EL HOSPITAL
SANTA MARÍA DE PUNILLA
Por
Fernando Jorge Soto Roland
INTRODUCCIÓN
“Como arena, el silencio
sepultará las casa.
Como arena, las casas se
desmoronan. Oigo ya
sus lamentos. Solitarios.
Sombríos. Ahogados
por el viento y la
vegetación.”
Julio Llamazares, Pág. 141
Siempre hay un dejo de nostalgia cuando se recorren
lugares abandonados, impregnados de soledad, sombras y mutismo; en especial
cuando esos sitios estuvieron antaño llenos de vida, personas y actividades
cotidianas.
El contraste entre “lo
que es” y “lo que fue” impacta, y
aquello que conceptualizamos bajo el nombre de “historia” adquiere una dimensión muy particular, aprehensible,
concreta. Mucho más tangible que cualquier documento y generadora de fantasías,
la mayoría de ellas por demás improbables. Pero en esos casos, no interesan. No
importa que los “hechos” hayan
sucedido en realidad. La quimera ocupa la escena y cada rincón, cada ventana
destruida, cada pasillo o galería silente y sucia, se transforman en el
escenario de miles de vivencias particulares, “pequeñas”, en las que (con toda seguridad) se mezclan dolor,
alegrías, decepciones y proyectos. La vida se recrea intelectualmente con cada
paso que se da, y si bien es cierto que los detalles se nos escapan (tal vez
para siempre) resulta difícil impedir que “la
imaginación histórica” complete los enormes vacíos que han dejado los
documentos y la memoria.
Estas sensaciones me invadieron cuando recorrí, en enero
de 2012, el sector abandonado y casi en ruinas del antiguo Hospital Colonia Santa María de Punilla, en las inmediaciones del
pueblo de Cosquín, provincia de Córdoba (Argentina).
El siguiente es el relato de esa experiencia.
FJSR
Febrero
de 2012
TUBERCULOSIS,
PROGRESO Y LOCURA
“¿Por
qué evocar ahora
un
tiempo que no existe,
un
tiempo que es arena
sobre
mi corazón?”
Julio
Llamazares, Pág. 139
Hubo una época en que la gente moría con un diagnóstico
que producía, entre los vivos, un terror inenarrable. Una psicosis colectiva
que recorrió todo el mundo occidental y obligó, a las más preclaras mentes de
la segunda mitad del siglo XIX, a buscar una solución, que tardó en llegar.[1]
Ejércitos de médicos se lanzaron en la lucha contra la
tuberculosis. Pero carecían de los conocimientos y de las técnicas que hoy poseemos.
Aún así, la autoridad y el poder de la medicina (que no dejaba de crecer en un
mundo cada vez más secularizado y controlado por “higienistas”) impulso la
realización de inversiones, muchas veces millonarias, en pos de la cura.
Como resultado de todo ello, y bajo la creencia de que
el clima, el sol y el aire puro, eran herramientas terapéuticas eficaces en el
combate contra las disfunciones respiratorias, empezaron a levantarse inmensos
complejos edilicios en “regiones sanas”
del mundo. En nuestro país tuvo su provisoria panacea en la mediterránea
provincia de Córdoba; y fue allí en donde surgieron espacios preventivos para
los más ricos (grandes hoteles, como el Eden
Hotel de La Falda) y gigantescos hospitales para los desafortunados que ya
habían sido presa de la “tisis”.
Aislado, colgado de las sierras, lejos de los centros
urbanos y de las principales rutas de comunicación para evitar el tan temido
contagio, el Santa María se construyó en el año1900 a instancias de una famoso
tisiólogo argentino, el doctor Fermín Rodríguez, quien en febrero de 1899
recibiera del gobierno nacional un préstamo de $ 250.000 m/n para tal fin.
De ese modo, y apoyado también por las consideraciones
de otros prestigiosos colegas, el doctor Rodríguez emprendió por su cuenta y
riesgo la ciclópea tarea de sanar a los tuberculosos en un espacio apropiado,
seguro y aséptico, en medio de un valle cordobés con el nombre de Punilla.
Así es como nació la Estación
Climatérica que nos ocupa: como un desesperado intento por evitar la
muerte, controlar a los enfermos e impedir que el flagelo se siguiera
difundiendo.[2]
El hospital se convirtió en la última trinchera contra
la tuberculosis.
Hay algo tétrico en las fotos antiguas del Santa María. Algo que excede en mucho
las sonrisas que se observan en algunos de los internos, o la seguridad, tal
vez fingida, que exhiben los médicos y enfermeras. En lo personal, creo que
todos los hospitales tienen algo de macabro, de lastimero, a pesar de que hoy
en día la mayor parte de la humanidad que habita en occidente nace y muere en ellos.
Las viejas fotografías, amén de ser documentos gráficos
de primer orden, alimentan ese clima de ansiedad e impotencia que muchos
debieron experimentar. No en vano el moderno cine de terror ha hecho de los
hospitales escenarios ideales para el desarrollo de sus truculentas tramas de
ficción.
Ya tenemos, por ende, los ingredientes básicos para
alimentar suspicacias y temores; necesarios ambos para el despliegue de
leyendas urbanas, que el hospital de Punilla, por supuesto, también arrastra.
La administración del Santa María, a lo largo de los
años, pasó por sucesivas manos.
Desde su fundación, el 24 de junio de 1900, y hasta el
cumplimiento de su primer década, el doctor Fermín Rodríguez fue su propietario
y principal administrador. Pero aquel gigante demandaba mucho dinero y generaba
muy pocas ganancias. Por ese motivo, a partir de 1910 el gobierno nacional lo
compró. Ya en manos del Estado, y dado que por entonces el 50% de la mortalidad
general de la provincia se debía a la tuberculosis, el Santa María fue
depositario de nuevas inversiones que se tradujeron en una ampliación del
complejo, a partir de 1915.[3]
Desde ese momento, las denominaciones “Estación
Climatérica” y “Colonia”
desaparecieron y el nosocomio pasó a llamarse Sanatorio Nacional de Tuberculosos Santa María.
De todos modos, el Santa
María de Punilla continuó aislando a sus nuevos internos, alejándolos de la
vista de los sanos; y es que desde 1968 el objetivo del complejo cambió hacia
el control y “cura” de la salud mental. Se transformó en un manicomio, en un
centro de control psiquiátrico. Lo que es, en parte, hasta el día de hoy.[4]
EL LADO OSCURO
No me equivoqué.
El edificio, de un ecléctico estilo arquitectónico con
tintes nórdicos y centroeuropeos, era la más clara imagen de una sede de poder
en decadencia. Un antiguo instrumento de cura y prevención, convertido en una
jeringa vacía, inútil, inoperante.
Abandono. Suciedad. Decrepitud y deterioro. Un hospital
que se había vuelto inhospitalario se erguía ante mi admirada y emocionada
mirada; conviviendo con otros pabellones aún en funcionamiento a muy pocos
metros de él. Pero era ignorado. Era como si nadie se hiciera cargo de su mal
estado. Lo limpio y lo sucio. La vida y la muerte convivían, la una junto a la
otra, dentro de una ciudadela con más de 30 edificios en los que se combinaban los
habitados y los deshabitados. Unos, útiles todavía; los otros, inservibles y
sumidos por completo en el olvido.
Hoy ya nada nos indica que actores de la talla de
Alfredo Alcón, Mecha Ortiz o Marta González, desplegaran sus dotes de
histrionismo en el predio del ex-hospital. El silencio es lo que se impone en
sus pabellones y anexos en ruinas.
Tampoco esas paredes agrietadas y techos descascarados y
abiertos, nos hablan de los centenares de enfermos que caminaron por sus
pasillos o descansaron en las galerías, soñando con una cura próxima y sintiendo
el rechazo del mundo exterior; ignorante, temeroso y ausente de esos dramas
sanitarios.
Pero si de ausencias hablamos, la historia reciente de
nuestro país está, lamentablemente, llena de ellas.
Es irónico, y macabro al mismo tiempo, que una colonia
ideada para combatir la muerte y el sufrimiento se haya convertido por un
tiempo en el espacio predilecto para desplegar los actos más inhumanos, cobardes
y sádicos que se hayan registrado en la historia argentina del siglo XX.[6]
Estos hechos, como veremos más adelante, son con
seguridad los que alimentaron (y alimentan en parte) el imaginario local,
relacionado con la moderna leyenda urbana de Punilla y sus alrededores.
EL
UNIVERSO DE LA PODREDUMBRE
Pero no son los graffiti lo que le dan interior cierto tinte artístico.
Los mosaicos del piso, en cuya conjunción cuatro de
ellos forman un dibujo geométrico y abstracto, están desgastados por los miles
de tacos y suelas que los transitarios a lo largo de más de siglo. La falta de
mantenimiento de las última décadas han hecho lo suyo, en especial las heces de
las ratas, murciélagos y aves intrusivas que, sin certificado médico alguno,
colonizan al viejo hospital.
Turbio fondeadero donde van a recalar millones hojas,
acumuladas por el viento y convirtiéndose en basura, terminaron por quitarle al
Santa María el brillo que alguna vez tuvo. Ya no es un espacio para el orgullo
nacional. Un universo de podredumbre transformó al viejo nosocomio en un
espacio triste, sin destino y amarrado a un débil recuerdo.
Al mirar las fotos antiguas, que congelaron para siempre
sus días de gloria, no puedo más que recordar esa letra de tango que nos dice
que “la vida es sueño y nada más”. Que veinte años (o un siglo) no son nada.
Hay un tango, escrito por Francisco Canaro en 1935, cuya
letra no puedo dejar de citar, ya que resume, mejor que nada (y en la voz del “Polaco” Goyeneche) todo lo antedicho.
Su título: “Casas
Viejas”.
¿Quién vivió,
quién vivió en estas casas de ayer?
¡Viejas casas que el tiempo bronceó!
Patios viejos, color de humedad,
con leyendas de noches de amor...
Platinados de luna los vi
y brillantes con oro de sol...
Y hoy, sumisos, los veo esperar
la sentencia que marca el avión...
Y allá van, sin rencor,
como va al matadero la res
¡sin que nadie le diga un adiós!
quién vivió en estas casas de ayer?
¡Viejas casas que el tiempo bronceó!
Patios viejos, color de humedad,
con leyendas de noches de amor...
Platinados de luna los vi
y brillantes con oro de sol...
Y hoy, sumisos, los veo esperar
la sentencia que marca el avión...
Y allá van, sin rencor,
como va al matadero la res
¡sin que nadie le diga un adiós!
Se van, se van...
Las casas viejas queridas.
demás están...
Han terminado sus vidas.
¡Llegó el motor y su roncar
ordena y hay que salir!
El tiempo cruel con su buril
carcome y hay que morir...
Se van, se van...
¡Llevando a cuestas su cruz!
¡Como las sombras se alejan
y esfuman ante la luz!
El amor...
El amor coronado de luz,
esos patios también conoció
Sus paredes guardaron la fe
y el secreto sagrado de dos.
Las caricias vivieron aquí...
¡Los suspiros cantaron pasión!...
¿Dónde fueron los besos de ayer?
¿Dónde están las palabras de amor?
¿Donde están ella y él?
¡Como todo, pasaron, igual que estas casas
que no han de volver!...
EL HOSPITAL DE LAS PALOMAS DECAPITADAS
Cientos de personas han recorrido subrepticiamente los pabellones
abandonados del Santa María de Punilla,
incluso de noche. Ciertamente, no es lo mismo hacerlo con la luz del sol (antes
curativo) que iluminados por linternas en plena oscuridad. El status ontológico
del edificio cambia cuando baja el sol, al tiempo que cambian también las
percepciones que se tienen de él. Una cosa va junto con la otra. Imposible
separarlas.
Como todo lugar abandonado su aspecto es lúgubre. Ello exacerba la
imaginación. La sugestión se hace presente y muchos empiezan a ver y sentir
cosas que objetivamente no existen. La experiencia previa (asimilada a través
de la literatura y los filmes de terror) generó un estereotipo ya clásico de “sitios terroríficos” y los hospitales
(de tuberculosos y pacientes psiquiátricos en particular) parecen llevarse
todos los laureles. Invito al lector a recordar (o buscar por Internet) las
numerosas películas de terror que están ambientas en instituciones de ese tipo.
El Santa María de Punilla
concentra, pues, los ingredientes necesarios para que el imaginario se
despliegue sin mucho control; difundiéndose, así, rumores sobre supuestos (y
nunca probados) fenómenos paranormales (hoy tan en boga).
Tal como dijimos, un lugar de muerte, enfermedades contagiosas y enajenación,
es ideal para que se desarrollen historias de ese tipo, y son los hoteles y
hospitales los que comparten ciertas condiciones necesarias para convertirse en
usinas de leyendas, propias de la “ghost story” literaria.
Todos los viejos hospitales tienen algo de parecido a los
castillos y fortalezas de épocas pretéritas; edificios que ocuparon un lugar
preponderante en la novelística romántica del siglo XIX y que terminaron
transformándose en los escenarios habituales de tramas en las que espectros y
fantasmas de distinto tipo hacían acto de presencia. Con la emergencia del
cine, en los primeros años del siglo XX, este estereotipo encontró una difusión
aún mayor, prolongándose ésta hasta el día de hoy.
Pero, ¿qué tienen en común estas edificaciones?
A partir de entonces, particularmente después de la Primera y
Segunda Guerra Mundial (más de un siglo después de que se escribiera la novela),
la imagen del científico loco, inmoral, capaz de cometer las atrocidades más
horrendas, se instaló en le imaginario colectivo. La ciencia perdía así la
confianza ciega que los racionalistas optimistas del XVIII le habían tenido y
empezaba a mostrar su lado oscuro, inhumano, inmoral. Así, los hospitales de la
novelística y el cine de terror, transmutaron en “campos de concentración” en
los que doctores desquiciados practicaban operaciones terribles, en especial
con aquellos pacientes más débiles: los locos, los niños y las mujeres, conejillo
de indias en horrendos experimentos.
También la antigüedad concede a estas construcciones cierto prestigio negativo. Los lugares viejos arrastran historias
sospechosas (reales o inventadas) y si están abandonados esas sospechas se ven
respaldadas con la oscuridad, la suciedad y el deterioro, que por sí mismos son
generadores de temores muy profundos, por aludir (directa o indirectamente) a
la muerte. En ellas los vivos y los muertos conviven en un mismo espacio, a
contramano de lo que ocurre hoy en día. Cementerios y morgues manifiestan la
presencia cercana de La Parca sin
eufemismos elegantes.
No es extraño, entonces, que el Santa María de Punilla con sus característica edilicias y el actual
estado de alguno de sus pabellones, se vea conectado a historias
sobrenaturales, muy poco originales y por demás trilladas.
El miedo a la locura también encuentra su canal de expresión a
través de una historia que asegura que en el hospital se siguen practicando
extrañas operaciones esotéricas producto de mentes enajenadas: la decapitación de aves. Muchas personas
han denunciado esa práctica, especialmente por Internet. Palomas, cotorras y
pájaros de distinto tipo aparecerían desperdigados por los pabellones sin sus
cabezas.
De inmediato me viene a la memoria la imagen de Rendfield, ese personaje secundario de
la novela de Bram Stoker, asesinando y comiendo insectos en el manicomio vecino
a la mansión del conde Drácula; o la de Santos
Godino (el petiso orejudo) liquidando
pajaritos y pequeños gatos en el penal de Ushuaia.
No hay duda: un loco matando animalitos mete mucho miedo.
Esa es la imagen que los rumores de pájaros con sus cabezas
tronchadas pretenden difundir.
Y por lo que se ve, con bastante éxito a pesar de los escépticos (entre los que me incluyo).
PALABRAS FINALES
Instrumento de ciencia, espacio de esperanza y de cura, símbolo de
compromiso profesional y más tarde de orgullo nacional, el Hospital Santa María mantiene, con sus 112 años de existencia, una
presencia insoslayable en el valle de Punilla.
Elogiado, temido y olvidado, es hoy un lugar multifuncional, en
parte destruido y en ruinas, que sigue como antaño atrayendo la atención, ya no
de tuberculosos ansiosos por sanarse, sino de buscadores de emociones,
empleados del gobierno provincial, enfermos psiquiátricos y turistas que, por
completo ignorantes de su pasado, desconocen su larga, apasionante y rica
historia.
FJSR
ã Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional de Mar del Plata.
[1] En 1944 con la aparición de la estreptomicina y en 1952 con la
isoniazida, que pusieron fin a la amenaza.
[2] La preocupación por la propagación de la tuberculosis, sostiene el
escritor Norberto Huber (autor del único libro disponible sobre la historia del
hospital), hizo que el gobierno de Córdoba solicitara, tan tempranamente como
en 1831, un informe médico sobre su grado de contagiosidad. En él, el doctor
Francisco Martínez Doblas, descartaba el factor hereditario (mito muy difundido
por entonces) y afirmaba que era el contacto directo (incluso con ropa y/o
utencillos) era el principal responsable
del contagio. En años posteriores, otros galenos de renombre
contribuyeron a solidificar la opinión de Martínez Doblas, como por ejemplo el
doctor Oscar Goerin quien en 1882 asentó la convicción de que el “aire de las sierras” y “la cura de altitud” eran los mejores
métodos para terminar con la tisis. Otros famosos higienistas que trabajaron en
el mismo sentido fueron: el doctor Enrique Tornú (en 1887), el doctor J.M.
Astigueta (en 1889) y el doctor Samuel Gache (en 1894).
Véase: Huber, Norberto, El
Santa María de Ayer… La estación Climatérica y el Hospital Colonia,
Editorial Copiar, Córdoba, 2000.
[3] Durante la administración de Rodríguez, el hospital tenía una
capacidad máxima de 100 internos. En 1915, las ampliaciones y anexos que se
construyeron, permitieron alojar un
total de 1500 personas, atendidas por unos 800 empleados en total. Por otro
lado se añadieron al complejo nuevas construcciones: edificio de
administración, farmacia, lavadero, carpintería, solarium, cocina, despensa,
morgue, usina propia, sala de máquinas, laboratorio, cocheras, lechería,
peluquería, correo y la casa de las Hermanas de la caridad.
[4] Actualmente todo el complejo está dividido en distintos pabellones
con funciones específicas muy variadas. Allí funcionan CEPROCOR (Centro de Excelencia de Productos y Procesos de Córdoba), una
dependencia de Córdoba Turismo, otra
de Córdoba Deportes y finalmente
pabellones dedicados a alojar y tratar a
personas con problemas psiquiátricos.
[5] Igual suerte corrieron otros lugares de la provincia. El más famoso
de todos, conocido por la extrema crueldad que se desplegó en él, estaba
ubicado sobre la ruta 20 y era nombrado como La Perla. Otros, tal vez menos famosos fuera del ámbito regional,
fueron el Cerro Pan de Azúcar (Cosquín), a muy pocos kilómetros del Santa María
o la Casa de la Dirección Hidráulica del dique San Roque).
[6] Véase La Punilla de los desaparecidos en sitio Web: http://www.canal11lacumbre.com.ar/noticias.php?nid=1727
https://www.youtube.com/watch?v=PIQ0TwlAiu4
ResponderBorrarAparentemente la primer esposa de mi abuelo estuvo internada alli hasta que falleció, pero hay una duda, que haya tenido un bebé y fue dado en adopción, el gran secreto que se guardó durante años, cómo saber si esto es verdad, hay registros de nacimientos en el hospital de mujeres con tuberculosis?
ResponderBorrarEn que año habría nacido el bebé...disculpa la pregunta pero también vivos algo asi
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