estas comodidades, la última tecnología estaba
también a disposición de los huéspedes que podían pagar por
ella.
Una usina, con dos generadores Westinghouse de
1500 rpm, iluminaba artificialmente todo el complejo y debió haber sido la magia
de la electricidad la que lo convirtió en un templo maravilloso del siglo que se
iniciaba
Dos caldera Zweibruken a vapor, con 500 caballos
de fuerza, trasportaba el agua caliente a todo el hotel
Una estación de bombeo, a 550 metros del
edificio, conducía agua de vertiente a cada canilla del Club Hotel, desde el
arroyo Las Piedras.
Para
aquellos que deseaban disfrutar de actividades al aire libre y solazarse con el
paisaje serrano, poseían:
Un parque de 126 hectáreas, organizado en estilo
inglés por el paisajista Carlos Thays, con más de 10.000 especies (pinos,
abetos, cedros, eucaliptus, sauces, aromos, acacias y
ligustros)
Una cancha de golf de 18 hoyos
Canchas de fútbol, polo, tenis e
hipismo
Una pileta de natación junto a un río cercano
Una flotillas de vehículos (carrozas, volantas,
landós, sulkys) y caballos
Un trencito de trocha angosta, inaugurado tras
la apertura del hotel, para llevar a los huéspedes desde la Parada de Sauce
Grande hasta la puerta misma del complejo (después de recorrer unos 19
kilómetros en menos de 40 minutos).
Y
para completar su autonomía se había dispuesto:
Un molino harinero que no sólo servía de fábrica
de pan y fideos, sino también como depósito de granos
Una carpintería, a cargo de maestros ebanistas
dedicados a la fabricación y restauración de muebles, ventanas y
puertas
Granja propia
Huerta
Un pabellón para el personal permanente del
hotel, que contaba con 16 habitaciones, 6 baños, cocina, despensa y salón
comedor.
Una capilla de sólo un ambiente, con un altar de
roble, levantada al pie del cerro más cercano.
El Club
Hotel era un mundo cerrado en sí mismo que abrió por primera vez sus
puertas —oficialmente— el 11 de noviembre de 1911 con una fiesta inaugural que
dejó hablando a las oligarquía argentina durante largo tiempo.
Hubo
1300 invitados entre argentinos y extranjeros. Llegaron al hotel en un tren
especial, directamente desde Buenos Aires, gozando de todas las comodidades y
confort que disponían los vagones de entonces.
El
hall principal el Club Hotel vio pasar a personajes
que portaban apellidos de peso. Eran los mismos que habían organizado la
Argentina a su medida, que se la habían repartido y controlaban con mano firme e
ilustrada. No faltó nadie. estaban los Unzué, los Alsina y los Alvear, los
Anchorena, los Madero, los Ayerza y Becar, los Belgrano, Blaquier, Roca y
Guerrero, los Udaondo. Los Figueroa Alcorta, Leloir y Martínez de Hoz, los
Montes de Oca y Uriburu, entre otros.[3]
Pocas
veces en un solo recinto las oligarquías provinciales se daban cita todas
juntas, a no ser —claro— en el Congreso Nacional.
Un
mes y medio más tarde, el Club Hotel de la Ventana daba por
iniciada su primera temporada de verano (enero/febrero de 1912). Fue todo un
éxito. Más de 300 huéspedes confraternizaron en sus instalaciones. Las
perspectivas de futuro eran halagüeñas. Sólo tenían por delante buenas
perspectivas. El paraíso terrenal se había materializado una vez más y puesto a
disposición de unos pocos.
Pero
desde muy temprano, el siglo XX los empezó a decepcionar.
La
«chusma» ocupaba el sillón de
Rivadavia y, desde ese mismo momento, la oligarquía nunca más pudo detentar el
control del ejecutivo político por medio de las elecciones libres. Cuando lo
hizo, lo consiguió a través de los golpes de estado y las promesas falsas del menemato.
El
paraíso tenía que compartirse. «El país
ya no era lo que era antes» y muy pocos estuvieron de acuerdo con las
medidas «populistas» del caudillo radical.
Habían perdido el enclave y el discurso nacionalista de Yrigoyen
molestó a más de un extranjero. Pero los radicales no fueron revolucionarios.
Argentina siguió siendo un país agroexportador y la base del poder de las elites
se conservó, ejerciéndolo ahora únicamente con sus gruesas
billeteras.
En
1914 estalló la Primera Guerra Mundial y el flujo de turistas europeos mermó,
casi hasta desaparecer. Los números del Club
Hotel empezaron a dar saldos en rojo y las proyecciones a futuro se
enturbiaron.
Poco
menos de tres años más tarde, en 1917, el gobierno radical sancionó una ley que
prohibía los juegos de azar y la nacionalización de los casinos. Ése fue el tiro
de gracia.
Al
término de ese mismo año, el casino del hotel clausuró sus mesas de juego. A los
tumbos logró mantenerse un tiempo más, pero el 14 de marzo de 1920 el Club
Hotel de la Ventana, a sólo seis años de la inauguración, cerró por
completo sus puertas para siempre.
Un gigante vacío
(1920-1943)
Durante algunos veranos, los familiares y ejecutivos de la «Compañía de Tierras» lo visitaron de a
ratos y disfrutaron de ese gigante en hibernación permanente, como los pájaros
disfrutan de una casona abandonada. De todos modos, el Club
Hotel conservó su aire imperial y a pesar de parecer un museo reluciente
y poco transitado logró mantenerse en buena condiciones. Claro que ya no
llegaban a él las toneladas de correspondencia de las buenas épocas y que la
medida solicitada por la Dirección de Correos de rebautizar dos pueblos cercanos
resultó totalmente vana.[4]
Pero
ellos también envejecieron junto con el hotel y de a poco, el olvido de sus
genuinos propietarios obligó a que se empezara a vender parte del mobiliario de
la sala de Juegos (sillas, ventiladores, sillones, cuadros, arañas) para poder
solventar los gastos de mantenimiento que el hotel requería. Así todo, el hecho
de que se eligiera empezar por el ex-casino demuestra que, en el fondo, existía
la esperanza de poder resucitarlo en el futuro.
Pero
sus destino ya parecía estar signado.
En
1939, la «Compañía de Tierras y Hoteles
de la Ventana» se disolvió y con ella la posibilidad de una reapertura
medita o inmediata. Los escasísimos y ocasionales huéspedes dejaron de visitar
el hotel en época estival y Bernardo Ferrero se vio ante la amarga misión de
sostener sobre sus espaldas a un monstruo de ladrillos que empezaba a desgatarse
con el paso del tiempo y los ya inexistentes fondos.
Un
año después de la disolución de la compañía, en 1940 el gobierno de la provincia
de Buenos Aires pensó en levantar en el sitio una colonia de vacaciones para
alumnos y docentes. Fue el primero de los tanto proyectos que fracasaron. En esa
ocasión por un trámite judicial inconcluso que postergó la transferencia del
edificio por espacio de tres años. Recién en 1942 la hija de uno de los
principales accionistas de la antigua compañía, vendió el Club Hotel y éste fue
entregado la provincia el 30 de noviembre. Bernardo Ferrero fue quien concretó
el traspaso de la propiedad al estado provincial.
Las
esperanzas se reeditaron, pero el país experimentaba demasiados altibajos y el
mundo estaba inmerso en una Segunda Guerra Mundial que muy pronto alcanzaría a
aquella aislada región serrana del sur bonaerense.
Todo
provino de un desastre ocurrido en la desembocadura del Río de la Plata, unos
años antes, cuyo protagonista fue un famoso acorazado de bolsillo llamado Graf Spee y su tripulación de jóvenes
soldados de ideología nazi.
Altos, rubios y con zapatos negros
(1943-1946)
En
diciembre de 1939, a sólo tres meses de haberse iniciado la Segunda Guerra
Mundial, el acorazado de bolsillo alemán Graf Spee fue sorprendido en la
desembocadura del Río de la Plata por tres buques británicos (Exeter, Achilles y
Ajax), liberándose la única batalla de
toda la contienda en las puertas mismas de la ciudad de Buenos Aires, conocida
hoy como «la batalla del Río de la Plata».
Los
jóvenes marineros y oficiales (cuya mayoría que no excedían los 19 años de edad)
fueron traslados a Buenos Aires y con fecha 19 de diciembre de 1939 el
presidente de la Nación, Roberto Ortiz, emitió el decreto 50.826 por el cual se
ordenada que los comandantes, oficiales y marineros del buque alemán fueran
internados en la Capital Federal, quedando sujetos a las autoridades policiales,
tras la promesa expresa de no ausentarse sin permiso especial escrito. De más
está decir que Argentina también era neutral en la guerra.
Un
total de 1046 tripulantes fueron sometidos a la internación.
La
Policía Federal Argentina fichó a cada uno de ellos y los ubicó en el vetusto
Hotel de Inmigrantes del puerto porteño. De inmediato la comunidad alemana
asentada en el país abrió una cuenta con fondos para el mantenimiento de sus
conciudadanos y un tal Kart Arnold, organizador del Partido Nazi en Argentina,
dispuso que sus compatriotas pudieran acceder libremente a diversiones, al menos
un día por semana, amén de ir y venir por Buenos Aires como se les
antojara.
A
partir de entonces, la internación se prolongó por espacio de 6 años y en poco
tiempo unos 140 tripulantes huyeron del país para reintegrarse al frente de
batalla que se libraba en Europa. Esto provocó una aireada protesta del gobierno
inglés y francés, quienes a través de sus embajadas presionaron sobre Ortiz
reiteradamente. La presencia de los marinos resultó una serio problema para la
Argentina y ese fue el motivo por el cual el ministro de Relaciones Exteriores
decidió dividir a la dotación en varios grupos para enviarla lejos de la
capital.
El
embajador alemán, von Thermann, insistió —junto con su agregado naval— que los
marinos vistieran uniforme y quedaran bajo la disciplina alemana. Argentina
rechazó el pedido y les hizo saber que según las resoluciones internacionales,
los internados debían quedar libres de la subordinación de cualquier poder
beligerante y que debían ganarse la vida trabajando. Por esa causa, el gobierno
argentino se puso de inmediato a buscarles empleo en la zona de Buenos
Aires.
Pronto muchos de ellos pudieron se ubicados en fábricas y empresas
de origen germano o alojados por familias alemanas residentes. Pero en el
interior el trabajo era escaso y la llegada de los extranjeros despertó muchas
quejas y protestas por parte de los sindicatos. Las fricciones no tardaron en
aparecer.
Para
enero de 1940, la embajada nazi había conseguido 350 empleos y un mes después el
número ascendió a 586.[5]
Fue
entonces que el cuerpo diplomático inglés levantó otra vez la voz en fuerte
queja, vaticinando sabotajes por parte de los alemanes contratados. Se quejó
también de la lentitud del gobierno argentino de enviar a los marinos al
interior del país, tal como había prometido.
Ante
estas circunstancias apremiantes, en mayo de 1940, el gobierno de Ortiz apuró
los trámites e inició el anunciado reparto. 100 hombres fueron trasladados a
Mendoza, 152 a Córdoba, 50 a San Juan y grupos de 100 enviados a Santa Fe y
Rosario respectivamente. 177 permanecieron en Buenos Aires y 236 confinados en
la isla Martín García.[6]
El traslado estuvo muy mal organizado. Los alemanes fueron
recibidos con frialdad y apatía en
Bajo
estas circunstancias era claro que las fugas no tardarían en producirse. Se
escaparon uno a uno con la ayuda de espías y colaboracionistas nazis. En abril
de 1940, por ejemplo, faltaban 45 oficiales y 5 marineros técnicos (requeridos
por el Reich).
Esta
situación de descontrol, más las riñas y peleas que se produjeron entre alemanes
y locales en el interior, provocaron que el Poder Ejecutivo ordenara por decreto
59.459 que todos los oficiales y suboficiales fueran internados en la isla
Martín garcía. El 16 de abril de 1940 fueron todos enviados a ese lugar, sumando
así un total de 240 internos, ubicados en el derruido hospital de la localidad,
en escuelas y bungalow, todos bajo la vigilante mirada de soldados
argentinos.
En la
isla las condiciones eran desastrosas y los reclamos no tardaron en
estallar.
De
inmediato, Castillo se encolumnó detrás de una tendencia autoritaria y en ese
contexto se volvieron familiares las fugas de los marineros del Graf Spee. Los
internados siguieron escapando a cuenta gotas. Algunos vía Chile, Paraguay y
Brasil, y otros en barcos de bandera española y japonesa.
Pero
como indica Ronald Newton en su bien documentado libro:
“Las filas de enrolados en el Graf Spee consistían sobre
todo en conscriptos de 18 y 19 años. En la Argentina, años de ocio y soledad en
tornos pocos familiares, el acoso de los rigurosos encargados de la disciplina
naval y las arengas huecas de los ideólogos nazis (ellos mismos alejados y a
salvo del rugir de los cañones) obraron sobre muchos jóvenes hasta erosionar sus
sentimientos patrióticos a medio formar; en muchísimos casos, el adoctrinamiento
en manos de las organizaciones juveniles nazis resultó efímero. Después de la
partida de los últimos oficiales y suboficiales competentes a principios de
1942, el liderazgo del grupo del Graf Spee fluctuó entre lo errático y lo
despótico. Los jóvenes crecieron y no pudieron dejar de sentirse atraídos por la
vida más libre de la Argentina.”[7]
La
diplomacia inglesa, indignada por el descuido de las autoridades vernáculas,
redobló sus quejas y el presidente R. Castillo ordenó que los internados
quedaran concentrados en un punto específico del interior. Aquí es en donde
entra en escena el Club Hotel de la Ventana, elegido
como el lugar de residencia obligada de los alemanes.
R.
Newton dice al respecto:
«Grupos de hombres del Graf Spee fueron enviados a alojarse
en el Hotel Sierra, un enorme elefante blanco gubernamental ubicado en un sitio
de descanso y de juego en Sierra de la Ventana. El «agregado legal» del FBI en
Buenos Aires apuntó con la alarma de costumbre que el hotel estaba en una zona
de estancias de propiedad alemana: “San Carlos” de Lahusen; “Ramón Díaz” y “El
Pantanoso” de Staudt & Co.; “El retiro” de Diego Mayer; la gigantesca
propiedad de Funke, empleada por la organización popular nazi como centro de
convalecencia y hogar para desocupados, con una extensión de más de 130.000
acres. El Hotel, temían los norteamericanos, se convertiría en un cuartel nazi,
sin embargo no parecían saber bien en cuartel de qué».[8]
A
fines de 1943 y por decreto 13.690/43-M71 se ordenó que los internados fueran
finalmente traslados al Club Hotel y confinados en él bajo
el control militar argentino.
Con
la llegada de esos 350 «hermosísimos pedazos de jóvenes» —como los calificó el
gobernador cordobés Sabattini— el viejo hotel revivió, recuperando gran parte de
su antiguo esplendor. Pero no era lo mismo. Aún así, no tardarían en surgir
comentarios y comparaciones que contrastarían a la barbarie y desidia
sudamericana con el civilizado empeño y emprendimiento de los germanos. La
«buena raza» volvía a reeditar el choque entre salvajismo y progreso. Esta vez
en clave genética.
Toparse con semejante construcción en medio del paisaje serrano
debió impresionarlos gratamente.
Uno
de los sobrevivientes del Graf Spee apellidado Tillman,
expresó:
«Cuando llegamos, no terminábamos de recorrer el hotel. Eso
sí, estaba todo muy abandonado y sucio. Pero nosotros inmediatamente nos pusimos
a limpiar y a poner todo en funcionamiento. Nunca había visto un lugar tan
lujosos (…). Aquí no había bichos como en la isla (Martín García).”[10]
A
poco de instalarse se iniciaron las reparaciones en la usina, la toma de agua y
los jardines. Todos conocían —mal o bien— algún oficio y en muy poco tiempo el
Club Hotel no sólo empezó a
funcionar como centro de internación en época de guerra, sino como verdadero
centro de descanso de muchachos jóvenes dedicados a pasar bien los años que le
quedaban al conflicto europeo. Jugaron al fútbol, al ping-pong, al tenis,
tocaban música y bebían cerveza, en tanto sus compatriotas —seguidores del
Führer— morían a mansalva en el frente ruso y occidental.
«Teníamos una buena orquesta —relata Rudolf Stefanowsky—.
Los sábados y domingos realizábamos fiestas. Cada uno llevaba su cajón de
cerveza y venían conocidos de la zona.”[11]
En
esas reuniones muchos de los marineros se enamoraron, incluso algunos se casaron
con chicas de la zona y sus descendientes aún viven en la región[12].
Nada
mal, teniendo en cuenta la realidad que se vivía en los campos de batalla del
Viejo Mundo. Muchos de los fugados en los primeros años debieron arrepentirse.
La vida en Sierra de la Ventana era casi una delicia irónica: el hotel
construido con capitales del enemigo (ingleses), les dio cobijo y la posibilidad
de sobrellevar el peor conflicto del siglo XX lejos de las balas (y muchas veces
con el amor y cariño de una argentinita).
Resguardando sus vidas, el Club
Hotel recuperó la propia.
Los
reunieron en Campo de Mayo y el 15 de febrero de 1946, a bordo del buque inglés
Highland Monarch, partieron para
Europa.
El Club
Hotel de la Ventana perdía a sus inquilinos. Una vez más quedaba
vacío.
Se
dio inicio entonces a la peor y más decadente época del señorial complejo
serrano.
Un fénix fallido
(1946-1983)
Desde
1946, el Club Hotel no hizo otra cosa que
venirse abajo.
Fue
abandonado y saqueado durante por lo menos 15 años más. La falta de
mantenimiento lo fue deteriorando. Ya no estaban ni Dufaur ni Ferrero para
cuidarlo. La humedad, las lluvias, los cambios de temperatura empezaron a
resquebrajarlo y los animales de la zona encontraron (como los alemanes) refugio
en él. Poco a poco la gente de la comarca se fue llevado parte del mobiliario,
de la dura y cara madera de sus pisos, de sus objetos de bronce. El gobierno
provincial contribuyó al desguase y muchas de las piezas emblemáticas del Club
Hotel terminaron adornando las dependencias de otros edificios públicos, en La
Plata y Necochea (sin considerar los living privados de algunos funcionarios).
El abuso fue total y la depredación propia de buitres. Pero a lo largo de los
años sucesivos fueron apareciendo diversos proyectos que anunciaban la esperanza
de recuperar el viejo hotel y volver a darle la vida que había tenido.
Lamentablemente fueron sólo amagues.
Dos
años después, en 1963, la Facultad de
Agronomía de La Plata se hace cargo de las instalaciones. Todo parecía
indicar que el lugar era ideal para formar allí a los futuros ingenieros
agrónomos. Una vez que tomaron posesión arreglaron un poco el edificio, pero el
aislamiento pudo con ellos. Al poco tiempo dejaron el hotel, abandonándolo —una
vez más— a los elementos.
El Club
Hotel se resistía a renacer de sus cenizas.
Durante la década de los ’70, aquel rincón de paz en medio de las
sierras no estuvo ajeno a la violencia que desangraba al país por entonces. Los
tiros, maniobras y órdenes militares volvieron a escucharse en sus alrededores
cuando el Comando V del Cuerpo del Ejército lo ocupó para realizar sus
operaciones y jueguitos de soldados.
En
1974 se corrió la noticia de que el hotel iba a ser entregado a los sindicatos.
Perón, ya viejo y a punto de morir, lo había anunciado a través de su gobernador
en la provincia de Buenos Aires. Pero la iniciativa tampoco
prosperó.
Con
la llegada de los dictadores de facto al poder, en marzo de 1976, una serie de
«iluminados funcionarios de uniforme»
amenazaron con tirarlo abajo. Ajenos siempre al pasado (a no ser que tenga que
ver con gloriosas batallas) el subsecretario de Asuntos Agrarios de entonces
sugirió la demolición en 1978. Seguramente el Mundial de Fútbol debió distraer
un poco la medida y las topadoras no llegaron. Al año siguiente, de improviso,
un grupo —autorizado por el gobierno militar— empezó a talar los árboles que
Carlos Thays había pacientemente plantado en 1911. Entonces sí cundió la rabia
de los vecinos y las protestas no dejaron de oírse. La familia del benemérito
Ernesto Tornquist fue quien más levantó la voz y el desmonte se frenó. Pero la
ideología privatista de la dictadura siguió centrando su atención en el hotel
abandonado y, finalmente, en febrero de 1980 se lo vendieron a la empresa Frigorífico Guaraní, de Horacio
Pallas.
Los
proyectos renacieron de nuevo.
Pallas aseguró que tenía intensiones de volver a darle al Club
Hotel de la Ventana el lujo y esplendor de sus primeros días,
convirtiéndolo en un atractivo turístico que iba a combinar paseos de compra,
restaurantes, camping, piletas de natación, deporte y hospitalidad al más alto
nivel. Para ello solicitó un crédito al Banco de Italia y empezó con la
restauración del edificio. La cifra a invertir rondaría en los 5 millones de
dólares.
Todo
iba viento en popa. Se arreglaron los techos, se pintó el frente, se
acondicionaron los sectores más derruidos. El viejo gigante ya estaba maquillado
como para entrar en una nueva fase de explotación y
crecimiento.
Pero
una vez más, la tragedia signó su futuro.
En la
noche del 8 de julio de 1983, el Club Hotel de la Ventana se incendió
por completo.
El
fuego se devoró todo, dejando únicamente los fuertes soportes de hierro y las
paredes calcinadas de ladrillos.
Era
imposible que algo resurgiera de las cenizas.
Sólo
un juicio nació de todo ello. A principios de los ’90 el Banco que había
otorgado el crédito a Pallas le ejecutó la deuda, pero la fiscalía de Estado
impidió el remate. Tras años de litigio, se anunció que lo que quedaba iba a
pasar otra vez a manos de la provincia de Buenos Aires, pero el traspaso fue
frenado por un grupo de abogados que vieron sus honorarios
impagos.
En
esas condiciones, los pocos ladrillos remanentes del Club Hotel inauguraron el siglo
XXI.
Fernando J. Soto
Roland
BIBLIOGRAFIA
·
Newton, Ronald C., El
Cuarto Lado del Triángulo. La “amenaza nazi” en la Argentina
(1931-1947), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1992.
·
Rodríguez, Stella Maris y Rodríguez, Sergio,
Club Hotel de la Ventana. Historia de un
Gigante, ediciones de autor, Municipio de Tornquist, año 2001, Pág. 51.
·
Scandizzo, Delfor, “Los
Avatares del Club Hotel”, en Todo es Historia, Nº 439, Febrero 2004,
Buenos Aires, pág.50-51.
Notas:
[1] Véase: Rodríguez, Stella Maris y
Rodríguez, Sergio, Club Hotel de la Ventana. Historia de un
Gigante, ediciones de autor, Municipio de Tornquist, año 2001.
[2] Nota: Los arquitectos, todos
venidos de Europa, fueron: Charle Fowler, George Lawson Johnston y William
Sheperd. El ingeniero se llamaba Emile Sangford.
[3] Scandizzo, Delfor, “Los Avatares del Club Hotel”, en Todo
es Historia, Nº 439, Febrero 2004, Buenos Aires, pág.50-51.
[4] Nota: La confusión que generó el
nombre del hotel —Club Hotel de la Ventana— hizo que las cartas
que se despachaban hacia él terminaran depositadas en el pueblo de Sierra de la Ventana, ubicado a 27
kilómetros del complejo hotelero y no en la estación de Sauce Grande, desde la que había un
tren directo hasta la puerta misma del hotel. Por ese motivo se decidió un
cambio: el pueblo de Sierra de la Ventana pasó a llamarse Saldungaray y Sauce Grande adoptó la
nueva denominación de Sierra de la Ventana. Todo un enroque nominal.
[5] Newton, Ronald C., El
Cuarto Lado del Triángulo. La “amenaza nazi” en la Argentina
(1931-1947), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1992, Pág. 320.
[6]
Newton, R. op.cit. Pág. 321.
[7]
Newton, R. op.cit. Pág. 327.
[8]
Newton, R. op.cit. Pág. 331.
[9] Rodríguez, Stella Maris y
Rodríguez, Sergio, Club Hotel de la Ventana. Historia de un
Gigante, ediciones de autor, Municipio de Tornquist, año 2001, Pág.
51.
[10] Ibíd., Pág. 51.
[11] Ibíd., Pág. 52.
[12] Bajo las disposiciones del
decreto 13.888 del 15 de junio de 1944, se permitió que un internado casado,
capaz de sostener a su familia, siguiera viviendo aparte del resto;
exigiéndosele únicamente que se presentara cada 15 días ante las autoridades
militares.
[13] Newton, R., op.cit.
Pág.335.
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
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