El Gran Hotel
Viena en la literatura de ficción
Por Fernando Jorge Soto Roland Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata |
A pesar de tener todo
para ser el protagonista o escenario principal de una novela, la literatura de
ficción ha olvidado —hasta la fecha— al Gran
Hotel Viena.[1]
Ya sea por
desconocimiento o temor a la ofendida opinión pública del pueblo que acoge sus
ruinas[2], nadie ha relacionado explícitamente
al Gran Hotel con alguna trama
literaria, ya sea de terror, amor o espionaje.
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El Gran Hotel Viena es en las páginas
de Gusmán un mero satélite del Eden Hotel, utilizado para resaltar el señorío
aristocrático y capacidad de resistencia del emprendiendo faldense.[4] El de Miramar no es más que un
paisaje. Una nota curiosa, romántica y a la vez trágica dentro de una novela que
—entre otras cosas— pretende exaltar las contradicciones y recuerdos de un
hombre enamorado y su mutable pasión a lo largo de toda una
vida.
Así todo, sin ser identificado ni nombrado de modo directo, el Gran
Hotel Viena juega un rol algo más importante en otra obra de ficción en la que
se mezclan claramente realidad y fantasía. Estoy haciendo referencia a la
“novela histórica” de Leandro Barredo, Oro.
Plomo y Pasiones[5], una entretenida sucesión de
aventuras que explota la persistente mitología referida al oro nazi, los
desembarcos de jerarcas del Eje en las costas argentinas y el deambular de
decenas de submarinos alemanes en el mar territorial de nuestro país, tras la
finalización de la Segunda Guerra Mundial. Una tradición infundada y delirante
en más de un sentido, desarrollada y vendida por periodistas abocados a la “caza de criminales de guerra” y los
suculentos dividendos que estos temas siguen dando a quienes fantasean con
ellos.[6]
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Los nazis siguen vendiendo bien. Encarnan el Mal por antonomasia y
todo buen héroe de novela queda bien parado cuando se enfrenta a ellos (aún
siendo derrotado). Barredo juega con esta variable y con los toponímicos que
utiliza para contextuar su aventura. A lo largo de las 238 páginas de la novela,
no se arriesga a identificar con sus nombres reales los escenarios de la intriga
que desarrolla y evita asociar a los pueblos involucrados en la historia con un
pasado nazi-fascista (ya sea porque no hay pruebas contundentes al respecto o no
desea ofender la susceptibilidad de sus pobladores actuales). Pero, de todos
modos, el texto no es para nada críptico. Cualquiera que conozca la costa sur de
la provincia de Buenos Aires puede identificar sin problema las actuales
localidades, playas, instituciones y locales que aparecen “disfrazados” en el
libro.
Barredo altera apellidos, se mueve con metáforas y rodeos verbales
cuando se refiere a personajes históricos. Juan Perón nunca es Juan Perón, sino
“el coronel de los coroneles”[7]; y Eva Duarte nunca es Evita, sino “la joven aspirante a gran actriz”.[8] El propio Adolf Hitler aparee
escondido tras el abstracto pseudónimo de “Número Tres” [9] y el pueblo bonaerense de General
Madariaga (cercano a la costa Atlántica y Villa Gesell) sufre una transformación
ortográfica convirtiéndose en la localidad de “Maragriada”.[10] Por otra parte, las referencias a una
villa de origen alemán, mandada a levantar por un oficial de las SS antes del
estallido de la guerra para servir como centro de reabastecimiento y auxilio a
barcos y marinos del III Reich, coincide por su descripción y ubicación con la
Gesell turística de nuestros días.[11] Las referencias a pinos plantados en
la arena (tras ciclópeos sacrificios), a las dunas costeras y al aislamiento
(como también a la esforzada tarea de los pioneros del lugar) no hacen más que
apuntar a la villa antes nombrada. No hay dudas al respecto.
Del mismo modo la alusión al Hotel de los Franceses, caracterizado
por cubrirse periódicamente por las dunas de arena, hace referencia al
centenario Viejo Hotel Ostende, fundado en el
año 1913 por iniciativa de inmigrante belgas (no galos).[12] De ese modo, Villa Gesell, General
Madariaga y Ostende triangulan el escenario de la acción del libro y se
convierte (como suele repetirse hasta el hartazgo) en una de los tantos “nidos
nazis” que habrían existido en el territorio argentino.
Es en ese contexto de inmigrantes indeseados, conspiraciones y
crímenes que aparece la referencia a un misterioso “Castillo” cordobés
“(…) construido por un
médico de la ciudad de Rosario hace unos diez años (1933). Cuando él murió
—relata un personaje—, al no tener descendientes en su testamento lo donó a la
municipalidad del lugar con todas las obras de arte que se encuentran dentro del
edificio, inclusive dejó dinero para su mantenimiento. La municipalidad no
aceptó el legado y vendió hace muy poco tiempo por un precio irrisorio la
propiedad a una empresa alemana, aunque a nombre de un testaferro. Gente del
lugar nos ha informado que es un centro de operaciones del Eje. Tiene enormes
antenas con las que pueden transmitir a todo el mundo. Lo llaman Castillo por el
aspecto exterior. Está en lo alto de la sierra y desde allí controla todo el
poblado (…)”.[13]
Hasta aquí podríamos identificar al “Castillo” con el Eden
Hotel de la localidad de La Falda. Su ubicación elevada, las sierras
cercanas, las antenas de onda corta y la referencia a un testaferro (que los
rumores siempre sindicaron era Juan Duarte, cuñado de Perón) nos estarían
indicando que el centro de operaciones nazis en la sierra cordobesa no era otro
que el emprendimiento hotelero de los hermanos Eichhorn, nazis declarados y
amigos personales de Adolf Hitler.
Pero a poco de avanzar en la descripción de la fortaleza, las cosas cambian y se
empieza a operar un extraño sincetrismo en el que podemos identificar los rasgos
inequívocos del Gran Hotel Viena (y su
historia).
Escribe Barredo:
“La historia del castillo la
conocían todos en el pueblo. El médico que lo construyó lo hizo como homenaje a
la localidad por el papel jugado en la recuperación de la salud de su
esposa”.[14]
Según la historia
oficial de Miramar, un empresario alemán —Máximo Palhke— fue el constructor
e inversor del Gran Viena. La información recabada en el pueblo indica que es
desembolso total fue de 25 millones dólares (a valores actuales) y que la
principal motivación del germano fue la de “agradecer al pueblo y la laguna de
Mar de Chiquita” por haber sanado a su hijo y su mujer de ciertas dolencias
cutáneas y pulmonares, destacando así las propiedades curativas de la
balnearioterapia, tan de modo en la década de 1930.[15]
La alusión a ese acto de desinteresado agradecimiento a la
naturaleza está por completo ausente en la historia del Eden
Hotel y constituye, por el contrario, el dato folclórico más llamativo en la
historia del Gran Hotel Viena. Además, éste
también disponía de antenas muy altas capaces de transmitir mensajes a Europa y
recibir desde el otro lado del Atlántico “información confidencial”.
La metáforas del “castillo” es de por sí interesante y se
aleja del Eden Hotel (más parecido a un lujoso
palacio que a una austera fortaleza de la Edad Media). Por el contrario, el Gran
Viena se acerca bastante a esa descripción. Visto a la distancia, semeja una
fortaleza inexpugnable, con anchos muros y columnas de concreto que lo aíslan
del entorno, separándolo del resto del pueblo. Si bien no es un “castillo” en
sentido literal, el espíritu de ese tipo de construcciones se asocia más al
Hotel de Miramar que a la ostentosa mansión de La Falda.
Asimismo, hay otro dato que nos da Barredo en la novela que acerca
el mundo imaginario de su obra al universo construido por Max Palhke. Dice un
personaje en Oro, Plomo y Pasiones:
“En estos días [al
castillo] lo están refaccionando, llegan
camiones cargados con materiales, pero desde afuera no se percibe ningún
cambio”.[16]
Es de notar que el Gran Viena se construyó en etapas y que para el
período en el que transcurre la novela (1943-1945) se estaban llevando a cabo
ampliaciones en el edificio, todas ellas —según la tradición oral— a buen
resguardo de la curiosidad y chusmerío del pueblo de Miramar.
Además, siguiendo al locutor en la novela nos enteramos que:
“Tiene [el castillo] guardias permanentes con perros, reforzaron
los alambres de púas… pusieron una serie de luces para señalar cuando alguien se
aproxima… Un radioaficionado captó transmisiones en alemán…viene gente
extranjera y se queda una semana o dos (…)”.[17]
Todos estos comentarios coinciden con el Viena y nos acercan a las historias
que siguen circulando en torno al viejo hotel.
Una que llama poderosamente la atención es aquella que nos cuenta de la existencia de
enigmáticos soldados, armados y uniformados de verde, vigilando celosamente el
predio; evitando las miradas curiosas (todo bajo las órdenes de un alemán
llamado Martin Kruegger o Karl M. Krueger).
Antiguos pobladores nativos de Miramar relatan que estos “guardias de seguridad” solían alcanzar
una posición panóptica desde la altísima torre de agua del hotel, moderno
mangrullo que permitía distinguir el arribo de indeseables.
¿Para qué necesitaba el hotel una custodia armada en un pueblo
aislado de solo 1400 habitantes? Nadie
lo sabe. ¿Qué protegían? ¿A quién
protegían? Tampoco hay una respuesta clara y, como de costumbre, cuando eso
ocurre la imaginación suele dispararse. Una actitud lícita en el campo de la
literatura (incluso necesaria y fundante en el oficio de escritor) pero
improcedente entre los historiadores, obligados a hablar de lo que realmente
ocurrió con sólidas pruebas entre las manos.
. Barredo puede darse el lujo —como novelista— de imaginar los
sucesos que se desarrollaron dentro del “Castillo” y convertirlo en una guarida
(tapadera) de nazis dispuestos a
reinaugurar un IV Reich. Nosotros en cambio, nos quedamos con preguntas abiertas
y las tímidas especulaciones que circulan de boca en boca cuando se recorre el
sitio (hoy devenido en Museo).
Palabras finales
La sombra de la svástica sobrevuela muchos sitios aislados de
nuestro país. En algunos casos su tamaño
es más grande de lo que debería ser, exagerado por los mitos, la ideología o la
mera fantasía. Pero nada de eso excluye que la realidad histórica deba
obviarlos.
Esa lacra humana estuvo y están entre nosotros. Se camuflaron t
camuflan todavía. Ya no usan uniformes negros con calaveras y tibias cruzadas en
sus gorras. Algunos manejan taxis, regentean empresas, instalaciones
agropecuarias o institutos de enseñanza, al tiempo que reivindican la seguridad
de los años setenta y el patriotero nacionalismo de aquellos iluminados Mesías
que guiaron ala Patria en pos de una sociedad católica, obediente y ordenada
(como Dios manda).
Siguen estando. No son muchos, pero resultan peligrosos.
¿Hay “Castillos”, como el cordobés de la novela, en nuestro
país?
Seguramente. Y siguen representando lo mismo de antes:
discriminación, racismo, censura, fanatismo, terror y muerte.
¿Quién quiere “castillos” de ese tipo?
Referencias:
[1] Véase: Soto Roland, Fernando Jorge
(2009). Gran Hotel Viena, Uruguay, edición
digital en
[2] Miramar, provincia de Córdoba, frente
a la Laguna de Mar Chiquita o Mar de Ansenuza en lengua de los sanavirones
(antiguos aborígenes de la región).
[3] Gusmán. Luis (1999). Hotel Eden. Buenos Aires, Editorial
Norma.
[4] Para la historia del Eden Hotel véase:
Ferrarassi, Alfredo J. (2006). Hotel Eden y Pueblo La Falda,
Córdoba, Edición del Autor.
[5] Barredo, Leandro (1998), Oro,
Plomo y Pasiones, Buenos Aires, Editorial Corregidor.
[7] Barredo, Leandro op.cit. p.187.
[8] Ibidem p.187.
[9] Ibidem p. 75.
[10] Ibidem p. 31.
[11] Ibidem p. 51-52
[12] Ibidem p. 32.
[13] Ibidem p-166-167.
[14] Ibidem p.173.
[15] Nota: Esta historia de agradecimiento
desinteresado encuentra su contraparte en las hipótesis que sospechan de que
toda la empresa fue un gran lavado de dinero nazi. Véase:
[16] Barredo, Leandro, op.cit. p.
173.
[17] Ibidem
p.173
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Fernando Jorge Soto
Roland
Profesor en Historia
por la Universidad Nacional de Mar del Plata
enero de 2010
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