Machupijchu
La “no tan perdida” ciudadela incaica del Urubamba Por Fernando J. Soto Roland Profesor en Historia Director de la Expedición Vilcabamba 1998 |
Dedicado a la memoria del
Doctor
Manuel Chávez Ballón, maestro y amigo. |
Quizás para un país como el nuestro, que se ha vanagloriado de
destruir sistemáticamente las bases documentales de su historia, pueda resultar
un tanto extraño que otras naciones atesoren celosamente no sólo sus monumentos,
sino ingentes toneladas de papeles, ésos que conservan el devenir cultural,
político y económico de sus respectivos pueblos.
Se podrían señalar varias de esos países: España, con su monumental
Archivo de Indias, y el Perú, con sus ricos archivos documentales de Lima y
Cusco (por citar sólo algunos). Nosotros, en esta ocasión, centraremos la
atención en los últimos a fin de encarar la temática que nos convoca: la
ciudadela incaica de Machupijchu.
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Desde que fue descubierta por el profesor Hiram Bingham, el 24 de
julio de 1911, la ciudadela de Machupijchu ha sido el centro de un
sinnúmero de discusiones académicas y no académicas, que dieron por fruto
montañas de artículos y libros en los que se intentaba desentrañar sus tan
comerciales misterios. En torno a ella nacieron cientos de hipótesis
sumamente románticas, algunas dando a cuentagotas datos verificables
arqueológica e históricamente; otras, encabalgándose en falsos misticismos,
derivaron en verdaderos delirios etílicos sin fundamento material o teórico
alguno. Aunque, en muchos casos, todo eso puede llegar a comprenderse. El
contexto natural en el que Machupijchu se levanta hace volar la imaginación,
impacta y sobrecoge. De ahí que el relato fantástico destrone a los fríos datos
que la arqueología o la etnohistoria pueden darnos.
Pero si pretendemos arrimarnos a la verdad, tendremos que
desromantizar esa bellísima obra arquitectónica y urbanística del
incario, interpretando y descubriéndola a través de los datos que nos brinda la
historia y las Ciencias Sociales.
Como no siempre es conveniente seguir repitiendo más de lo mismo,
suele ocurrir que las investigaciones se estanquen. Multiples motivos se
convocan para que ello acontezca: falta de subsidios, crisis económicas o
inexistencia de nueva documentación (por lo general lo último es consecuencia de
lo primero). Esto parece haber ocurrido con Machupijchu durante algún tiempo.
Pero desde la década de 1980, y muy especialmente en los años ’90, los
arqueólogos con sus excavaciones y los historiadores que indagaron en el Archivo
Departamental del Cusco (ADC), han desempolvado nuevos datos que revitalizan la
temática referida a Machupijchu. Datos que permiten confirmar viejas hipótesis,
destruir otras y completar algunos importantes espacios en blanco que la
historia general de los incas aún tiene.
Muchas respuestas tentativas encuentran hoy sus pruebas
documentales, y la “Ciudad Perdida de los Incas” —como la denominó
Bingham, su descubridor oficial— parecerían despojarse de la bruma que
las cubrió durante más de ochenta años.
A lo largo de mucho tiempo, los investigadores han venido afirmando
que los cronistas españoles, de los siglos XVI y XVII, no citaron en sus
escritos a Machupijchu. Ninguna Crónica hace referencia a ese emplazamiento inca
del valle del Urubamba, al menos con el nombre con que lo conocemos hoy. A raíz
de eso, se ha llegado a decir que Machupijchu no sólo fue desconocida por los
conquistadores españoles, sino que incluso los propios incas ignoraban su
existencia.
Algunos hablaron de un ignoto imperio megalítico preincaico perdido
en la selva; otros no dudaron en adjudicarle a las ruinas la gloriosa condición
de cuna o lugar de origen de la civilización quechua; finalmente, los más
audaces —y son legión— han querido ver a Machupijchu como la prueba irrevocable
de la presencia de ociosas entidades extraterrestres (o intraterrestres, según
las modas).
Hoy sabemos que nada de todo eso es cierto.
Las crónica españolas no constituyen las únicas fuentes de
información con que contamos. Otros documentos, menos apasionados y
tendenciosos, contribuyen en mayor medida a reflejar el mundo prehispánico y
colonial de los Andes. Son ellos —áridos, pero mucho más objetivos— los que
confirman que Machupijchu fue conocida, y muy probablemente visitada, no sólo
por caballeros marginales españoles, sino por los incas de Vilcabamba (aquellos
que, encolumnados detrás de Manco Inca, se internaron en la selva peruana para
resistir durante casi cuarenta años la invasión europea[1]). Estos documentos del siglo XVI
contienen referencias al sitio que Bingham redescubrió a principios de siglo,
bajo el nombre de Pijchu o Picchu.
El texto clave es una relación escrita por un tal Diego Rodríguez
de Figueroa en 1565.
Este arrojado español, que tuvo por misión recorrer la región
selvática de Vilcabamba en pos de tratativas diplomáticas con los incas
rebeldes, escribió, el 6 de mayo de 1565, lo siguiente:
“Esta noche
dormí al pie de un cerro nevado, en un pueblo despoblado llamado Condormarca,
donde había un puente en tiempo antiguo que pasaba por el río de Vitcos [actual río Vilcabamba] para ir a Tambo [actual Ollantaytambo], a Sapamarca y a
Picchu, que está en tierra de paz”.
John Rowe —historiador y arqueólogo norteamericano,
maestro de grandes cuzqueñistas contemporáneos— aclaró, en un artículo publicado
en 1990, que “si bien Bingham citó la relación de Rodríguez de Figueroa,
transcribió sólo porciones de la misma, puesto que la referencia a Pichu
habría tirado por tierra la hipótesis que él sostenía: de que Machupijchu y
Vilcabamba “La Vieja” (la última capital de los incas rebeldes) constituían lo
mismo”.
¿Error? ¿Deshonestidad intelectual del explorador
americano? Quién sabe... Lo cierto es que si pudiéramos observar un mapa de la
región, la referencia de Pichu
coincide con la localización de las actuales ruinas de Machupijchu , sobre la
margen izquierda del río Urubamba, a 112 Km. del Cusco (o Qosqo).
Otros documentos confirman lo dicho por Rodríguez de
Figueroa. Por ejemplo una Provisión del Conde de Nieva, de 1562, en la que el pueblo de Pijchu aparece formando parte de un repartimiento de
tierras, encomendadas primero a Hernando Pizarro y luego a un Arias
Maldonado.
Pero quizás el descubrimiento documental más
importante sea el realizado en el Archivo Departamental del Cusco (ADC), durante
el año 1983, por los historiadores Luis Miguel Glave y María Isabel Remy. Los
manuscritos en cuestión son cuatro copias y un original de 1568
—correspondientes a los frailes agustinos del Cusco— en donde aparece una lista
de terrenos cultivados por los incas del valle del Urubamba, después de la
conquista española, indicando que dicho valle había sido controlado y anexado
por el noveno inca cusqueño, Pachacuti Inca Yupanqui
(1437-1471).
En uno de esos expedientes podemos leer que
“[...] un poco más arriba de Pumachaca, el cacique de Pijchu
cultivaba coca”. Esa coca era pagada en tributo a los españoles, ya
que según los manuscritos: “Correspondió a los indios de Pijchu la
cantidad de 105 cestos de coca cada año [...]”.
Por su parte, otro historiador peruano, José Tamayo
Herrera, ha dado a conocer una vieja escritura del 8 de agosto de 1776 en la que
se establece que “una tal Doña Manuela Almirón Villegas vendía a los
señores Pedro y Antonio Ochoa, en la suma de $ 350, los lugares de
Pijchu, Machupijchu y Huaynapijchu. A su vez, en 1782,
éstos volvieron a vender dichas tierras en $ 450 al corregidor español del valle
de Urubamba” [Tamayo Herrera, Historia General
del Qosqo, 1992].
¿Qué nos prueban estos
documentos?
En primer lugar que el valle del Urubamba no estuvo
por completo despoblado, como algunos historiadores afirman.
En segundo lugar, que Machupijchu (Pijchu) fue conocido por los aborígenes del siglo XVI y por
encomenderos, regidores, terratenientes y caballeros de fortuna de origen español.
En tercer término, que su
posible fundador y propietario fue Pachacuti Inca Yupanqui[2].
Y en cuarto lugar, que la ruta alternativa hacia la
zona refugio de Vilcabamba (durante los años 1536 a 1572), por ser más poblada,
de fácil acceso y menos abrupta que la del Urubamba —y que fuera seguida tanto
por Manco Inca como por los españoles, durante el siglo XVI) fue descubierta
mucho después de la construcción de Machupijchu. Estos últimos factores fueron
los que ayudaron a que la región del Urubamba quedara fuera de las rutas
militares habituales y perdurara, tras el alzamiento de los incas rebeldes,
dentro del territorio controlado por los peninsulares (“tierras de
paz”, en contraste con las “tierras de
guerra” bajo el control de los últimos
soberanos cusqueños ocultos en Vilcabamba).
Recién en los años 1898-1911, con la apertura de la
ruta de unía a Cusco con la ciudad de Quillabamba, el valle del río Urubamba
empezó a recibir fluidamente visitantes. Entre ellos, Hiram Bingham.
En sus trabajos de más de diez años en Machupijchu, el
doctor Manuel Chávez Ballón (la máxima autoridad en la materia) propuso una
fecha estimativa para la construcción de la ciudadela. Ella oscilaría entre el
1450 y 1470 d.C.; es decir, durante el pleno apogeo del gobierno de
Pachacuti.
Los manuscritos que hemos nombrado, y las últimas
dataciones de restos humanos encontrados en las ruinas, así como el estilo
imperial inca de sus palacios y templos, confirman esas fechas.
Fernando J. Soto
Roland
Profesor en
Historia
NOTA: Deseo
hacer público mi reconocido agradecimiento
al Dr. Manuel Chávez Ballón por su ayuda, documentación y comentarios,
que facilitaron la redacción de este artículo.
BIBLIOGRAFÍA
Y DOCUMENTACIÓN:
Angles
Vargas, Víctor, Machupijchu y sus enigmas, Cusco, 1984.
Chávez
Ballón, Manuel, Machupicchu un sitio para investigar, Cusco, 1993.
Espinoza Soriano, Los Incas: Economía y Estado, Lima, 1990.
Rostwrowski, María, Ensayos de Historia Andina, Lima, 1993.
Rowe,
John, Machupijchu a la luz de los documentos del siglo XVI, Cusco, 1990.
Tamayo Herrera, J.,
Historia General del Qosqo, Lima,
1992.
Referencias.
[1] Véase del autor Expedición a
Vilcabamba, Romanticismo, Ciencia y Aventura, Editorial www.librosenred.com
[2] NOTA: Hoy se sabe que los monarcas
incas tuvieron haciendas particulares o
privadas.
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Profesor Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata
Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata
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