EL PAITITI
COMBATES POR SU HISTORIA
Por
INTRODUCCIÓN
Hay veces en que es necesario escribir en caliente.
En otras, no tanto.
Pero en esta oportunidad opté por seguir el primero de
los caminos, dejándome llevar por la indignación que me producen ciertos
enfoques que se practican sobre temas a los que he dedicado una buena parte de
mi vida.
Dicen que la tolerancia tiene un límite. En mi caso, ese
límite es la idiotez. La imbecilidad masificada y mil veces divulgada por revistas,
radios, internet y canales de televisión. Claro que tampoco faltan muchas
editoriales que, guiadas por el mero afán de lucro, propagan delirios sin
fundamentos, simulando divulgar “conocimientos comprobados”.
Cualquiera que tenga un amigo librero sabrá que el
negocio de la venta de libros se sostiene, mayormente, vendiendo “novedades” orientadas al
autoconocimiento y la mística marketinera de algunos gurúes de turno, generalmente
con contactos extraterrestres.
Basura.
Lisa y llanamente, basura.
Pero vende. Entretiene.
Y si vende, se la hace circular hasta que la gente
termine creyendo que la basura es sabrosa.
Haga usted la siguiente experiencia: suminístrele de
comer a un grupo de personas excrementos por varios meses y verá que, al final,
estarán consumiendo todos del pote sin darse cuenta, relamiéndose los labios.
Eso ocurre cuando el menú es limitado y se desconoce que
existen otras recetas. Pero hay un problema: muchas de esas “otras” recetas son
difíciles de entender con una mera lectura. Además, la correcta combinación de
los condimentos que se usan en las mismas requieren mucho tiempo de
entrenamiento y paciencia en la cocina. Es más sencillo comer lo que nos dan,
que ponernos a cocinar. Y cuando ello sucede, nadie discute al cocinero; quien
por lo general se presenta a sí mismo como un gran chef, o discípulo de grandes
cocineros del pasado.
De esto quiero hablar en las siguientes líneas. Sobre
estos temas quiero vomitar mi parecer, sin pelos en la lengua. Quiero hablar de
los chantas, embaucadores, delirantes e
inmorales intelectuales que siguen dándole de comer heces a la gente.
¿Mera catarsis?
Es muy probable que sí.
Estoy en mi derecho.
Por otro lado, ¿qué fuerza misteriosa y universal, de
origen alienígena o intraterrestre, me lo puede impedir?
He aquí mi panfleto.
Buenos
Aires, julio de 2012.
MISERIAS
DE UNA PESQUISA
“La ironía es lo único que
me salva de la Iglesia.”
E.M. Cioran
“Cuando oigo a la distancia el sonido de
cascos sobre el terreno, pienso en caballos,
no en unicornios.”
Anónimo
En la temática del Paititi confluyen dos tipos de
búsquedas. Una es incesante. La otra, insensata.
La primera podríamos calificarla como meticulosa y
medida. Apoyada en el análisis crítico de fuentes históricas y una precavida
interpretación de los restos arqueológicos que se van encontrando a lo largo del
tiempo.
La segunda, sustentada en el delirio y la fantasía, que
legiones de “iluminados” difunden en
revistas “especializadas” y miles de
sitios de internet. Son estos “propietarios
de la verdad” los que profetizan la existencia de reinos antediluvianos,
místicas presencias en la selva sudamericana y, como no podía faltar, el
accionar de extraterrestres en el pasado de la humanidad.
“Peregrinos del
misterio”, los llama Jean Pierre Adam. Y no se equivoca. Porque si alguien
es responsable de las tonterías que se leen por todas partes, respecto del
Paititi, son estos “apóstoles de lo
irracional”. Estos “husmeadores de
tesoros” y “visionarios sin lógica”
que, lamentablemente, mezclan todo hasta generar un producto ininteligible,
pero con cierto porte científico y verosímil, que logra convencer a legiones de
“creyentes” que acceden a lo escrito en
las salas de espera, mientras aguardan ser atendidos por el dentista o el
peluquero.
Es lamentable que esto ocurra. Lamentable que la
historia y leyenda del Paititi aparezca mezclada con toda esta porquería.
Porque si queremos desligar el tema (legítimamente interesante) de las
tonterías que proponen los pseudo-sabios de la llamada “arqueo-astronáutica”,
debemos volver a marcar las diferencias (abismales) que existen entre lo que
hemos dado en llamar “Paititólogos”
(incesantes estudiosos y exploradores de la búsqueda de la verdad) y “Paititeros” (insensatos mitómanos,
despreciadores de la ciencia, a la que denominan “oficial” con el ánimo de
resaltar su supuesta inmutabilidad).
Cualquiera que conozca medianamente el tema que nos
convoca (y que, como verá el lector, no desarrollaremos en este artículo) sabe
que en la infatigable búsqueda del Paititi (sea éste una ciudad abandonada,
reino amazónico, cerro o lago, río o un conjunto de restos arquitectónicos de
factura incaica o preinca) se entremezclan teorías, interpretaciones, intereses
y visiones del mundo, algunas muy complejas, contrapuestas y, muchas veces,
contradictorias. De igual forma que hace más de 400 años, cuando los
conquistadores ibéricos se adentraron en la Amazonía en pos de su leyenda,
empuñando “la espada y la cruz”, hoy (a principios del siglo XXI), el celo
personal, la persecución de fama y una mediatizada egolatría, se entreveran con
posturas anticientíficas, espiritualismo New Age, irracionalismo de baja estofa
y un neo-romanticismo que, lejos de desentrañar las cuestiones medulares de la
temática, sólo pretende imponer (e impone) una visión del viaje y de la
exploración más cercana a la metáfora bíblica, de orden teleológico, que a la
objetiva, honesta y seria búsqueda de ruinas en la selva.[1]
En estas condiciones, es muy común que los “paititeros” digan más cosas que las que
pueden decirse, si se respeta cierta cuota de coherencia y prudencia
científica. Pero, para ellos, la especulación desenfrenada es la norma. No
tiene límites. Se vuelve infinita, y son los espacios en blanco que toda
temática posee, los que abren las puertas a las más etílicas suposiciones “a
priori” que, de tanto repetir, se las terminan creyendo (y haciendo creer).
Por todos estos motivos, no es extraño que el mundo
académico (“oficial”, “encubridor” y
“conspirativo”, como todos ya saben) haya, salvo honrosas excepciones,
desatendido el tema Paititi; a no ser que éste sea encarado como un derivado de
la historia del imaginario, de las mentalidades o de la rica perspectiva dada
por los estudios del milenarismo andino.
Y no es para menos.
Cuando se analiza la bibliografía editada que trata la
cuestión, lo primero que llama la atención es que, en un altísimo porcentaje,
no es más que la recopilación de relatos de viajes en los predominan las
descripciones de penurias y peligros protagonizados por sus osados
protagonistas. Los trances difíciles, el exotismo y el misterio, se fagocitan
la mayor parte del material escrito y no es raro que en un libro de 200 o 300
páginas, el tema Paititi (específicamente hablando) no ocupe más que una docena
de carillas. Hace las veces de telón de fondo a una drama casi operístico.
Como bien escribiera Jean Pierre Adam:
“(…) la arqueología seduce a la gran mayoría, pero esa
seducción se centra, de hecho, en algunas imágenes, o más bien en algunos
clisés tales como: la civilización desaparecida, el exotismo, la tumba asociada
al tesoro. Fórmulas que pueden resumirse en una sola: la aventura.”[2]
Es cierto.
En la bibliografía contemporánea del Paititi[3]
la aventura es, justamente, un componente muy importante, axial, y del que hablaremos
más adelante, intentando darle el espacio de dignidad que, sin dudas, se
merece.
De esta producción literaria se nutren los canales de
televisión. Basta con encender la pantalla de plasma del living de casa y
sintonizar Nat-Geo, History Channel, Discovery Channel o Infinito, para
constatar que la “fascinación del
descubrimiento” es la línea rectora que guía la trama de muchísimos de esos
programas de divulgación, convirtiendo la pesquisa en un entramado de ficciones
novelescas, por lo general presentadas por un anfitrión joven, bien parecido,
que viste al estilo Indiana Jones y que hace suyas investigaciones previas,
mientras trepa, salta, nada, se arrastra o navega por escenarios selváticos y
montañosos.
Y tienen rating. Las gente los mira. Son ventanas que
les permiten despegarse de la medianía en la que están inmersos. Rompen con la
monotonía de sus vidas, al menos por 45 minutos. Disfrazan sus regularidades
prefabricadas y sueñan con la existencia de un mundo inacabado en el que
todavía es factible la aventura en el sentido más romántico del término. Un
sentido casi decimonónico.
La verdad sea dicha: nada de eso es reprochable. Todo lo
contrario. Lo que criticamos es el contenido que algunos de esos programas
transmiten. Y es muy difícil competir contra esa parafernalia que nos abruma
con misterios, conspiraciones mundiales en las que se entremezclan “agencias negras” de las grandes potencias,
científicos desalmados y encubridores, el Vaticano (con sus famosos y crípticos
archivos secretos, “que cambiarían la manera
de entender la historia toda”) y, naturalmente, los siempre bienaventurados
seres de otras galaxias que, ya aburridos de sus decadentes planetas, deciden
acercarse al nuestro para construir Paititis
subterráneos, geoglifos en la Pampa Colorada de Nazca, petroglifos en las
cuencas amazónicas, moais en la isla de Pascua, piedras pintadas en Ica, pirámides,
templos megalíticos, computadoras y pilas prehistóricas (sic!), bibliotecas metálicas (re-sic!)
y toda una serie de quimeras más, que sería muy largo de detallar en estas
cortas líneas (tampoco es mi deseo hacerlo).
¿Quiénes son los responsables todo esto?
Muchos.
Pero el que más influencia y alcance tuvo en la década
de 1970 (el pionero, el “Rey Midas
Invertido” por excelencia), fue un hotelero suizo, devenido en
“investigador de enigmas”, llamado Erich von Däniken. A este personaje nefasto
y a otros tantos, es que le debemos la reescritura de la historia humana basada
en tonterías sacadas de cuentos y novelas de ciencia ficción (como así también
de su propia y calenturienta imaginación).[4]
Pero, ¿por qué ocurre esto?
¿Por qué el Paititi ha quedado enredado en medio de este
berenjenal de absurdos?
¿Cuál es el motivo por el cual, libros y artículos
rigurosos (como los publicados por Isabelle Combés, Vera Tyuleneva, Greg
Deyermenjian, Roberto Levillier, Max Tafur, Juan Gil o Fernando Ainsa, entre
otros) quedan eclipsados por un alud de textos esotéricos, carentes del más
mínimo rigor en sus métodos de investigación?
Es que la gente quiere creer. Necesita creer en algo,
máxime cuando los “grandes relatos” de la modernidad parecen haberse venido
abajo (¿señal que ya inauguramos la posmodernidad?)
Siempre es más fácil creer que ponerse a pensar. Y mucho
más sencillo que acceder a trabajos que
requieren de cierto entrenamiento intelectual, vocabulario y conocimientos
previos sobre varios temas (historia, arqueología, sociología, psicología
social, antropología, etcétera).
Además de paciencia.
Por ende, la pereza mental y el desconocimiento, el afán
de misterios y enigmas, el deseo de vivir en carne propia un Expediente-X, son algunas de las causas
que arrastran a miles de personas a consumir fantasías baratas, e incluso a contratar
tours esotéricos que prometen “contactos”, “energías” y “conocimientos
nunca develados al hombre” en el corazón
mismo del Paititi.
Y pagan por ello.
Como ocurre con los modernos (¿posmodernos?) ghosts hunters (cazafantasmas) de la
televisión (que desperdician tiempo y dinero en pos de sombras, ilusiones y
pareidolias[5]), muchos de los escritos
sobre el Paititi no pasan de ser un buen compilado de fotos (algunas de dudoso
origen), poses estereotipadas (que pretenden rescatar la estampa del explorador
victoriano), interpretaciones peregrinas y una enmascarada actitud paternalista
(muy propia de la llamada “misión
civilizadora de occidente”), tal como lo hicieron las novelas del género de
aventura, desde fines del siglo XIX y principios del XX.[6]
En todas las profesiones el diletantismo hace acto de
presencia. Se cuela. Se enmascara. Usurpa títulos y la mayor parte de la veces
con una soberbia inusitada, muy propia de los fanáticos iluminados que no dudan
y viven enmarcados en certezas o “revelaciones” absolutas.
La arqueología, y la historia (curiosamente junto con la
astronomía) son las disciplinas que cuentan con el mayor número de “colaboradores aficionados”, “científicos de fin de semana” que,
ignorantes de los estados de la cuestión en muchos de los temas que tratan, se
dejan arrastrar por sus propias conjeturas delirantes (retroalimentadas con las
de otros delirantes), recreando un universo mágico más propio de García Márquez
que de un investigador social.
Las esotéricas y alambicadas conexiones que inventan no
serían un problema (si uno quiere destornillarse de la risa ante tanta pavada)
si no fuera porque arrastran al error a millones de lectores; quienes terminan
creyendo que los verdaderos historiadores o arqueólogos dedican sus vidas a
indagar sobre la influencia de los venusinos en la tribu de los dogones, la
ayuda tecnológica de enanitos verdes en la construcción de Machupijchu o la
colaboración de seres intraterrestres en la organización social del Paititi
amazónico.
Por supuesto que hay excepciones. Y muy honrosas. No
podemos negar que algunas personas, ajenas al quehacer profesional de las
disciplinas antes nombradas, han realizado enormes aportes al avance del
conocimiento. Investigadores honestos (especialmente con ellos mismos) que han
dejado de lado los dogmas conspirativos y encaminaron sus pasos por las sendas del
rigor que nos dan los métodos científicos de investigación (y el mero sentido
común).
Pero son los menos.
Lamentablemente, “los
otros” (los charlatanes) han captado numerosos medios de comunicación. Llegan más. Venden más. Desinforman
mejor. Han venido, con sus amigos extraterrestres, a explicar lo inexplicable.
Alguien, en una oportunidad, y frente a mis críticas
sobre el tema, me dijo con cierto aire de ironía. “¡Ja…, no sabía que en este tema había dos bandos!”.
Y sí, querido amigo. Siempre hay, por lo menos, dos
bandos.
Claro que, a la hora de elegir, tu trinchera no será
nunca la mía.
Ni la de muchos otros.
EXPLORADORES,
COMPETENCIA Y AVENTURA
“Ocurre que las cosas se mistifican
y después se descubre que detrás del mito
hay una vulgaridad, un tipo en camiseta”.
Alberto
Breccia
La Aventura en América, p. 73
“La narrativa aventurera nace con el
romanticismo,
con su repudio a las exigencias sociales que
coartaban
la libertad del individuo, con su exaltación
de la antigüedad
y las zonas remotas, el culto al heroísmo,
de las inmensidades
oceánicas y la fascinación experimentada por
los ámbitos exóticos”.
Germán Cáceres
La
Aventura en América, p.
14.
El Paititi tiene mil caras. Es camaleónico. Muta con el
tiempo. Cambia según el lugar desde donde se lo mire. Se metamorfosea con sus buscadores. Se esconde, se regenera y, como
“El Dorado Fantasma”, vuelve
aparecer. Se materializa en mil ruinas. Se vuelve piedra, aquí y allá. Y al
segundo se esfuma de nuevo, estimulando con más fuerza su búsqueda. Una
búsqueda en la que, como dice la vieja canción infantil “Al Don Pirulero”, “cada cual
atiende su juego”. De manera por demás celosa.
Es que casi siempre, detrás de toda búsqueda en la que
participan grupos o muchas personas, se anuncia una competencia, por momentos
feroz. Una verdadera “guerra de egos” y vanidades disimuladas, en la que todos
quieren y reclaman al Paititi para sí, creyendo que sus argumentos y
explicaciones son únicos e irrebatibles.[7]
Estamos, pues, frente a una carrera en la que el individualismo extremo
habilita, incluso, actividades deshonestas, como la obtención indebida de la
información (plagio), falsas acusaciones de huaquerismo (para quitarse del
medio al competidor peligroso) o la lisa y llana amenaza de violencia. Hay
historias para todos los gustos. Podrían escribirse docenas de novelas al
respecto.
Pero no es una dato menor que el Paititi despierte
semejantes sentimientos y actitudes. En el fondo lo que se dirime es la obtención
“del bronce”, la fama, el
reconocimiento y la fortuna (especialmente en aquellos que siguen creyendo que
Paititi es una ciudad de oro).[8]
De todos modos, por el momento, cada una de esas cosas son otorgadas
esporádicamente por publicaciones periodísticas de corto aliento, o grandes blogs de internet, a través de
los cuales se auto-ensalzan las dotes
físicas e intelectuales del explorador-titular
de turno.
En esta galería de tan singulares personajes, los hay de
todo tipo. Están los “exploradores físicos”, que transpiran y gastan sus
huesos recorriendo senderos por selvas y cerros, y los “exploradores de escritorio”, que analizan, critican o procesan el
esfuerzo de los anteriores, sin cambiarse la camisa. Junto a ellos (y
confundiendo los roles) toman forma otros exploradores: los que salen (o no) en
pos de “verdades a priori” (y siempre
creen descubrir lo que buscan), o los que se calzan las botas para verificar
cuánto hay de realidad o de fantasía detrás del tema. Tampoco faltan los “dotados”, los médiums, aquellos que “canalizan” mensajes misteriosos
procedentes de “mentes superiores”
(que, como el lector deducirá, no son las suyas). Sin olvidar, por supuesto, a
los modernos Sherlock Holmes para los
cuales no existen enigmas que no puedan ser revelados a través de sus
rebuscadas relaciones y cálculos. Verdaderos Columbos[9],
capaces de solucionar los más intrincados secretos, descubriendo por todas
partes antiguos mapas pétreos que conducen al Paititi, traduciendo lenguajes
olvidados o interpretando inequívocamente pictogramas que marcan (en algunos
casos con llamitas pintadas) el tan mentado camino. Puras especulaciones más o
menos verosímiles, pero imposibles de ser confirmadas.[10]
Como puede verse, la búsqueda del Paititi es
laberíntica. Repleta de senderos que parecen no conducir a ningún lado. De
meandros que confunden. De huellas imaginarias que acentúan su misterio.
Porque, a fuer de ser sinceros, hay
tantos Paititis como buscadores. El de la leyenda no es algo concreto ni
objetivo. Es una elaboración mental. Una metáfora de los sueños de grandeza que
muchos llevan dentro y que, en contacto con la selva, parecerían materializarse
y volverse posibles.
Cada participante, en esta carrera, cree tener el mapa
adecuado, la crónica colonial más reveladora o el testimonio oral clave que lo
conducirá a la meta. Y en este amasijo de nombres propios, lugares y dichos,
pocas cosas son claras. La cartografía se vuelve ominosa, críptica, subjetiva.
Las esperanzas y rumores se hacen mapas
y las toponimias, rebuscadas y exóticas. Aún así, explotando esos misterios es
como muchos consiguen apoyo financiero e institucional para seguir con la
pesquisa.
Pero salir en búsqueda de lo que muchos creen es una
ciudad incaica en plena selva, siempre implica algo más que encontrarla. En el
fondo del asunto lo que se teje también es una trama de anhelos personales que
mucho tiene que ver con la personalidad e imagen que el explorador posee, o
pretende que los demás tengan de él.
Mostrarse distinto al resto. Recorrer territorios que
muy pocos transitan y convertir al viaje
en algo diferente del turismo aburguesado de nuestros días, es una manera de
exaltar el valor de la aventura (rasgo que se repite una y mil veces en
muchísimos libros sobre el Paititi). El explorador/protagonista satisface su
ego saliéndose de los caminos normales, siguiendo itinerarios “anormales”, no
establecidos, ajenos a toda seguridad, conjurando el peligro abriéndose paso
por selvas lejanas y, al mismo tiempo, demostrando lo macho y valiente que es.[11]
Es la contrafigura del viajero. Nada más lejano a éste, naturalmente ligado a
lo seguro y lo previsible. Quien sale en pos del Paititi exalta la moral del
esfuerzo, la acción física (muchas veces por encima de la intelectual) y el
riesgo individual. Tiene mucho del héroe clásico (de Odiseo), quien,
separándose de su medio original (generalmente una gran ciudad) encara una
verdadera prueba de iniciación en pos de conocimiento. Porque en el fondo se
trata de ello.
Los buscadores del Paititi (en especial los que hemos
dado en llamar “exploradores físicos”) son los catalizadores de una
serie de ideas que quedan asociadas así con la “gran aventura del Paititi”:
¨ Alteridad
¨ Extrañeza
¨ Ruptura con todo marco de referencia
¨ Accidentalidad
¨ Oportunidad/apertura
¨ Desafío
¨ Peligros
¨ Incertidumbre
¨ Indeterminación
¨ Ambigüedad
¨ Azar
¨ Vivencias “fuertes”
¨ Confianza extrema
¨ Miedo y deseo
¨ Pasión
¨ Libertad plena
¨ Vulnerabilidad
¨ Muerte
Pero la aventura también se relaciona (como hemos visto)
con:
¨ Codicia
¨ Huaquerismo
¨ Gloria personal
¨ Delirios
¨ Alucinaciones
¨ Espectáculo
¨ Espectacularidad
Las huellas que han dejado los exploradores del Paititi
en decenas de libros, profundas y con ánimo de ser perennes, no son más que las
improntas de su propia cultura y muchas veces el deseo de trascendencia que se
persigue con cualquier descubrimiento. Hay en algunos de ellos un sentimiento
de vanidosa superioridad, que se trasunta en sus textos y fotografías. Como
bien dijo Blaise Pascal (1623-1662): “La
curiosidad no es más que vanidad. La más de las veces sólo se quiere saber para
hablar de ello; de lo contrario no viajaríamos para no decir una palabra al
respecto y por el mero placer de ver, sin esperanza de comunicar jamás nada de
lo visto”.[12]
Ver, mostrar y mostrarse.
He aquí una cuestión importante y redundante en el universo de los
exploradores.
Desde los días de la colonización griega del
Mediterráneo el sentido de la vista mantuvo un sitial de privilegio a la hora
de certificar la condición de realidad de algo. “Ver con los propios ojos”, “mostrarse
junto al objeto del deseo”, pasó a ser el modo predilecto de conocer. Y lo sigue siendo, especialmente
en el competitivo circuito de los buscadores del Paititi.
Pero hay que reconocer que, muchas veces, no basta con
ver o mostrar.
Muchas veces la foto, el testimonio, la confianza del
testigo, es puesta en duda. Entonces es cuando estalla la discusión y la
pulseada por imponer al otro la mayor cantidad de experiencias visuales que, en
directo, se han tenido, ocupan el ring
side.
Así todo, “mirar
en directo” algo no es una prueba irrefutable de estar en lo cierto. Las
malas interpretaciones, las tendenciosas, las delirantes, no faltan en el campo
del Paititi. Cualquiera que tenga acceso a los diarios habrá notado que,
periódicamente, los medios anuncian, con bombos y platillos, el descubrimiento
de nuestra elusiva “ciudad”(?). Pero la mayor parte de las veces, la noticia no se sostiene. Pasa al olvido fácilmente y es desechada casi por
completo. “El increíble descubrimiento”
publicitado no es más que una bomba de humo y las pruebas concretas de
semejante hallazgo suelen ser fotos de mala calidad o informes deficientes que
muy poco aportan al conocimiento general del tema. Tampoco han faltado los
fraudes o los errores de interpretación. Pero nada de eso es óbice para que el explorador
estrella de turno tenga su cuarto de hora
en radio y televisión (en programas “especializados
en todo”, que buscan el sensacionalismo que suele encontrarse en la
películas de aventuras).
El impacto de Machupijchu en el imaginario de los
exploradores contemporáneos fue enorme. Todos soñaron con descubrir una
ciudadela como esa y proyectaron sus deseos en cada nuevo sitio arqueológico
que se les cruzaba en el camino. Cualquier aglomeración de piedras,
medianamente regular, se transformaba en el Paititi de lo sueños, sin importar
si esa “manifestación arquitectónica” era natural o artificial, inca o
pre-inca. En más de una oportunidad los portales de internet estallan con
rimbombantes descubrimientos que, a la postre, no resultan ser ni rimbombantes
ni nada. Pero a mucha gente eso no le importa. Lo que se destaca es únicamente
ese instante de fama efímera, la cual, alimentada por una dosis de exacerbado
romanticismo y algunas fotos descontextualizadas, los posicionan como
“aventureros y descubridores de ciudades perdidas”. Entonces, de inmediato,
sobreviene el tradicional relato de las experiencias vividas, la exageración
del peligro, el culto a los inconvenientes, el regodeo en torno al infortunio y
la incomodidad. Tampoco faltan las constantes referencias a las alimañas de la
selva (en especial insectos y serpientes, todo un clásico), las descripciones de la geografía trabada, difícil y
amenazante y el intransferible valor de la experiencia directa que busca la
admiración y la sorpresa del oyente (una especie de actualización de lo que
llamo el “Síndrome Star Trek”: “Ir, audazmente, hasta donde ningún hombre ha
llegado jamás”).
Asimismo existe una forma convencional de teatralizar la
búsqueda/descubrimiento de misteriosas ruinas; y parte de esa teatralización se
materializa (como en toda buena “puesta en escena”) a través de la indumentaria
del investigador estrella.
No basta con ser un explorador. Hay que parecerlo.
Para ello se debe seguir la tradición impuesta por la
literatura y los grabados del siglo XIX que, algo más tarde, Hollywood
universalizó.
Ningún explorador que se digne de serlo puede carecer de
sombrero. En lo posible bien estrafalario (casi rozando el ridículo); de copa
alta y ala bien ancha, preferiblemente. El sombrero es casi su símbolo de
poder, de igual modo que el chaleco repleto de bolsillos o el rostro adusto,
seco, “comprometido”, de aquel que está más allá de los simples mortales.
Interesantes son los contrastes que se marcan con sus guías locales, vestidos
de paisanos y sin la estrambótica parafernalia mamada del cine de aventuras.
Pero todo eso es insuficiente a la hora de certificar el
verdadero significado de un descubrimiento.
Sin excavaciones arqueológicas exhaustivas o estudios de
campo detallado nadie puede, a priori, afirmar nada (por más pinta de
explorador que tenga). Aunque comúnmente es lo se hace, fuera de los ámbitos de
la academia.
Estamos acostumbrados a las “sentencias papales” de aventureros mediáticos que señalan en voz
alta: “Vayan ustedes a comprobarlo y verán”.
No resulta tan
sencillo, Sherlock. Quien debería haber hecho bien el trabajo para evitar cualquier duda,
eres tú.
De cualquier manera, hay profesionales serios que toman el guante y se lanzan a la selva
para comprobar la relevancia de esos “descubrimientos
mediáticos”. Greg Deyermenjian es uno de ellos; y a lo largo de los últimos
25 años ha desenmascarado más de un “maravilloso
descubrimiento del Paititi” y refutado otros tantos delirios interpretativos.
Cabe entonces preguntarnos, qué rol cumplen los embustes en el universo de la exploración.
Jonathan Swift solía decir que la mentira tiene una
larga tradición en los libros de viajes.
Marco Polo fantaseó con leones donde nunca los hubo; el
príncipe Alí Bey, no era ni príncipe ni musulmán y Stanley era tan compulsivo
con la mentira que hasta la usaba en sus diarios íntimos.[13]
Ni qué hablar de Percival H. Fawcett, un verdadero maestro en estas lides.[14]
El género literario inaugurado por los exploradores
(como el mundo de los fanáticos de la pesca) está plagado de exageraciones y
embustes. Claro que muchas de esas mentiras podrían ser analizados como
piadosas técnicas para captar la atención del lector. Y seríamos indulgentes
con esos texto, siempre y cuando no se pretenda estar haciendo ciencia.[15]
Mentiras, errores, exageraciones, fantasías, delirios,
charlatanes, pseudo-especialistas, iluminados, “contactados”, falsos investigadores, crédulos, “voces autorizadas”, divulgadores de lo
extraño, ufólogos, “chantas”,
newagers, “adoradores del rey Midas
invertido”, arqueómanos, radiestesistas, telépatas, ocultistas, buscadores
de Grandes Ancianos, atlantómanos,
rabdomantes, piramidólogos, cropófilos…
¡Cuán difícil resulta el camino hacia el
Paititi cuando la guía es deficiente!
PALABRAS
FINALES
“El historiador tiene que solucionar sus
problemas sin recurrir a ningún deux ex
machina. La historia es un juego que, por
así decirlo, se juega sin comodín en la
baraja”.
E. H. Carr
¿Qué es la historia? Pág. 101.
“Incluso cuando se aleja de la religión el
hombre
permanece sujeto a ella: su necesidad de
ficción,
de mitología, triunfa sobre la evidencia y
el ridículo”.
E.M. Cioran
Adiós
a la Filosofía, Pág. 7
“La farsa vestida de seda (científica),
farsa
se queda”.
Ricardo Campo
Los Ovnis ¡Vaya timo!, Pág. 61
Como bien dijo José Pablo Feinmann, “El pensamiento es la lucha de las interpretaciones. Las
verdades colisionan. No hay verdades inocentes. Las verdades representan
intereses. La verdad es la cristalización de la interpretación. El hecho es
mudo. No dice nada o dice apenas lo elemental. Es el mero punto de partida. Ahí
empieza la tarea que llamamos hermenéutica. Ahí empieza la lucha de las interpretaciones”.[16]
Y de eso se trata, de luchar. De combatir contra un
ejército numerosísimo de delirantes que copan plazas (o nichos intelectuales,
si lo prefieren) muy dignos de estudio, serio y sistemático. Un ejército de
charlatanes que, sin siquiera “hechos”, se lanzan al divague más fantasioso que
uno pueda imaginar.[17]
Por eso, la búsqueda de las verdades parciales (todas lo son de alguna manera) es el
producto de una batalla que, lamentablemente en el tema Paititi, por momentos
siento que los paititólogos van
perdiendo frente a la divulgación masiva de razonamientos incorrectos, los
deseos autocumplidas de paititeros y
una morbosa curiosidad por lo misterioso
y extraño. Todo esto sazonado, por supuesto, con una importante dosis de
ignorancia.
Como dice una
canción de Joan Manuel Serrat, “con estos
tipos tengo algo personal”. Y el motivo es más que claro: han podrido con
sus paparruchadas ya varias áreas (muy dignas) de la historia y del quehacer
arqueológico. A Egipto, con sus pirámides extraterrestres y maldiciones
postmortem; a la isla de Pascua, con sus moais voladores y escultores gigantes;
a Tiahuanaco, con su influencia atlante…
Y ahora, desde hace un tiempo, vienen por el Paititi.
¿Qué hacer frente a este embate? ¿Ignorarlos?
¿Enfrentarlos? ¿Rebatirlos?
Creo que lo mejor es una combinación de todas esas
cosas. Sería inútil “gastar pólvora en
chimangos” ante cada imbecilidad que propagan. Aunque, de tanto en tanto, y
cuando la paciencia se ve colmada, puede resultar divertido “atacarlos”[18]
haciendo lo que todo verdadero estudioso debe hacer: refutar sus conclusiones
exigiéndoles pruebas, revelando su fraudes, inconsistencias e, incluso,
falsedades.
La historia y la arqueología se han pasado la vida
haciendo eso dentro de su ámbito (contrastando ideas, discutiendo hipótesis,
criticando documentos y el propio trabajo de sus miembros). Contrariamente a lo
que los “diabólicos” creen (o dicen creer), las ciencias discuten todo. Nada de
eso hacen ellos, que retroalimentan sus juicios a priori y fantasías, haciendo
más y más grande la bola de nieve del delirio.
¿Qué hay detrás del Paititi?
¿Seres de otros planetas? ¿Entidades intraterrestres?
¿Atlántes? ¿Difusionismo neo-nazi? ¿Vikingos en la Amazonía? ¿Hermanos
Superiores? ¿Espíritu o númenes de la New Age? ¿Sabios Ancianos, constructores
de petroglifos enigmáticos? ¿Misteriosas civilizaciones desaparecidas hace
millones (re-sic!) de años? ¿Una
ciudad de oro, como creyeron algunos conquistadores? ¿Un refugio de incas
residuales (¡aún vivos!) en plena selva?...
Nada de todo eso.
Detrás del Paititi lo que hay un debate histórico y
arqueológico, fundado en documentos y restos arqueológicos concretos,
estudiados por verdaderos historiadores, arqueólogos, antropólogos, lingüistas
y exploradores sinceros sin ambición de fama; personas serias y honestas que,
como decía Edward Carr, “juegan sin comodines
(esotéricos) en la baraja”.
Es muy posible que se me acuse de tener una mente
cerrada.
Rechazo la acusación. Soy una persona con la mente
abierta, aunque no tanto como para que se me caiga el cerebro.
Fernando
Jorge Soto Roland
Profesor
en Historia
Û Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional de Mar del Plata.
[2] Adam, Jean Pierre, Recomponiendo
el Pasado. Crónicas de arqueología fantasiosa, Editorial Losada, Buenos
Aires, 1988, Pág. 15.
[3] No me animo a decir historiografía
para no darle entidad a ciertos textos que deberían estar en el estante de “literatura infantil” de alguna delirante
hermandad esotérica.
[4] Si tuviéramos que armar un seleccionado de “diabólicos” (como los llama con ironía Umberto Eco en El Péndulo de Foucault), éste estaría
formado por los siguientes tergiversadores: Robert Charroux, Jacques Bergier,
Louis Pauwels, Charles Berlitz, Erich von Däniken (obvio!), W. Raymond Drake,
Fabio Zerpa, J.J. Benítez, Remu
Chauvin,J acques de Mahieu, Sixto Paz Wells, Martin Grove, el misterioso
Brother Philip (autor de un bodrio titulado El
secreto de los Andes), Ricardo González y todo un ejército de “contactados”
que han conocido un Paititi espiritual gracias a sus actitudes “open mind”
y aptitudes energéticas calificadas debidamente por los Hermanos Superiores.
(Nota: ¿alguien en sus cabales puede creerse semejante infantilismo?)
[5] “Las pareidolias ocurren en una
proporción importante de la gente normal. Su aparición es más frecuente en los
niños que en los adultos. Consisten en imágenes creadas por nuestra imaginación
trabajando sobre elementos de la realidad, en cierto modo amorfos o imperfectos”.
[7] Dejo de lado las afiebradas e insustanciales “teorías” (sic)
esotéricas.
[8] Como se verá nada demasiado diferente a lo que perseguían los
conquistadores de los siglos XVI y XVII,.
[9] Detective muy famoso de la televisión de los años ’70,
protagonizado por Peter Falk.
[10]
Inserto aquí, una vez más, una frase del siglo XVIII que siempre me ha
resultado reveladora y sintética de muchas cosas: “El decir de las estrellas es un muy cierto decir, porque ninguno ha de
ir a preguntárselo a ellas”.
[11]
Hay que aclarar que en las documentales que dan por televisión esta aventura de
la que hablamos está edulcorada, editada. Es falsa en sí misma. Es sólo un
espectáculo de Hollywood más.
[12] Véase: Hartog, Francois, Memoria
de Ulises. Relatos sobre la frontera en la antigua Grecia, FCE, Argentina,
1999, cap. I.
[13] Véase: Ovejero, José, “Viajeros
embusteros” en Oferta de Viajes, mayo/junio 2004, ediciones Ecuador, pág.
52.
[16] Feinmann, José Pablo, Peronismo,
tomo I, Editorial Planeta, Bs As, pp. 65-66.
[17] Perdón. Un error he cometido: difícilmente alguien medianamente
cuerdo pueda imaginar las tonteras que dicen.
[18] Recuerde el lector que ellos son “víctimas” perseguidas por la
ciencia “oficial”.
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